“Hay personas asesinas
Que matan sin armas
Matan con prejuicios
Matan con palabras
Matan con mentiras
Matan con exclusión
Matan con sus odios
Matan, matan y matan
Es toda una estigmatanza”
Para asesinar no siempre se necesita un arma, ni tirar de un gatillo o activar un artefacto explosivo, tampoco se necesita un rifle kalashnikov, ni una bomba atómica, o una motosierra. Para asesinar, basta con tener la intención de dañar, por ello, es tan asesina la persona que dispara, como la que mata con estigmas y obtusidades. Hay palabras tan peligrosas como las balas y prejuicios tan mortales como los puñales.
En la estigmatanza, la autoría intelectual es de quien promueve los prejuicios, el odio y la discriminación; sus principales móviles son la exclusión social, la represión y el desprecio por la diferencia; sus discursos racistas, moralistas, clasistas, supremacistas y ostracistas, son suficientes para detonar una masacre contra ciertos grupos poblacionales; son copartícipes de genocidios sociales. Si bien, no empuñan el arma, si contribuyen a empujarla.
La estigmatización puede tener el efecto de un arma nuclear y devastar por completo a las comunidades, quien la utiliza induce al asesinato sistemático, es el caso de los crímenes contra líderes y lideresas, manifestantes, jóvenes, estudiantes, vigías del medio ambiente, excombatientes, comunidades etnicas y colectivos feministas, que sufren de estigmatizaciones constantes. Estos grupos, son permanentemente desacreditados y por ser blanco del desprestigio terminan en sepulcros improvisados. La difamación es un arma de manipulación que convierte en cómplices de crímenes de lesa humanidad a toda persona que se atreva a vilipendiar.
Estigmatizar es poner una sentencia de muerte, es una forma de aniquilar a personas inocentes sólo por ser diferentes; a quienes defienden justas causas, se les etiqueta de castrochavistas; a quienes ejercen el derecho a la legítima protesta, se les señala de vándalas; a quienes tienen sentido crítico, se les sindica de personas subversivas; a quienes representan identidades diversas, se les rotula de antinaturales; a quienes se han desplazado forzadamente, se les encasilla como delincuentes; y a quienes dejaron las armas, se les juzga como disidentes.
Todos estos prejuicios y estereotipos han convertido a Colombia en un cementerio de sueños; con vilipendios, se sepulta la libertad, la otredad y la valentía de quienes creyeron un día en la paz. Millones son las víctimas de la estigmatanza y millones también son sus cómplices, incluso hay quienes justifican de forma cruel todos estos asesinatos: culpan a la persona pobre por “ser pobre”, a la desplazada porque “se lo busco”, a la víctima por que “algo haría”, a la desaparecida “por estar donde no debía”, a la mujer por “no obedecer”, a la persona excombatiente por “su pasado” y a la decapitada por que “se lo merecía”. Quienes difunden estos estigmas son secuaces de cada cadáver hallado en fosas comunes, montañas, ríos y plazas públicas.
Cuánta cobardía hay en el estigma, detrás de este, se esconde la ignorancia, la ignominia, la intolerancia, la indiferencia, la apatía, el ensimismamiento, la alienación, la debilidad de mente y la estrechez de corazón. No hagas parte de la estigmatanza, no reproduzcas discursos de odio, no promuevas la violencia por prejuicio, no juzgues por juzgar, no difames por difamar, no critiques por criticar, ni menosprecies sin razón y menos aún repliques la segregación. La estigmatización mata.
¿Hasta cuándo seguirá la estigmatanza?