El planeta Tierra se encuentra en crisis ecológica. El calentamiento global, el agotamiento de los recursos naturales y la pérdida de la biodiversidad son consecuencia de una idea capitalista de progreso, que sobrepone el usufructo económico a la sustentabilidad de la vida.
A partir de la Revolución Industrial y su respectivo despliegue de consumo energético, centrado/justificado en el crecimiento lineal de la economía, tuvo lugar una aceleración en los procesos de intervención destructiva de la naturaleza, conllevando a la inauguración de una “nueva era geológica”: el Antropoceno[1].
El Antropoceno es situado como uno de los conceptos claves en el Informe Especial sobre Calentamiento Global[2] de 1.5°C, divulgado por el IPCC[3] el pasado 8 de octubre. En dicho informe, el destacado grupo de científicos señalan que se alcanzará 1.5 °C por encima de niveles pre-industriales, entre 2030-2050. En el marco de este informe, se proyectan los caminos de emisión de gases efectos invernadero, de cara a generar estrategias de mitigación del cambio climático, pues éste arriesga la posibilidad de promover el desarrollo sostenible y erradicar la pobreza a nivel mundial. En otras palabras, se propone aunar esfuerzos internacionales para dar sentido práctico a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), contemplados en la agenda 2030 de Naciones Unidas, planteando un contrafuerte a los desafíos manifiesto de la crisis ecológica que nos atañe.
Es claro, por tanto, que nos enfrentamos a un reto colosal. No basta con impulsar consumos encaminados a apuestas renovables que comprometan poco o en menor medida a los ecosistemas, sino que, además, tendremos que trabajar por la equidad ambiental global, la equidad de género, la equidad en los proceso de participación y toma de decisiones respecto del cambio climático.
Es decir, el examen sobre el calentamiento global no se acota desde una perspectiva científica, debe también ser abordado desde análisis socio-económicos y geopolíticos, que den cuenta de la estructura multidimensional que lo compone. Esto es, revisiones que permitan comprender las dinámicas de desigualdades e injusticias socio-ambientales, que tejen esquemas dispares en la responsabilidad y posibilidad de reacción a los efectos del cambio climático. Por ejemplo, la carga ambiental generada por países con un nivel de “desarrollo superior” es mayor a la correspondiente a países en vía de desarrollo; esto supone una responsabilidad histórica distinta, donde además debe ser tenida en cuenta la variable de relocalización de proyectos extractivistas,
Por tanto, los conceptos de justicia y equidad, se configuran como ejes transversales en el proceso de elaboración de respuestas a la crisis. Conceptos a su vez encadenados con la promoción de derechos humanos, el respeto por la diversidad cultural, la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer. Ahora, en una revisión llana podría cuestionarse la directa vinculación entre las tres últimas categorías y el calentamiento global. La respuesta es aparentemente simple: la población más propensa a padecer los efectos de la crisis ecológica, es aquella que se sitúa en rangos de pobreza y son las poblaciones denominadas como “étnicamente diferenciadas” y las mujeres, quienes potencialmente cubren este grupo.
En consecuencia, la gestión de la crisis ecológica actual, más allá de generar lineamientos de mitigación y adecuación del sistema de consumo, deberá impulsar espacios de deliberación intercultural. La apuesta occidental del desarrollo, al basarse en una concepción antropocéntrica fuerte, anclada en el principio de individualismo y potenciada desde una visión universalista, ha promovido no sólo el detrimento ecosistémico, sino también, la restricción de escenarios plurales que permitan el desarrollo de la autonomía cultural, poniendo en tela de juicio el respeto a cosmogonías de orden teocrático y biocéntrico.
Además de ello, deberá generar una estrategia de revisión política en clave de género que permita visibilizar la feminización de la pobreza, los riesgos y afectaciones específicas, con miras a encaminar una justicia ambiental que vincule las variables de raza, clase y género.
En el marco del género, se proponen al menos las siguientes líneas de trabajo para responder, de manera diferenciada y comprometida, a los riesgos que padecen las mujeres en el marco del cambio climático. Estas son: 1. Acceso a la salud y capacidad de respuesta a los desastres naturales; por ejemplo, en el ciclón ocurrido en Bangladesh en 1991, el saldo de mujeres fue cinco veces mayor que el de hombres[4], debido, entre otras cosas, a que no se les enseña a nadar. 2. Vulneración de derechos; en situaciones de desastres ambientales las mujeres y las niños quedan en altos grados de exposición a violaciones y hostigamientos. 3. Visibilización y empoderamiento; a pesar de que las mujeres en sociedades rurales suelen dedicarse a la agricultura y a la seguridad alimentaria, no son necesariamente tenidas en cuenta en los procesos de capacitación para responder a alteraciones climáticas. Peor aún, es menor la probabilidad de que les sean otorgados créditos para emprender estrategias sostenibles. Desde luego, esto tiene un impacto directo en las posibilidades de mejorar sus ingresos e incrementar sus niveles de independencia económica, pero también, en su visibilización política como agentes de transformación local.
La revisión en clave de género tal y como ha sido expuesta propone unos derroteros de transformación, enmarcados en las apuestas de equidad, derechos humanos y desarrollo sostenible, apalancados por organismos multilaterales como la ONU. En otras palabras, se persigue ajustar o de cierta manera “perfeccionar” un modelo de progreso, que se basa en una visión de desarrollo, sustentada en un sistema que compromete, por una parte, la dinámica cíclica de la biosfera en virtud de la acumulación y por otra, confronta con cierta timidez la herencia patriarcal moderna, desde la cual han sido construidos los roles de género, que disminuyen y relegan a la mujer, incluso la invisibiliza. La invisibilización en mayor medida sucede, con el desconocimiento de la responsabilidad y valor social de los cuidados.
El reclamo no apunta a que los cuidados sean realizados por las mujeres, sino la forma cómo han sido distribuidas la responsabilidades, el desconocimiento cultural de la importancia de estas tareas, así como la rigidez en las estructuración de los roles que jerarquizan, por motivos de género, la participación en los planos social, político y económico.
Lo anterior nos lleva a plantear que, para lograr una equidad de género en el ejercicio de los derechos con un enfoque de sostenibilidad, no basta con intentar perfeccionar el sistema imperante. Digamos que es un punto de partida para la sensibilización pero no debe ser el fin; de ser así sería un esfuerzo insuficiente.
Nuestra ruta de lucha por la equidad, la supervivencia y la preservación del planeta, deberá promover una revisión “profunda que permita indagar por dónde deben caminar los procesos económicos y sociales para ser compatibles con los ciclos naturales”[5], de cara a generar una conciencia activa sobre las relaciones de ecodependencia, cooperación e interdependencia entre los seres humanos.
Debemos generar caminos que nos permitan vencer al menos dos pretensiones miopes: pretender la igualdad de géneros en un entramado patriarcal y pretender afrontar la crisis ambiental con medidas eco-capitalistas. En este sentido, se propone transitar por las esferas ecofeministas que “ofrece[n] una alternativa a la crisis de valores de la sociedad consumista e individualista actual. Las aportaciones de dos pensamientos críticos —feminismo y ecologismo— nos dan la oportunidad de enfrentarnos al sexismo de la sociedad patriarcal al tiempo que descubrimos y denunciamos el subtexto androcéntrico de la dominación de la Naturaleza ligada al paradigma del conquistador, el guerrero y el cazador”[6].
¡Reaccionemos! Sólo cuando sea posible comprender las dimensiones de la crisis ambiental y civilizatoria del presente, será interiorizada la defensa por el fomento de la ética de los cuidados y la ecologización de la política y la economía. Será en ese momento, quizás no antes, cuando se presente el verdadero cambio.
Laura Barona Vallejo
[1] El Antropoceno aduce a una era marcada por la intervención antrópica, caracterizada por cambios promovidos por los seres humanos, que superan la capacidad de carga del planeta y ponen en riesgo al ecosfera.
[2] Ver Summary for Policymakers
[3] Intergovernmental Panel on Climate Change
[5] Herro, Y. (2013) Medio ambiente y desarrollo. miradas feministas desde ambos hemisferios. p.77.
[6] Puleo A. (20130) Medio ambiente y desarrollo. miradas feministas desde ambos hemisferios. p. 39