Ya son tres temporadas del famoso y exitoso reality La isla de las tentaciones. En él cinco parejas (heterosexuales) son llevadas a una zona aislada y divividas en dos casas, por un lado, los hombres acompañados de mujeres “tentadoras”, y por otro, las mujeres con hombres dispuestos a tentarlas también. A partir de ese momento las parejas deben “poner a prueba su amor”, demostrar que es real y que son la unidad ideal.
Estamos en 2021 y el reality ya va por su tercera temporada, aunque quizá ciertos comportamientos ya chirríen más que hace apenas diez años. Los celos, las inseguridades, los comentarios despectivos de ellos hacia ellas y viceversa son realmente preocupantes. Sin embargo, si verdaderamente el programa vende como alarmante son los cuernos. Hasta que alguno de los concursantes no rebasa esa línea la relación funciona. Se vende la fidelidad sexual como el máximo exponente de respeto hacia la otra persona de la relación. No importa la indiferencia o cómo te haga sentir tu pareja siempre que seas su propiedad sexual exclusiva.
Se emite el mensaje de que tener una “tentación” al lado y ser fiel es la mayor prueba de respeto y amor, y la mejor manera de reforzar una relación. Pero lo cierto es que se está tratando a las tentaciones como meros objetos sexuales y fomentando la idea de que, si uno se “resiste” a ello, el amor por la pareja es el más puro y real, y todo lo demás es lo que menos peso tiene.
El mito de la “media naranja” se ensalza constantemente. La necesidad de mostrarle a la pareja que no eres nada sin él o sin ella, que tú vida no tiene sentido, principalmente cuando sabes que las cosas no están bien y se utiliza como medio de chantaje y manipulación hacia los sentimientos de la otra persona coaptándola. No saber estar solo o sola y perder la autosuficiencia y sufrir por ello es hasta reconfortante.
Extrañar a la pareja llega a ser enfermizo: el no poder desarrollar planes o propósitos de forma individual como una persona con vida propia solo plasma lo que nos enseñan desde pequeños: tener la necesidad de disponer de alguien al lado constantemente para poder alcanzar lo que queremos y ser alguien en la vida.
Como es de esperar, son ellas las ligonas, las que hacen lo que quieren y sus novios no tienen otra opción más que sufrir. Por ejemplo, cuando una de las concursantes de la segunda temporada, Melyssa, está cansada de la situación de menosprecio y de nos sentirse apoyada por su pareja, y le hace saber cómo se siente al respecto, ella es tratada como una loca obsesiva, una controladora con una actitud desmesurada, porque al final las mujeres siempre somos unas exageradas cuando comunicamos a nuestras parejas lo que no podemos tolerar de la relación.
En pocas ocasiones a este tipo de programas les importa cómo se sienten las concursantes, y cuando los hacen simplemente se trata de una manera de aumentar la audiencia. Lo único que se está manifestando es que sentirse invalidada y anulada por tu pareja no es suficiente para poner fin a una relación, y nos enseñan que debemos luchar por cambiar a ese hombre que tanto nos ama y, al final, somos nosotras las que nos debemos gastar física y emocionalmente por mantener nuestra relación y no hay un límite.