Los cambios ocurren constantemente. Nuestro cuerpo da fe de eso, continuamente, estamos cambiando desde las pestañas hasta las células. Todo el tiempo pero, sin embargo, nos resistimos a aceptar esos cambios como parte inherente de la vida. Aún más, les tenemos miedo.
Existen innumerables explicaciones sobre el porqué tenemos tanto miedo a los cambios.
En líneas generales, nos produce temor el creer que no sabremos cómo enfrentar
situaciones nuevas en las que no tenemos el control. Además, mantenemos la creencia de
que con los cambios podríamos perder lo que tenemos, y de que, si nos equivocamos,
quedaríamos como unos tontos delante de los demás.
Pero esos miedos, en sus diferentes intensidades, son una señal de resistencia que impide lo nuevo del nuevo día por vivir. Es ahondar en el pre-juicio de “más vale malo conocido, que bueno por conocer”, cancelando, por miedo, las infinitas posibilidades de recrear, positivamente, lo que está por suceder.
Además, recuerda que lo que se resiste, persiste. A mayor resistencia al cambio, mayor será el miedo mismo de cambiar. Y así, podremos estancarnos sin darnos cuenta de que igual, queramos o no, la vida sigue el curso que le damos con nuestras intenciones, emociones, sentimientos y razones.
¿Cómo vencer la resistencia negativa al cambio?, ¿Cómo salir de la victimización o auto saboteo?
Lo primero es detener las quejas, los llantos, las peleas, las culpas, las maldiciones…
Aceptar que tenemos miedo a la nueva realidad que llegó. La aceptación es un estado de bendición, de plenitud y de paz.
Aceptar es el primer abrazo a los cambios. Cuando estamos en este estado, dejamos de luchar, nos entregamos a nuestro yo íntimo que compartimos con la divinidad, es una sensación de seguridad como la que siente un bebé en los brazos protectores de su madre.
En la lucha, respiramos entrecortado como si nos faltara el aire; en la aceptación, nuestro pecho y abdomen se liberan y el aire, que es energía, entra y sale sin tropiezos.
La palabra aceptar es un verbo transitivo que significa recibir voluntariamente lo que se da: aprobar, asumir, dar entrada. El término proviene del latín acceptare (recibir, aceptar, admitir, aprobar, acoger, hospedar). A su vez, el participio pasado del verbo es acceptus que significa grato, bien recibido, amado.
La aceptación no es una derrota, más bien es un acto de amor y, como todo amor, se necesita de una gran valentía y coraje para aprobarlo y recibirlo.
De este primer abrazo, pasamos al segundo que es revisar nuestras creencias limitantes, preguntándonos: ¿Qué sentimos, percibimos, creemos y pensamos de la nueva situación que está irrumpiendo?
En nuestra esencia somos seres llenos de dones y virtudes. Desde un punto de vista espiritual, diríamos que compartimos la divinidad con Dios mismo: “hechos a imagen y semejanza”, por lo que las limitaciones las hemos creado erróneamente, pero de tanto repetirlas se han convertido en un velo que pareciera verdad.
Tal vez, en este momento, necesites ayuda de alguien, bien sea un terapeuta o una amistad que tenga a bien escucharte sin juicios. Es una bendición tener la oportunidad de revisar nuestras creencias más profundas, porque así conoceremos un poco más lo que subyace en nuestro inconsciente.
He aquí uno de los mejores beneficios de los cambios: nos acercan a nosotros mismos, a lo que creemos, sentimos y pensamos. Lo cual, invariablemente, provoca una toma de conciencia que nos impulsa a la trascendencia.
El inconsciente es como nuestro ADN de memorias adquiridas a lo largo de la existencia, tanto de la nuestra como la de nuestros padres y demás ancestros. Allí se alberga lo que C. Jung llamó el inconsciente colectivo, al cual es difícil accede a través de la mente racional, más bien le llegamos por los caminos verdes de los estados alterados de consciencia, los cuales pueden ser inducidos por los cambios en nuestras vidas.
El bioquímico y doctor en neurociencia Joe Dispensa, dice que si cambiamos nuestros pensamientos, automáticamente cambia lo que escogemos, así como también nuestro comportamiento, experiencias y estado emocional. “Y todo ello dará lugar a importantes cambios biológicos y fisiológicos en el cuerpo y el cerebro. En cierto modo, seremos otros”.
Cuando descubrimos nuestros miedos, los encaramos, los respiramos, develamos nuestra capacidad de movilizarnos y pasar a la acción, es decir, planificar objetivos. Este es el tercer abrazo a los cambios.
La consciencia del cambio nos lleva a preguntarnos qué es lo que queremos en nuestras vidas. En ese instante, abrimos nuevas realidades, nuevas posibilidades.
Dispensa dice que el lóbulo frontal del cerebro selecciona diferentes redes neuronales, cosas aprendidas o experimentadas que se conjugan en un nuevo escenario, creando algo diferente.
“Si la persona puede empezar a imaginarse escogiendo nuevas opciones en su vida, llegando a unas nuevas metas y experiencias, lo que nos enseña la investigación es que, al recrearlo mentalmente, está preparando su cerebro para que parezca como si la experiencia ya hubiera tenido lugar. Y si puede conjugar su intención con una emoción elevada como la alegría, la gratitud, el aprecio o la inspiración, su cuerpo empieza a creer que está viviendo esa realidad futura. Está señalando nuevos genes para adaptarse a la experiencia que aún no ha ocurrido”, enfatiza Dispensa.
El cuarto abrazo comienza con la pregunta: ¿Cómo voy a conseguir materializar los nuevos sueños que han surgido?
La respuesta es con nuestras fortalezas y cualidades que nos han acompañado desde que nacimos y que hemos desarrollado en el devenir de la vida. Ante los cambios, la inteligencia que somos aflora con dones nuevos y conocidos como una manera de protegernos, dándonos confianza en nuestro potencial creador y recreador de nuevos significantes.
Además, y muy importante, es saber que no estamos solos en el desafío de vivir los cambios. Viktor Frankl, neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco, dice que “La
autorrealización existencial no puede efectuarse sin los demás”.
Es preciso lanzar puentes de una existencia a la otra… Esto significa que, el ser humano, se proyecta más allá de sí mismo, se dirige a algo que no es él mismo: hacia algo o alguien, a un sentido que hay que cumplir o a otro ser humano a quien encontramos”.
Esta consciencia de formar parte de una familia, un grupo, una comunidad, nos hace sentir fortalecidos. La empatía es un alimento para el alma. Cada vez que ayudamos o somos apoyados amorosamente, nuestra esencia brilla en expansión.
Para Frankl, “el hombre apunta por encima de sí mismo hacia algo que no es él mismo, hacia algo o hacia alguien”.
El quinto abrazo es la actitud positiva de cultivar nuestra propia felicidad. Sentirnos responsables de nuestras decisiones y de sus consecuencias, implica que nuestro
bienestar no depende de otros.
Asumir los cambios, incluye salir del corsés de la melancolía que nos lleva a pensar en el pasado. Nuestra mente entra en resonancia con nuestro estado
emocional. Si estamos felices , pensaremos en clave expansiva (positiva), si estamos tristes, enganchados con la melancolía de lo que haremos, habrá una connotación perenne negativa y limitante.
Todo cambio implica un nuevo escenario en el que podemos encontrar problemas que solucionar y oportunidades para disfrutar.
Estando muy agobiados por el cambio, nos ofuscaremos y solo veremos problemas derivados. Entonces, nuestra mente habrá entrado en resonancia negativa y no podremos ver el tren de oportunidades que está pasando justo delante de nosotros.
Prestemos atención al color de los pensamientos. Salgamos de la monocromía y propiciemos un pensamiento rico, con una amplia paleta de colores.