Hay un consenso entre los pensadores sobre las tres principales características de las personas resilientes:
- Aceptan sin juzgar o culpar la realidad que los envuelve
- Creen profundamente en que la vida tiene sentido
- Desarrollan una gran capacidad para mejorar
Con la evolución de la primera cualidad mencionada, las personas resilientes son capaces de identificar las causas de los problemas para evitar revivirlos otra vez. Ante la adversidad, pueden enfocarse en la crisis, aplacando la impulsividad, para mantener su centro en situaciones de alta presión.
Con la fe en la vida florece el optimismo y la confianza en sus propias capacidades. Los dones y habilidades de cada quien afloran como salvavidas en tiempos de tormentas. La vida se hace sentir.
Creer que la vida puede ser mejor prospera la empatía con los sentimientos y emociones de los demás. Juntos es mejor.
Con la tercera característica mencionada, las personas resilientes desarrollan una visión positiva del futuro que las impulsa a la búsqueda de nuevas oportunidades y relaciones, que las hagan más exitosas y satisfechas con la vida vivida.
Más allá de las palabras
Las adversidades son parte de la vida y, vistas desde una óptica de aprendizaje positivo, ponen en marcha nuestras competencias resilientes, nuestras capacidades para transformar un evento traumático en cambios positivos, a través de:
- Autopercepción de los recursos y competencias que se desarrollan cuando se enfrenta un evento no deseado. Esta consciencia de los dones que afloran, aumenta la confianza en uno mismo, generando, como una dopamina, la sensación de estar preparados para salir con éxito de cualquier evento que pueda suceder.
- Reconocimiento del apoyo de los demás. Una de las cosas buenas de la resiliencia es comprobar que no estamos solos en el mundo, más bien nos podemos sentir fortalecidos gracias al compañerismo, la empatía y la ayuda de los demás en cualquiera de nuestros ámbitos de acción.
- La comunicación es uno de los pilares de la resiliencia. Se erige como el arte que es cuando aprendemos a escuchar lo que nos dicen sin palabras. Se llama escucha activa cuando, además de escuchar al corazón del otro, intentamos no pensar en cómo lo haríamos nosotros. Así ayudamos a que ese otro se dé a sí mismo las respuestas que su inteligencia superior tiene lista para disipar sus dudas.
Puertas insospechadas
Los eventos traumáticos de graves riesgos pueden ser llaves de puertas insospechadas. Se produce una transformación en el disfrute de cosas, personas o situaciones que antes no se percibían importantes, como el amor a uno mismo y al otro como parte esencial.
Las conexiones afectivas gratificantes alimentan las ganas de vivir. Está demostrado que las personas que mantienen relaciones amorosas con familiares o amigos desarrollan niveles de resiliencia mayores de quienes carecen de una red de soporte emocional.
El apoyo emocional es un factor esencial. Tener y confiar en personas que nos quieran y apoyen nos hace mucho más resilientes que pasar los tragos amargos solos. El célebre libro del psiquiatra Victor Frankl “El hombre en busca de sentido”, tiene al amor como pieza fundamental para mantener las ganas de vivir. Frankl experimentó la tragedia de los campos de concentración de la Alemania nazi durante la segunda guerra mundial, siendo el amor a su mujer clave para superar las terribles adversidades. “La salvación del hombre sólo es posible en el amor y a través del amor”.
El pensamiento positivo impulsa la inteligencia emocional. Se necesita una actitud positiva para no “tirar la toalla” ante las desventajas que nos pueden suceder. Daniel Goleman, autor del libro “Inteligencia Emocional”, explica cómo la capacidad de conocer y reconocer las propias emociones hacen que uno tenga conciencia de sí mismo.
El autor habla de emociones que nos proveen competencias para afrontar eventos estresantes y convertirlos en desarrollo personal. Una es la motivación porque impulsa obtener logros más allá de las expectativas. Otra es el autocontrol o la facultad que tenemos de apaciguar las emociones para que no nos desborden. Habla también de la empatía con el otro como la capacidad para relacionarnos con los demás.
El pensamiento positivo no significa escaparse de la realidad para no vivir aquello que nos es adverso. Las personas resilientes están con los pies en la tierra, sienten las situaciones dolorosas, pero son capaces de ver más allá de esos momentos y no desfallecen. Conocen cuáles son sus fortalezas, los recursos con los que pueden contar y cuáles son sus objetivos. Al ser conscientes de que nada es completamente positivo ni negativo, se esfuerzan por centrarse en los aspectos positivos para disfrutar de los retos. Estas personas desarrollan una mezcla entre optimismo y realismo, como una especie de perfeccionismo motivador.
Afrontar las crisis como una oportunidad para generar cambios nos permitirá afianzar una auto valoración positiva que incluye confianza en uno mismo, coraje y determinación. Ser conscientes de nuestras fortalezas y limitaciones y por sobre todo, mantener el foco en los objetivos. Los resilientes sabemos que las adversidades no son eternas.