“Me asomé por una pequeña rendija
Vi a tantos y tantas caminar como entes
Solo vi miles de personas indiferentes
Con más irracionalidad que raciocinio
Con más insensibilidad que compasión
Con un cúmulo de manías y prejuicios
Del llamado sentido común no vi rastro
Es tan poco habitual como un raro astro”
A veces parece que el “sentido común” es un manojo de absurdos existenciales de personas que caminan por ahí y en su devenir dejan pasar con normalidad lo impensable. Hacer lo que está bien parece no ser tan común, lo habitual es no hacerlo. La filosofía del sentido común de autores como Thomas Reid basada en la preconcepción de lo “bueno y lo justo” tiene un tinte de ensoñación y utopía. Me quedo con el pensamiento de Albert Einstein: “El sentido común es el conjunto de prejuicios acumulados a través de los siglos”
Injusticia, desigualdad, violencia, indiferencia e intolerancia, deberían ser manifestaciones opuestas a los designios del “sentido común”, sin embargo, ellas reinan por encima de la sensatez que debería movilizar a la humanidad. Y entonces ¿No es tan común practicar el bien? Pues no, realmente es excepcional. El “sentido común” de esta sociedad parece más una aprehensión histórica de prejuicios y banalidades. Es un cómplice macabro y preconstruido de la atrocidad.
Pensemos en “el sentido común” de la dictadura, la violencia, la opresión, el genocidio, la discriminación, el machismo, el racismo y los ismos negativos que perviven en nuestro tiempo. Su esencia es la brutalidad incapaz de soportar la crítica y la desobediencia. Sus lógicas se sostienen en sus arraigadas creencias sobre una sociedad patriarcal, prejuiciosa, violenta y basada en relaciones de poder. En este mundo paradójico cuestionar “el sentido común” de estas prácticas es un acto subversivo.
“El sentido común” se nos ha impuesto como un patrón del modelo de vida a seguir. Así, por ejemplo, en esta sociedad moderna pero arcaica, quién es diferente es demente o inmoral, quién es pacífico o pacífica es un o una insurgente, quién es crítico o crítica es una ficha que desencaja ferozmente, quien cree en la justicia social es “castrochavista”, quien defiende la libertad es terrorista del sistema.
¿Qué lógica puede haber en mantener estos preceptos guiados por “el sentido común” de la clásica y actual sociedad? Las mujeres deben defender a toda costa su vida en familia a pesar de ser violentadas, las personas de paz deben ser exterminadas porque ponen en peligro las políticas de la guerra, quién es diferente es blanco de señalamiento y exclusión porque es un riesgo para la moralidad pública. Todo ello, es absurdo. Nos enfrentamos a la construcción histórica de un sentido común que perpetúa la violencia y nos esclaviza.
Que se levante con toda la desobediencia EL SENTIDO NO TAN COMÚN, ese que se moviliza por la libertad, la dignidad, la justicia social, la paz y el respeto por la diferencia. Es tiempo de desobedecer el llamado “sentido común” de una sociedad barbárica y genocida y romper las cadenas de los prejuicios y la discriminación. Quisiera un día volver a mirar por la rendija y ver personas críticas caminando libres y siguiendo el sentido no tan común del anti-prejuicio, la anti-violencia y la anti-exclusión.
¡Que aparezca por fin el desobediente sentido crítico este es el menos común y el más liberador de los sentidos! Quién carece de sentido crítico siempre será del “común”.