Mientras estoy redactando este artículo con mucha ira e indignación por la reacción de diversos gobiernos ante este 8M, escucho la historia de una mujer que llega a España, queda embarazada, el padre del bebé las abandona y no tiene acceso a ningún tipo de protección social en el país.
En Madrid se han prohibido las manifestaciones este 8M en la calle por seguridad sanitaria, pero si se permite a los partidos fascistas como VOX, que atenta a diario contra la dignidad de la mujer, protestar en plena primera ola de la pandemia porque los privilegiados de esta crisis no pueden complacer sus caprichos elitistas cuando les place, o los negacionistas pueden aglomerarse sin mascarilla, y oponiéndose a la existencia de la Covid-19 que ya se ha cobrado la vida de miles de personas en el mundo.
En la madrugada del 8 de marzo varios murales de mujeres ilustres de nuestra historia-activistas, políticas, pintoras- han sido vandalizados en diferentes barrios de Madrid. Esa misma tarde la policía ha registrado a varias mujeres en la zona de Embajadores-un barrio de la capital española-por leer un manifiesto feminista, y ese mismo día un hombre ha asesinado a su mujer en la provincia de Valencia, España.
Al gobierno madrileño no le molestan las manifestaciones en medio de una pandemia, le incomodan las manifestaciones y los actos en los que las mujeres exigimos cambios porque eso rompe con la comodidad del sistema que intenta dominarnos y que este consorcio defiende.
En México cada día 11 mujeres son asesinadas a manos de un hombre y el 99% de los casos de violencia sexual no se han investigado. El presidente del país, López Obrador, señala a las mujeres como radicales que solo fomentan la violencia, y prima la protección de los inmuebles de la nación sobre las vidas de las mujeres. Pero ellas, una vez más, no se han rendido, y en la valla que rodeaba el Palacio Nacional han instalado un memorial con el nombre de las víctimas de la violencia machista del país.
En Colombia, a pesar de que el número de líderes sociales y defensoras de derechos humanos asesinadas el año pasado disminuyó, al menos, 65 lideresas sociales y defensoras de derechos humanos fueron asesinadas entre 2019 y junio de 2020, y las amenazas hacia ellas también aumentaron, de 57 en 2018 a 86 en 2019.
Durante la infancia más de 200 millones de mujeres y niñas han sido víctimas de la mutilación genital femenina en África, Oriente Medio y Asia. Esta práctica representa un abuso y discriminación hacia las mujeres, además de un control sobre sus cuerpos y mentes.
Parece que tampoco interesa ver que en esta crisis sanitaria, económica y social somos las mujeres quienes más estamos padeciendo las consecuencias desgarradoras de la Covid-19. Datos previos a esta crisis indicaban que el 70% de las personas en situación de pobreza extrema en el mundo son mujeres y este porcentaje no hace más que empeorar: la pandemia llevará a más de 46 millones de mujeres a la misma situación. Laboralmente, las mujeres que desempeñan trabajos remunerados ganan de media, poco más del 50% del sueldo que obtienen los hombres, y nuestros trabajos son menos estables.
Los hogares monoparentales mantenidos por una mujer son los que más sufren situaciones de vulnerabilidad. En ellos, las mujeres deben asumir los cargos familiares y laborales, lo que las obliga a tener varios empleos y a tiempo parcial para poder compaginar ambos lados de la vida. Esto lleva a que sus hijos e hijas tengan mayor probabilidad de heredar la pobreza.
Así que no, me niego a que nos hubiesen exigido quedarnos en casa y no luchar por nuestros derechos y en contra de los abusos que se cometen a diario hacia las mujeres. Es 2021, y en medio de una pandemia que ha provocado el caos en cada rincón del mundo, y donde el machismo parece que se ha eclipsado, las mujeres hemos seguido, de una u otra manera, en pie este 8 de marzo.
A nosotras no se nos olvida que, en medio de esta crisis mundial, existe un sistema que nos castiga cotidianamente desde hace siglos: el patriarcado.