La igualdad ante la ley es deseable, es necesaria. Tener los mismos derechos y libertades es una condición indispensable para ejercerlos y velar por su garantía. Sin embargo, una cosa es lo que ocurre en el mundo de las ideas, o en el papel, y otra es la que vivimos en el día a día. En el caso de la desigualdad de género, pensamos que hombres y mujeres han alcanzado las mismas oportunidades y los mismos derechos. Como si ya todo estuviera hecho al respecto. La cotidianidad es, no obstante, una cosa distinta.
En los hogares, la prevalencia de los estereotipos y roles de género sigue siendo una fuente de inequidad que se manifiesta en pobreza de tiempo y disminución de ingresos económicos para las mujeres. De esta forma, la sociedad oculta, bajo una falsa sensación de igualdad, verdaderas injusticias que refuerzan el statu quo y sus formas sutiles de opresión. Empezar a cuestionar lo que nos es dado como natural es el primer paso para eliminar los obstáculos que nos impide ser sujetos plenos y con posibilidad de acceso a las condiciones de realización individual y colectiva.
El pasado 21 de marzo, el Departamento Nacional de Estadística publicó los resultados de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT), correspondiente al año 2020. Este instrumento de medición se aplica cada cuatro años y se usa para saber la manera en que colombianas y colombianos invierten su tiempo de vida, según las horas diarias dedicadas a las actividades de trabajo no remunerado, de trabajo remunerado y de uso personal.
Con respecto al año 2016, se evidencia un retroceso en la redistribución, entre hombres y mujeres, de las labores de cuidado no remunerado. Mientras que en el año 2016 los hombres dedicaban un promedio de tres hora y trece minutos al trabajo doméstico; para el 2020, este dato disminuyó seis minutos. Por el contrario, en el 2016, las mujeres dedicaban 6 horas y cincuenta minutos a estas actividades. Actualmente, dedican un promedio de ocho horas diarias. Más del doble que el de sus pares masculinos, asumiendo así el aumento en las necesidades de cuidado, las cuales se han exacerbado con la pandemia del COVID-19.
Fuente: Elaboración propia con datos del DANE (2021)
En buena medida, esta inequitativa distribución de trabajo no remunerado, donde se contabilizan actividades como la preparación de alimentos, el mantenimiento de vestuario, la limpieza, las compras y administración, el cuidado físico a personas del hogar, los traslados relacionados y el voluntariado, se explica por la prevalencia de estereotipos y roles de género. De acuerdo con la ENUT, el 67,3% de la población está de acuerdo o muy de acuerdo en que las mujeres son mejores que los hombres para el trabajo doméstico.
Fuente: Elaboración propia con datos del DANE (2021)
Y puede que así sea, que las mujeres sean más hábiles para realizar las actividades de cuidado no remunerado, pues desde muy temprana edad son educadas para desempeñarse en ellas. Pero no es porque exista algo innato que las haga mejores al respecto. No se trata de instinto. Si un hombre adquiere los mismos conocimientos, seguro que puede cocinar los alimentos o fregar los trastos igual de bien. Parece algo simple de entender, pero no es tan obvio. Los datos lo comprueban.
Mucho hemos avanzado en el desmonte de otras expectativas de género. Por ejemplo, el 65,5% de las personas están muy en desacuerdo o en desacuerdo frente a la afirmación de que la meta principal de una mujer es casarse y tener hijos. El 76,1% coinciden al estar muy de acuerdo en que ambos, hombres y mujeres, deben contribuir a los ingresos del hogar. Creemos, generalizadamente, que el lugar de las mujeres ya no es solo la cocina y la crianza de sus hijos. No obstante, aún nos cuesta aceptar que el cuidado, al igual que el trabajo remunerado, es responsabilidad de todas y todos.
Desgenerizar el cuidado es un imperativo para alcanzar la igualdad. Es necesario universalizarlo, tal como lo hemos hecho con la participación en el mercado laboral. Actualmente, las mujeres casi igualan a los hombres en el tiempo dedicado al trabajo remunerado -aunque no se haga en condiciones equitativas y los ingresos sean menores para las mujeres-. Pero las consideraciones sobre el cuidado de los hogares y la vida siguen siendo el gran pendiente de la equidad.
La desigualdad se manifiesta de muchas maneras y, en este caso, se esconde tras la forma en que nos organizamos para sostener la vida. Incluso, acá entran en consideración las autopercepciones y el lugar que esperamos ocupar en la sociedad. Los hombres esperan seguir asumiendo roles dominantes en todas las esferas, incluida la doméstica. Frente a la pregunta si los hombres deben ser la cabeza de hogar, es notable la diferencia de género en las respuestas. El 49% de las mujeres encuestadas contestaron contundentemente que están muy en desacuerdo, mientras que la opinión de los hombres se encuentra más dividida.
Fuente: Elaboración propia con datos del DANE (2021)
Desmontar privilegios implica asumir otras responsabilidades. Es por esto que cuesta tanto lograr la igualdad en la distribución de trabajo no remunerado, porque cuestiona un lugar de comodidad, y de dominación, sin que existan incentivos suficientes para abandonarlo. Quizás la tarea es, también, reflexionar sobre las percepciones que hemos interiorizado, hombres y mujeres, y que seguimos incorporando a través de la socialización y la educación.