La violencia ha marcado la vida de millones de personas alrededor del mundo, algunas logran escapar de su círculo vicioso, mientras otras se ven en repetidas ocasiones – o incluso permanentemente- expuestas a ella. Todos enfrentan los episodios violentos de formas distintas, el conocido síndrome de estrés postraumático ha sido una condición estudiada por muchos años. Sin embargo, no todos tienen la facilidad para acceder a servicios psicológicos o incluso a un acompañamiento de cualquier otro tipo.
Por nuestro lado, en Colombia tenemos millones de víctimas. Según datos del Registro Único de Víctimas (RUV) entre 1986 y 2016 hubo 8´349.484 víctimas del conflicto armado, y 7’210.949 desplazados. Sus relatos, culpables y contextos son similares y a la vez diferentes: los grupos que les violentaron, las razones por las que lo hicieron y los recursos que utilizaron son distintos. Aunque existe una necesidad de condensar la información para dar una lectura y una respuesta institucional concreta, para cada una de esas personas su historia es única. Aunque su voz y su familiar sean uno más en una lista interminable de daños colaterales de la guerra, para todos y cada uno de ellos hay un mensaje de memoria y de justicia que debe ser escuchado, registrado y contado.
De ahí la dificultad de generar víctimas de primera y segunda categoría, de ahí el atropello de no querer reconocer el daño infligido por todos los grupos armados, la justificación de asesinatos, la vista gorda a la participación de las Fuerzas Militares, políticos o empresarios, y la absurda negación de la existencia del paramilitarismo en Colombia. Sin ir tan lejos, la negación del conflicto mismo es el peor de los insultos; el cual se traduce en una constante de impunidad e injusticia con aquellos que el Estado colombiano se vio incapaz de proteger. Lo cierto es que las balas, vengan de “izquierda” o “derecha”, solo matan. A la luz de esos elementos, y tomando en consideración la facilidad que emana de ver reflejada una historia en un caso lejano, del que no se tiene postura política y tal vez ni siquiera se tiene un conocimiento medianamente profundo, les recomiendo la serie de BBC comprada como un Netflix Original: Black Earth Rising.
Es una serie de 8 capítulos que cuenta la historia de una sobreviviente al genocidio de Ruanda en 1994, la trama se va complejizando a medida que se acerca cada vez más a la Ruanda del presente, y se van desenmascarando las decisiones que alguna vez se tomaron frente a aquello que saldría a la luz pública. La serie, aunque es una adaptación de sucesos de la vida real, y por consiguiente tiene elementos ficticios para el entretenimiento del espectador, trata una temática interesantísima alrededor de elementos reales del genocidio: ¿cuánto perdón y cuánto olvido para construir un futuro diferente? Reflejando con detalle el peso de las decisiones políticas y los intereses de terceros en la verdad, la justicia y el poder. La facilidad de influenciar la opinión pública con calidades bajas de información, la indulgencia en la movilización vacía de algunos y la anestesia social frente a las violaciones sistemáticas de los derechos de otros seres humanos.
Otro de los aspectos más destacables de la serie es la identidad de la protagonista marcada por la supervivencia, el rencor y el orgullo. Los que hacen de la actuación de la actriz británica Michaela Coel (como Kate Ashby) una interpretación impecable de los altos y bajos de una vida marcada por la violencia desde temprana edad. Algunas personas se quejan de la insistencia de las víctimas, o de la frecuencia con la que traen a colación su victimización, incluso muchos esperan que simplemente pasen página y sigan adelante. Claramente, no tienen ni idea de lo que hablan y aunque han oído a algunas víctimas, no han escuchado a ninguna. Para estas personas, es un evento que no solo les cambió la vida: la dividió en un antes y un después, marcando para muchos el camino a seguir por sus próximos años: la lucha por la justicia, y no sólo la justicia de ver a sus verdugos frente a un estrado, no. La justicia que implica conocer la verdad, los responsables, quiénes tomaron las decisiones, por qué lo permitieron, que se limpie el buen nombre de sus padres, madres, hijos o cónyuges; y en muchos casos, conocer el paradero de sus restos.
Es evidente que la tarea no es fácil, ningún sistema judicial tiene tal capacidad, lo que sumado a la negligencia y el desinterés de algunos poderosos de desenterrar la verdad hacen que la tarea por buscar esa justicia sea un trabajo para toda la vida (¡de ahí su insistencia!). Lo interesante de la serie, es ver cómo la vida de Kate se acerca y se aleja de lo que pasó en su infancia, cómo la vida la fue llevando a ciertos lugares y cómo la lectura de “buenos y malos” de un escenario tan absolutamente complejo, como lo es cualquier conflicto armado, puede confrontar hasta al más fuerte y seguro.
Ver Black Earth Rising no solamente es una buena forma de pasar un domingo (para los fans de las maratones), es también una inversión de tiempo para comprender muchos elementos que sirven para la lectura del contexto colombiano. Personalmente, considero que el mejor mensaje que transmite es la validez de las múltiples posturas encontradas y hasta antagónicas dentro de los espectros de “verdad” después de la violencia masiva y colectiva. La falta de razón y de verdad revelada para cualquier punto de vista, porque estas siempre están mediadas y acompañadas de vivencias personales y contextos que las llenan de matices. Claro está, dejando por fuera aquellas “posturas” que solo repiten como grabaciones lo que escuchan en medios de comunicación mediocres e irresponsables – que en el caso colombiano son los principales medios de comunicación masiva-, esas posturas más allá le elementos carecen de capacidad crítica.
La recomendación de la serie, en últimas, va dirigida a interesarlos a ustedes, los lectores, a conocer un poco más de los efectos de la violencia, a acercarse un poco más a conocer el mandato de la JEP – para aquellos que no se han detenido a hacer una lectura de lo que ello significa para el país. Para los que están un poco más interesados en el tema, la invitación es a disfrutar de una serie bien hecha que formula varios debates interesantes frente a la construcción de paz y la transición.
Realmente, el artículo está motivado por los recientes acontecimientos del país en materia de justicia transicional. En el último mes la JEP ha estado inmersa en un debacle de opiniones y pronunciamientos irrespetuosos que solo pretenden desinformar a la ciudadanía – como el del honorable Fiscal General de la Nación- que solo buscan retrasar y entorpecer la importante tarea de esta Jurisdicción Especial. Es fundamental apoyar el mandato de estos magistrados y no tacharles de manera arbitraria de facilitadores y simpatizantes de la guerrilla. No solo porque no lo son y es calumnia, sino porque son ellos y los delegados de la Comisión de la Verdad, quienes tienen en sus manos la fe de millones de víctimas para conseguir la tan anhelada justicia que el Estado colombiano no les va a dar de otra manera. Son ellos quienes tienen la tarea de examinar las diversas versiones y ponerlas a dialogar para conocer lo que pasó durante 50 años para así poder formular las recomendaciones para evitar que tales atrocidades se repitan.
Es claro que hoy no tenemos paz, y que los asesinatos a los defensores de derechos humanos y líderes sociales van en aumento. Frente a tanta irresponsabilidad y falta de diligencia para implementar el Acuerdo de Paz, nos enfrentamos a una nueva ola de violencia. La cual tendremos que enfrentar como país y como sociedad, cada quien escoge qué rol juega, ya que hay mucho por hacer. Por eso la invitación es a no desestimar la realidad de tantos en nuestro país, y de no entrar en el juego macabro de obstaculizar lo poco que nos queda de alivio para tanto dolor que ha generado la guerra y la violencia en nuestro país