Iván Duque, el Presidente de Colombia, pero de la Colombia de unos pocos. Desde su elección ha sido motivo de comentarios entre los ciudadanos del común, quienes dudaban de la veracidad de su elección al observarse presuntos cambios en los registros de los votos, favoreciendo al candidato victorioso.
Son muchas las razones las que han motivado las marchas de los últimos días, pero todas tienen un factor común: el olvido del pueblo. De las mayorías trabajadoras, pero también de las minorías, de los indígenas, de los líderes sociales, de los niños que ya no están, y de todos aquellos que habitan las zonas más alejadas del país y son objeto de los vejámenes de la violencia que ha aporreado al país durante décadas.
Se ha esforzado en proyectarse como un mandatario alejado de los sectores menos favorecidos. Sólo basta con traer a colación el épico “De qué me hablas, viejo”, cuando le respondió a un periodista que le indagó su opinión frente al bombardeo ejecutado por las Fuerzas Militares en San Vicente del Caguán en el que murieron 8 niños. Su respuesta, en el mejor de los casos, no demuestra más que desconexión con la realidad social del país que preside.
Pareciera que al presidente se le ha olvidado a quién debe rendir cuentas: no es al ex presidente, ni a un partido político, ni a un grupo económico; es a un país doliente, cansado, enfermo, que pide a gritos un cambio a favor de la paz.
Pero también pareciera que a nosotros se nos ha olvidado que los políticos son nuestros empleados, y como en cualquier proceso de selección, debemos seleccionar al más idóneo. Sin obviar el inmenso poder de las protestas, nuestro mejor mecanismo de elección del devenir de nuestra sociedad es a través del voto. El voto debe darse por convicción, por el que tenga los ‘mejores’ ideales, y sobre todo, el mejor plan de gobierno y capacidad de gestión. Por el que lo merezca.
Creo en el poder del voto en blanco. No debemos votar por descarte, o por el menos malo. Para mí, el voto en blanco es la principal expresión de inconformidad en las urnas, y el que abrirá las puertas al surgimiento de nuevos liderazgos políticos, que favorezcan los intereses comunes y no sacien la adicción al poder.