La prostitución es un fenómeno complejo, que ha suscitado un profundo debate con implicaciones éticas, culturales, legales y económicas. Aunque existe consenso en que constituye la explotación y cosificación de los cuerpos de las mujeres con el propósito de satisfacer los deseos y necesidades de los hombres, y en que es una acción repudiable, pareciera existir una dicotomía entre prohibir (abolir) esta actividad o legalizarla.
Quienes abogan por su abolición, defienden el derecho que tenemos las mujeres a no ser prostituidas, entendiendo que la prostitución no es un trabajo, sino una forma de machismo en la que se refleja, como en tantos otros escenarios, la supremacía masculina. Manejan una perspectiva en la cual todas las mujeres que trabajan en el comercio sexual son “víctimas” y cuestionan la autonomía, la coerción y la explotación en la toma de decisión de dedicarse a la prostitución; sostienen que no escogieron ese estilo de vida y usualmente son obligadas a vender su cuerpo. En este sentido, promueven la total prohibición a través de la persecución y castigo sobre los que promueven (proxenetas) y hacen uso (clientes) de esta actividad, para lograr así desterrarla de la sociedad.
Somos muchos los que soñamos con vivir en un mundo en el que las mujeres no sean vistas como bienes de consumo, ni mucho menos que sean obligadas a mantener relaciones sexuales con extraños. Sin embargo, lamentablemente esto no resulta tan sencillo. Diversos análisis concluyen en que el principal motivo para ingresar al mercado de la prostitución está asociado al factor económico. En el mundo real, donde los problemas de escasez como la pobreza o el desempleo no se solucionan de un día para otro, y en donde las cuentas por pagar no dan espera, la total prohibición conduciría, en el mejor de los casos, a que la prostitución se vuelva más riesgosa, menos controlada y a que siga sumergida en un mercado negro, con todas las implicaciones a nivel económico que eso supone…
La prostitución es un mercado como cualquier otro, pero con ciertas particularidades. En primer lugar, en ciertas instancias se desenvuelve en una economía sumergida porque: (1) alude a la existencia de actividades económicas no contabilizadas, (2) hace parte de la economía informal y (3) se lleva a cabo en el marco de la ilegalidad.
Adicionalmente, su oferta es altamente heterogénea, lo cual vuelve más complejo su análisis. Existen mujeres que ofrecen servicios sexuales en las calles, otras desde establecimientos comerciales, otras desde páginas o aplicaciones de internet, etc. Algunas se dedican tiempo completo, mientras que otras complementan esta actividad con estudios o trabajo. Algunas son mujeres mayores de edad, mientras que otras son solo unas niñas. En cuanto al nivel socioeconómico, también existen discrepancias, pese a que la mayoría se encuentra en una situación de alta vulnerabilidad.
Por ello, es importante no hacer generalizaciones, pues en este amplio espectro de posibilidades hay distintos niveles de autonomía, coerción y explotación. Están quienes tienen la –remota- posibilidad de encontrar otro tipo de trabajo, así sea menor remunerado, y no son ni engañadas, ni secuestradas, pero permanecen en el mercado de la prostitución por las enormes prebendas percibidas. Y está la amplia mayoría, que se desempeña en condiciones laborales precarias (bajos salarios, sin seguridad social, etc.), donde lo devengado solo alcanza para la subsistencia y no superaría lo que ganarían en alguna actividad alternativa, en el caso de llegar a encontrarla. Por esta razón, es preciso pensar en alternativas de solución a esta problemática segmentada.
Desde la economía institucional, Douglas North y Roger Leroy plantean que la legalidad en el mercado de la prostitución facilitaría el acceso a la información, lo que le permitiría aproximarse más a un modelo de competencia perfecta (sin asimetrías de información). Así, si se llegaran a presentar y conocer casos de enfermedades de transmisión sexual en algún establecimiento u oferente, los precios se jalonarían a la baja, ante la menor demanda por servicios (clientela). Por otro lado, las prestadoras de servicios sexuales incluirían en menor medida en sus tarifas el factor riesgo asociado a las enfermedades venéreas, a ser arrestadas en la calle, al pago de sobornos, presionando a la baja los precios de mercado, y ulteriormente (dependiendo de las características de los clientes) la rentabilidad del negocio. Además, la legalidad también generaría beneficios sociales asociados a la reducción de la incidencia de ETS en otros entornos.
Por las razones señaladas en las líneas previas, se puede argumentar que la prohibición no siempre es la mejor medida para abordar los mercados sumergidos como el de la prostitución. En su lugar, debemos enfocarnos en modificar el contexto en el que se originó: faltas de oportunidades laborales y falta de amor propio. Si no se abordan estas circunstancias, la abolición del mercado de la prostitución marginaría aún más a estas mujeres, pues al fin y al cabo, al menos en el ámbito económico, muchas veces es su única opción, y cuando no, la falta de amor propio no les permite contemplar otras posibilidades.
Si bien es cierto que una correcta regulación no resuelve el problema, y un claro ejemplo es el Barrio Rojo de Amsterdam, al menos dignifica las condiciones laborales de las mujeres, permitiendo que se trate como cualquier otra actividad económica y propiciando que se ejerza de forma voluntaria y, que menores de edad no puedan ingresar tan fácilmente en el negocio. Para erradicarla completamente, las acciones son mucho más retadoras que la prohibición.
En primer lugar, es preciso inculcar respeto por nosotras mismas, entender que debemos brindarle amor a nuestro cuerpo como fuente de divinidad y no permitir que nadie se aproveche de él, que tener relaciones sexuales con cualquiera no es una trivialidad, sino que tiene profundas implicaciones no solo a nivel de salud, sino nivel interior que ulteriormente terminarán afectando negativamente nuestras emociones, nuestra forma de relacionarnos con nosotras mismas y como dirían en francés nuestra “higiene de vida”. Además, tal como se insinuó previamente, se debe insistir en generar las condiciones económicas (oportunidades de estudio y trabajo) que disuadan el ejercicio de la prostitución.