Actualmente nos encontramos atravesando un cambio de paradigma. Los siglos XX y XXI se han convertido en tiempos que permitieron y permiten cambios que no se habían dado en épocas anteriores. Las conquistas de derechos por parte de grupos vulnerados surgieron como consecuencia de explotaciones sistemáticas que habían sufrido desde siempre: mujeres, niñxs, trabajadorxs, personas con orientación sexual e identidad de género diversas a las preestablecidas, etc. Todxs ellxs consiguieron tener un reconocimiento como sujetxs de derecho en el marco de un sistema de reconocimiento de los derechos humanos.
Sin embargo, aún con todo el catálogo de derechos que dichos grupos poseen, se puede afirmar que la vulneración de los derechos por parte de los Estados (por acción u omisión), continúa dándose sin cesar. Las políticas públicas para la garantía de los Derechos Humanos, necesarias para llevarlos adelante, llegan muchas veces tarde o ni siquiera están en las agendas de muchos Estados.
Una manera de vulnerar estos derechos es no educar en Derechos Humanos. Podría creerse que por contar con planes de estudios escolares con contenidos destinados a tal fin se garantizaría ese derecho, pero esto no es así. Una educación en Derechos Humanos debe permitir a lxs sujetxs que logren un desarrollo integral de sus conciencias, de sus talentos, de sus deseos, sin opresión de ningún tipo, recibiendo empatía y comprensión desde pares, docentes y directivos. Esto sólo puede lograrse si propiciamos espacios de enseñanza-aprendizaje donde se fomente la libertad de las mentes y no la opresión.
La teoría que desde lo académico y lo práctico más ha bregado por la libertad en todas sus formas es la teoría anarquista. Una teoría que siempre ha sido prejuzgada y que tiene muchos tabúes. El imaginario social es que de alcanzarla, se propiciaría una “guerra sin control” donde nadie sobreviviría a la catástrofe de no tener autoridad que nos diga qué hacer y qué no y que nos garantice los derechos...
Esos Derechos Humanos que esa misma autoridad, aunque esté, no se cumplen…
¿Cómo salir de la paradoja?
Creemos en la anarquía, pero como una teoría utópica. Una teoría que necesita de una conciencia y desarrollo cabal y profundo de cada ser humano del planeta para poder llevarse adelante. Una teoría tan perfecta, donde no necesitáramos de autoridades que nos digan qué hacer y cómo comportarnos porque sabemos vivir cooperativamente en comunidad es, por lo menos para mí, impensada desde la práctica; tanto en los orígenes del movimiento anarquista, como ahora, en una época del capitalismo global y salvaje. Aún así, creo firmemente en la anarquía llevada adelante en las relaciones sociales, incluidas las amorosas.
Una de las cuestiones que el patriarcado hizo a las mujeres, y posiblemente una de las más criticadas desde los movimientos feministas, fue la de construir la romantización del amor. El hacernos creer que son naturales (y neutrales) las relaciones amorosas, heterosexuales, cis, con el único fin de la procreación y con la mujer en el papel de cuidadora nata del hogar conyugal. Posiblemente todas las líneas del feminismo han destacado esa cuestión, pero el anarcofeminismo lo hizo doblemente: criticando la sujeción a toda autoridad, no sólo la del marido, sino la estatal, la religiosa, la patronal. De ahí la famosa frase: “Ni dios, ni patrón, ni marido”.
El anarcofeminismo comenzó a gestarse cuando dentro del propio movimiento anarquista (primero en Europa y luego en América) las mujeres comenzaron a darse cuenta que exigir la no sujeción a ninguna autoridad política, es decir en la vida pública, iba en contra de lo que estaban viviendo en sus propios hogares, donde la sujeción a los maridos (incluso los varones anarquistas) seguía estando. ¿Cómo convertir lo personal en político para expandir la lucha también puertas adentro?
La revolución anarquista no podía darse sin la emancipación absoluta. Mujeres como Emma Goldman criticaron fuertemente al matrimonio por destinar a la mujer al hogar como único destino posible, avalado por la institución religiosa y estatal. Ella afirmaba: “El amor, que es el factor más poderoso de las relaciones humanas, desde tiempos inmemoriales ha desafiado todas las leyes hechas por los humanos y ha roto los barrotes de los convencionalismos de la Iglesia y la moralidad. (...) El matrimonio predispone a la mujer a una vida como parásita, una sirvienta dependiente e indefensa, mientras que otorga al hombre el derecho de detentar una hipoteca sobre una vida humana. (...) Creo que cuando la mujer firme su propia emancipación, su primera declaración de independencia consistirá en admirar y amar al hombre por las cualidades de su corazón y mente, y no por las cantidades existentes en su bolsillo. La segunda declaración sería que ella tuviera el derecho a seguir ese amor sin impedimentos ni obstáculos externos. La tercera, y la más importante declaración, será el absoluto derecho a la libre maternidad”. (1)
Podemos afirmar que estas palabras, si bien fueron escritas a principios del siglo XX, tienen plena vigencia en la actualidad, ya que un siglo después la mujer no se ha emancipado totalmente, justamente por lo que afirmamos al principio: hay un abismo entre tener catálogos de derechos y que éstos sean garantizados realmente. La educación en Derechos Humanos es urgente.
Una educación que propicie relaciones amorosas, libres, responsables, empáticas, comunitarias y sin ataduras, de ningún tipo, pero sobre todo mentales. Si no podemos dejar de tener organizaciones estatales, al menos emancipemos las mentes.
Por supuesto que este tipo de amor no puede llevarse a cabo dentro de relaciones atravesadas por violencia de género, donde la mujer no puede decidir libremente y donde hay un ejercicio de poder por parte del varón. Sin embargo, creemos que la lucha de tantas mujeres feministas dentro del movimiento anarquista nos da un horizonte hacia el cual debemos movernos, que es el de la lucha por la liberación real de las relaciones sociales en general y amorosas en particular, sin sujeciones de ninguna clase.
Mujeres anarcofeministas latinoamericanas como Edna Copparoni de Ricetti, Olga Cossettini, Concepción Fernandez, Fina Warschaver, Luzmila La Rosa (2), entre muchísimas otras las cuales no nos cabrían en este espacio, fueron mujeres anarquistas que desde la profunda convicción y lucha dentro movimiento hicieron historia. Confiamos en que su lucha y la de tantas mujeres que la historia ha invisibilizado, nos servirá de ejemplo y ayudará a lograr la emancipación completa algún día:
“(...) si tenéis un sentimiento de amor y compasión a vuestras compañeras que mueren de cansancio en mil trabajos penosos y para las desdichadas que se ven en la obligación de vivir en las profundidades de las minas o en medio de la podredumbre de los arrozales mortíferos, si vosotras anheláis por la completa extirpación de todas estas injusticias de las cuales vosotras, oh mujeres, sois las primeras víctimas y mártires, venid con nosotros, combatid en nuestras filas, sed nuestras compañeras de lucha y de amor. Venceremos”.(3)
-------------------
Referencias
1. GOLDMAN, Emma. “La palabra como arma” Ed. Terramar. La Plata, 1ra edición. 2010. Págs. 227-228
2. GUZZO, Cristina. “Libertarias de América del Sur: de la A a la Z” Ed. Libro de Anarres, Bs. As. 1era ed. 2014.
3. Periódico La Questione Sociale, en CORDERO, Laura Fernández. Amor y anarquismo: experiencias pioneras que pensaron y ejercieron la libertad sexual. Siglo Veintiuno Editores., 2017. Págs. 60-61