¿Qué Implica la Confirmación de Brett Kavanaugh como Magistrado de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos para los Derechos de las Mujeres?

June 9, 2019
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Foto de Isaiah Rustad en Unsplash.

Brett Kavanaugh fue elegido por Donald Trump para reemplazar a Anthony Kennedy como magistrado de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos el 9 de julio de 2018. Para que su nombramiento fuera confirmado, era necesaria una audiencia en el Congreso, de forma tal que mínimo 50 senadores apoyaran su nominación (de 100 en total, de los cuales 51 son republicanos y 49 demócratas). Este cargo, además de ser importante por situarlo en la corte más importante de Estados Unidos, tiene un gran impacto, porque la Corte revisa las decisiones sobre la jurisprudencia vigente en ese país y puede modificar fallos sobre temas como el aborto, la libertad e igualdad, y la inmunidad del presidente Donald Trump ante posibles cargos criminales; siendo éste un nombramiento de por vida con repercusiones de muy larga duración.

Podría decirse que Kavanaugh es un hombre blanco privilegiado: estudió en el prestigioso internado “Georgetown Prep”, se graduó de la universidad y escuela de leyes de Yale, y tuvo una carrera impecable como abogado de la campaña de George H. W. Bush, como abogado en la oficina del Procurador General de los Estados Unidos, y como juez en la Corte de Apelaciones del circuito de D. C. Fue elegido por encima de otros 24 candidatos recomendados a Trump por la Federalist Society que cumplían con los requisitos y alto perfil para el cargo. Que fuera Kavanaugh y no otro se explica por su fuerte apoyo al poder del presidente, que podría llevarlo a tomar decisiones que lo favorezcan desde la Corte Suprema, como permitir que el presidente ignore citaciones judiciales, se indulte a sí mismo de cargos criminales, y eliminar el procedimiento por el cual se le puede destituir. De esta forma, por moderado que quiera parecer Kavanaugh, llegará a la Corte como una ficha del presidente para fortalecer su mandato.

Entre julio y agosto, las mayores preocupaciones de los congresistas que influenciaban su decisión de apoyar o no a Kavanaugh eran su postura sobre el poder del presidente, su posición a favor de las grandes empresas por encima de los derechos de los trabajadores, nuevas barreras que podría crear para el cubrimiento del sistema de salud, la eliminación de las últimas restricciones que quedan al porte de armas, y, la más polémica, su fallo sobre la privacidad, igualdad y libre elección frente al aborto, ya que en campaña Trump dijo que nombraría magistrados que revocaran este derecho. Estos temas fueron el centro del escrutinio de las audiencias de confirmación a las que fue sometido Kavanaugh entre el 4 y 7 de septiembre, ante los cuales las respuestas del candidato se caracterizaron por ser evasivas y poco claras, evitando presentar posiciones que causaran rechazo entre los senadores cuyos votos decisivos necesitaba, quienes sabían que su decisión en el nombramiento de Kavanaugh impactaría su reelección en las elecciones de mitad de periodo que se celebrarán en noviembre. De hecho, es imposible separar este proceso de selección de Kavanaugh como alto magistrado de la Corte Suprema de las elecciones de mitad de periodo, ya que si se hubiera tumbado el nombramiento de Kavanaugh, lo más probable es que el nuevo candidato de Trump hubiera tenido que ser confirmado por un nuevo congreso, en el cual, tal vez, los republicanos no alcancen la mayoría de votos que tienen ahora sobre los demócratas. Esto hizo que él se volviera casi la única opción para quienes querían asegurar una quinta silla republicana en la Corte.

El 13 de septiembre, se reveló una carta que las senadoras demócratas Anna Eshoo y Dianne Feinstein habían recibido en julio de Christine Blasey Ford, una profesora de psicología de la Universidad de Palo Alto, en el cual narraba cómo Kavanaugh la asaltó sexualmente cuando ella tenía 15 años y él 17. Ford contó que el ahora alto magistrado y un compañero suyo la acorralaron en una fiesta en la que habían bebido mucho alcohol, Kavanaugh la arrojó en una cama, empujó su cuerpo contra el de ella, intentó quitarle su ropa y cubrió su boca con su mano para que no gritara. Ella temió por su vida. El fin del asalto se dio cuando los atacantes se asustaron por la aparición de otro compañero de ellos, Mark Judge. Este incidente la marcó permanentemente, tratándolo en terapias psicológicas desde 2012. Ford decidió contar lo ocurrido, preocupada de que alguien con ese antecedente llegara a la corte más importante de Estados Unidos. Las reacciones ante el testimonio no tardaron en manifestarse, entre las cuales se destacó la réplica de Donald Trump defendiendo a Kavanaugh como “un buen hombre”, los testimonios de algunas mujeres de su vida dando fe de su carácter, el rechazo del propio Kavanaugh a la historia de Ford y teorías conspirativas de los republicanos en las que establecían que el testimonio de Ford era conveniente, erróneo y hasta falso.

Vale la pena, entonces, evaluar las respuestas ante la acusación de Ford, sus razones e implicaciones, si queremos entender el hostil ambiente al que se enfrentan las mujeres que denuncian distintos crímenes de naturaleza sexual cometidos por hombres poderosos. La respuesta que más escuchamos cuando alguien denuncia a un hombre como Kavanaugh es que él no sería capaz de hacer algo así. Nos convencen de que los hombres que agreden sexualmente a las mujeres son monstruos, enfermos mentales, desajustados sociales que, además, atacan sólo a mujeres fáciles, que se lo estaban buscando. Seguimos ignorando que, en muchos casos, son las personas más cercanas quienes llegan a hacer algo así, los amigos, familiares o pareja de la víctima. Preferimos creer en las apariencias, ver en alguien como Kavanaugh la imagen de esposo y padre, juez honorable y respetuoso de la ley que pulió por décadas. Aunque cumplimos un año desde que comenzó el movimiento #MeToo, las ideas que promueve de respetar, escuchar y creer a las víctimas aún no tienen la acogida necesaria.

La segunda afirmación por la cual se intentó quitar peso al testimonio de Ford es por el momento en el que hizo su denuncia: ¿por qué ahora? Y, peor aún, ¿qué importancia puede tener algo que Kavanaugh hizo hace más de 30 años? Precisamente reacciones como las mencionadas anteriormente, de rechazo, que ponen bajo escrutinio a las víctimas y las persiguen como si ellas hubieran hecho algo malo, explican por qué es tan difícil para ellas denunciar la violencia sexual. Muchas prefieren ignorar el problema y seguir viviendo sus vidas con una carga que no les corresponde; otras hablan de lo que ocurrió, sin manifestar el nombre del atacante ni poner denuncias judiciales porque, como la misma Ford explicó, llegan a hacer un cálculo de costo-beneficio para ellas, donde saben que es demasiado lo que pueden perder al exponer sus recuerdos de los sucesos más dolorosos de sus vidas, al volverse tema de debate y crítica en entornos profundamente hostiles contra ellas, cuando la posibilidad de que se haga justicia es muy remota. En último lugar, hay víctimas como ella que se atreven a decir todo lo que recuerdan, lo que incluye señalar al culpable y aceptar todo el infierno que su valentía desata. ¿Para qué nos sirve, entonces, haber escuchado su testimonio? Para reconocer lo que ella vivió, para saber, siempre que leamos un fallo emitido por Kavanaugh, quién es la persona que se oculta tras su buena reputación, ese hombre capaz de ejercer su fuerza violentamente y pretender que nada ocurrió después. Y que quede claro algo: siempre es un momento idóneo para denunciar, un hecho no deja de ser real o válido porque pasaron 30 días, meses o años. Debemos invitar a las víctimas de violencia sexual a decir su verdad, no reprimirla por miedo a las repercusiones.

El último punto que será tratado es el de lo “conveniente” que se dijo que había sido esta denuncia. Es lamentable que haya personas que busquen ganar algo, o crean que se pierde algo, cuando la agresión contra otro ser humano sale a luz. Pero también es importante considerar lo politizado que fue el proceso de confirmación de Kavanaugh porque, entendiendo esos cálculos de pérdidas y ganancias, es que podemos entender por qué, a pesar de las dudas que despertaba, fue elegido finalmente. Ford fue clara al explicar que su denuncia partía de su preocupación de que un hombre que la había asaltado sexualmente llegara a ser nombrado alto magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Sus intenciones no estaban ocultas: quería que el nombramiento se hiciera con la información completa sobre el carácter y respeto por la ley de Kavanaugh. Esta denuncia no fue de carácter penal: sería muy difícil que tras tanto tiempo y contando sólo con algunos testimonios se condenara a Kavanaugh a la cárcel. Realmente lo que se estaba decidiendo era si alguien cubierto por esta sombra de duda debía ser la voz de la justicia en Estados Unidos. El resultado era previsible: igual que Trump ganó las elecciones después de múltiples acusaciones en su contra por conductas sexuales igual de inapropiadas, Kavanaugh llegó a la más alta corte. Simbólicamente, se está diciendo a las mujeres que sus denuncias no importan. No que no tengan credibilidad, porque puede que sí la tengan: pero se puede ganar más si éstas son ignoradas.

¿Qué se ganó? ¿para quiénes era más conveniente mirar al otro lado y aceptar el status quo, en el cual un hombre como Kavanaugh se puede salir con la suya después de un asalto sexual? Como se había mencionado, los republicanos corrían el riesgo, si no se confirmaba el nombramiento de Kavanaugh, de perder su mayoría en el Congreso en noviembre con las elecciones de mitad de periodo y, de esta forma, perder la oportunidad de nombrar a un republicano para la Corte Suprema, con la cual pueden cambiar la jurisprudencia existente sobre temas como el aborto, el cubrimiento del sistema de salud, el porte de armas, etc. Estoy convencida de que, en 2016, el partido Republicano apoyó a Trump no porque creyeran que sería un presidente competente que representara adecuadamente las ideas del partido, pero fue aceptado con todos sus escándalos y posibles antecedentes criminales porque sería la persona que daría vía libre a todos los proyectos republicanos que estuvieron frenados durante los 8 años que duró la presidencia de Obama. Creo que lo mismo podría decirse de Kavanaugh: se aceptó que un hombre con un pasado de violencia sexual llegara a la Corte no porque creyeran que no hizo lo que Ford denunció, sino porque vieron esta confirmación como un medio para un fin: alcanzar la anhelada mayoría republicana en la Corte Suprema de Justicia para hacer cambios que han buscado por muchas décadas y no se habían podido lograr hasta el momento. Notoriamente, revocar el fallo de Roe v. Wade que trata el aborto como una decisión libre y privada de las mujeres que debe ser legal en todo el territorio estadounidense. Como la misma Ford temía, se lanzó frente a un tren en movimiento que llegaría a su destino pasara lo que pasara, y ella fue una víctima de unos intereses políticos que poco se preocuparon por la justicia.

Esta columna se basó en siguientes las noticias y reflexiones presentadas por The Guardian, Vox, The Washington Post y la serie Last Week Tonight with John Oliver:

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October 30, 2018

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Brett Kavanaugh fue elegido por Donald Trump para reemplazar a Anthony Kennedy como magistrado de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos el 9 de julio de 2018. Para que su nombramiento fuera confirmado, era necesaria una audiencia en el Congreso, de forma tal que mínimo 50 senadores apoyaran su nominación (de 100 en total, de los cuales 51 son republicanos y 49 demócratas). Este cargo, además de ser importante por situarlo en la corte más importante de Estados Unidos, tiene un gran impacto, porque la Corte revisa las decisiones sobre la jurisprudencia vigente en ese país y puede modificar fallos sobre temas como el aborto, la libertad e igualdad, y la inmunidad del presidente Donald Trump ante posibles cargos criminales; siendo éste un nombramiento de por vida con repercusiones de muy larga duración.

Podría decirse que Kavanaugh es un hombre blanco privilegiado: estudió en el prestigioso internado “Georgetown Prep”, se graduó de la universidad y escuela de leyes de Yale, y tuvo una carrera impecable como abogado de la campaña de George H. W. Bush, como abogado en la oficina del Procurador General de los Estados Unidos, y como juez en la Corte de Apelaciones del circuito de D. C. Fue elegido por encima de otros 24 candidatos recomendados a Trump por la Federalist Society que cumplían con los requisitos y alto perfil para el cargo. Que fuera Kavanaugh y no otro se explica por su fuerte apoyo al poder del presidente, que podría llevarlo a tomar decisiones que lo favorezcan desde la Corte Suprema, como permitir que el presidente ignore citaciones judiciales, se indulte a sí mismo de cargos criminales, y eliminar el procedimiento por el cual se le puede destituir. De esta forma, por moderado que quiera parecer Kavanaugh, llegará a la Corte como una ficha del presidente para fortalecer su mandato.

Entre julio y agosto, las mayores preocupaciones de los congresistas que influenciaban su decisión de apoyar o no a Kavanaugh eran su postura sobre el poder del presidente, su posición a favor de las grandes empresas por encima de los derechos de los trabajadores, nuevas barreras que podría crear para el cubrimiento del sistema de salud, la eliminación de las últimas restricciones que quedan al porte de armas, y, la más polémica, su fallo sobre la privacidad, igualdad y libre elección frente al aborto, ya que en campaña Trump dijo que nombraría magistrados que revocaran este derecho. Estos temas fueron el centro del escrutinio de las audiencias de confirmación a las que fue sometido Kavanaugh entre el 4 y 7 de septiembre, ante los cuales las respuestas del candidato se caracterizaron por ser evasivas y poco claras, evitando presentar posiciones que causaran rechazo entre los senadores cuyos votos decisivos necesitaba, quienes sabían que su decisión en el nombramiento de Kavanaugh impactaría su reelección en las elecciones de mitad de periodo que se celebrarán en noviembre. De hecho, es imposible separar este proceso de selección de Kavanaugh como alto magistrado de la Corte Suprema de las elecciones de mitad de periodo, ya que si se hubiera tumbado el nombramiento de Kavanaugh, lo más probable es que el nuevo candidato de Trump hubiera tenido que ser confirmado por un nuevo congreso, en el cual, tal vez, los republicanos no alcancen la mayoría de votos que tienen ahora sobre los demócratas. Esto hizo que él se volviera casi la única opción para quienes querían asegurar una quinta silla republicana en la Corte.

El 13 de septiembre, se reveló una carta que las senadoras demócratas Anna Eshoo y Dianne Feinstein habían recibido en julio de Christine Blasey Ford, una profesora de psicología de la Universidad de Palo Alto, en el cual narraba cómo Kavanaugh la asaltó sexualmente cuando ella tenía 15 años y él 17. Ford contó que el ahora alto magistrado y un compañero suyo la acorralaron en una fiesta en la que habían bebido mucho alcohol, Kavanaugh la arrojó en una cama, empujó su cuerpo contra el de ella, intentó quitarle su ropa y cubrió su boca con su mano para que no gritara. Ella temió por su vida. El fin del asalto se dio cuando los atacantes se asustaron por la aparición de otro compañero de ellos, Mark Judge. Este incidente la marcó permanentemente, tratándolo en terapias psicológicas desde 2012. Ford decidió contar lo ocurrido, preocupada de que alguien con ese antecedente llegara a la corte más importante de Estados Unidos. Las reacciones ante el testimonio no tardaron en manifestarse, entre las cuales se destacó la réplica de Donald Trump defendiendo a Kavanaugh como “un buen hombre”, los testimonios de algunas mujeres de su vida dando fe de su carácter, el rechazo del propio Kavanaugh a la historia de Ford y teorías conspirativas de los republicanos en las que establecían que el testimonio de Ford era conveniente, erróneo y hasta falso.

Vale la pena, entonces, evaluar las respuestas ante la acusación de Ford, sus razones e implicaciones, si queremos entender el hostil ambiente al que se enfrentan las mujeres que denuncian distintos crímenes de naturaleza sexual cometidos por hombres poderosos. La respuesta que más escuchamos cuando alguien denuncia a un hombre como Kavanaugh es que él no sería capaz de hacer algo así. Nos convencen de que los hombres que agreden sexualmente a las mujeres son monstruos, enfermos mentales, desajustados sociales que, además, atacan sólo a mujeres fáciles, que se lo estaban buscando. Seguimos ignorando que, en muchos casos, son las personas más cercanas quienes llegan a hacer algo así, los amigos, familiares o pareja de la víctima. Preferimos creer en las apariencias, ver en alguien como Kavanaugh la imagen de esposo y padre, juez honorable y respetuoso de la ley que pulió por décadas. Aunque cumplimos un año desde que comenzó el movimiento #MeToo, las ideas que promueve de respetar, escuchar y creer a las víctimas aún no tienen la acogida necesaria.

La segunda afirmación por la cual se intentó quitar peso al testimonio de Ford es por el momento en el que hizo su denuncia: ¿por qué ahora? Y, peor aún, ¿qué importancia puede tener algo que Kavanaugh hizo hace más de 30 años? Precisamente reacciones como las mencionadas anteriormente, de rechazo, que ponen bajo escrutinio a las víctimas y las persiguen como si ellas hubieran hecho algo malo, explican por qué es tan difícil para ellas denunciar la violencia sexual. Muchas prefieren ignorar el problema y seguir viviendo sus vidas con una carga que no les corresponde; otras hablan de lo que ocurrió, sin manifestar el nombre del atacante ni poner denuncias judiciales porque, como la misma Ford explicó, llegan a hacer un cálculo de costo-beneficio para ellas, donde saben que es demasiado lo que pueden perder al exponer sus recuerdos de los sucesos más dolorosos de sus vidas, al volverse tema de debate y crítica en entornos profundamente hostiles contra ellas, cuando la posibilidad de que se haga justicia es muy remota. En último lugar, hay víctimas como ella que se atreven a decir todo lo que recuerdan, lo que incluye señalar al culpable y aceptar todo el infierno que su valentía desata. ¿Para qué nos sirve, entonces, haber escuchado su testimonio? Para reconocer lo que ella vivió, para saber, siempre que leamos un fallo emitido por Kavanaugh, quién es la persona que se oculta tras su buena reputación, ese hombre capaz de ejercer su fuerza violentamente y pretender que nada ocurrió después. Y que quede claro algo: siempre es un momento idóneo para denunciar, un hecho no deja de ser real o válido porque pasaron 30 días, meses o años. Debemos invitar a las víctimas de violencia sexual a decir su verdad, no reprimirla por miedo a las repercusiones.

El último punto que será tratado es el de lo “conveniente” que se dijo que había sido esta denuncia. Es lamentable que haya personas que busquen ganar algo, o crean que se pierde algo, cuando la agresión contra otro ser humano sale a luz. Pero también es importante considerar lo politizado que fue el proceso de confirmación de Kavanaugh porque, entendiendo esos cálculos de pérdidas y ganancias, es que podemos entender por qué, a pesar de las dudas que despertaba, fue elegido finalmente. Ford fue clara al explicar que su denuncia partía de su preocupación de que un hombre que la había asaltado sexualmente llegara a ser nombrado alto magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Sus intenciones no estaban ocultas: quería que el nombramiento se hiciera con la información completa sobre el carácter y respeto por la ley de Kavanaugh. Esta denuncia no fue de carácter penal: sería muy difícil que tras tanto tiempo y contando sólo con algunos testimonios se condenara a Kavanaugh a la cárcel. Realmente lo que se estaba decidiendo era si alguien cubierto por esta sombra de duda debía ser la voz de la justicia en Estados Unidos. El resultado era previsible: igual que Trump ganó las elecciones después de múltiples acusaciones en su contra por conductas sexuales igual de inapropiadas, Kavanaugh llegó a la más alta corte. Simbólicamente, se está diciendo a las mujeres que sus denuncias no importan. No que no tengan credibilidad, porque puede que sí la tengan: pero se puede ganar más si éstas son ignoradas.

¿Qué se ganó? ¿para quiénes era más conveniente mirar al otro lado y aceptar el status quo, en el cual un hombre como Kavanaugh se puede salir con la suya después de un asalto sexual? Como se había mencionado, los republicanos corrían el riesgo, si no se confirmaba el nombramiento de Kavanaugh, de perder su mayoría en el Congreso en noviembre con las elecciones de mitad de periodo y, de esta forma, perder la oportunidad de nombrar a un republicano para la Corte Suprema, con la cual pueden cambiar la jurisprudencia existente sobre temas como el aborto, el cubrimiento del sistema de salud, el porte de armas, etc. Estoy convencida de que, en 2016, el partido Republicano apoyó a Trump no porque creyeran que sería un presidente competente que representara adecuadamente las ideas del partido, pero fue aceptado con todos sus escándalos y posibles antecedentes criminales porque sería la persona que daría vía libre a todos los proyectos republicanos que estuvieron frenados durante los 8 años que duró la presidencia de Obama. Creo que lo mismo podría decirse de Kavanaugh: se aceptó que un hombre con un pasado de violencia sexual llegara a la Corte no porque creyeran que no hizo lo que Ford denunció, sino porque vieron esta confirmación como un medio para un fin: alcanzar la anhelada mayoría republicana en la Corte Suprema de Justicia para hacer cambios que han buscado por muchas décadas y no se habían podido lograr hasta el momento. Notoriamente, revocar el fallo de Roe v. Wade que trata el aborto como una decisión libre y privada de las mujeres que debe ser legal en todo el territorio estadounidense. Como la misma Ford temía, se lanzó frente a un tren en movimiento que llegaría a su destino pasara lo que pasara, y ella fue una víctima de unos intereses políticos que poco se preocuparon por la justicia.

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