La sexualización de las niñas no es un fenómeno nuevo. Desde que son pequeñas y adquieren sus barbies o Brats favoritas-patrón exteriorizado que ha cambiado mucho en los últimos años-las muñecas presentan un molde totalmente cosificado: faldas cortas, el cuerpo socialmente aceptado, tacones y maquillaje impoluto. Estos valores hacen que las niñas integren como suyas pautas que no son propias de su rango de edad, y que solo reproducen una madurez irreal, y otorgan un mayor peso al físico y la seducción por delante de cualquier otra cualidad de la infancia.
La llegada de las redes sociales ha hecho, además, un flaco favor al problema. Si hace unos años esta sexualización infantil femenina se producía en los anuncios publicitarios de televisión y prensa de múltiples maneras como: la forma de vestir, las poses y actitudes sugerentes, la presentación de disfraces infantiles con matices sexuales, e incluso actividades de ocio que promueven la cosificación y los roles de comportamiento, hoy en día plataformas como Instagram o Tiktok han logrado normalizar el cuerpo de las niñas como objeto de consumo casi sin cuestionamiento.
Este hecho no es producto de la casualidad. Si hace un tiempo esta situación era producto del sistema patriarcal, hoy en día debemos añadirle el sistema capitalista. El primero ha logrado fijar el cuerpo de la mujer como un ser sexual y deseable constantemente, el segundo ha conseguido que sea un elemento de mercancía.
Las redes sociales han hecho creer a millones de personas-principalmente niñas y adolescentes- que exhibirse ante una cámara semidesnudas o completamente desnudas es empoderante y las hace libres, pero lo cierto es que están siendo utilizadas como objetos y ofreciendo sus cuerpos al capital -y cada vez a edades más tempranas-.
Determinar el valor de una persona simplemente por su atractivo o su comportamiento sexual, acorde a un patrón que pone el foco del encanto físico con ser sexy, la imposición de la sexualidad o su objetualización-así define la American Psychological Association (APA, 2007) la sexualización femenina- no solo provoca la pérdida de la identidad individual como persona con un discurso narrativo propio, sino que incentiva y motiva la aparición de múltiples trastornos tanto psicológicos como físicos.
La infancia también es uno de los periodos en los que se conforma en cierto grado la personalidad y la aceptación propia. Por ello, si ambos elementos son forjados bajo la belleza ideal de la sociedad del momento y con unas ideas superficiales, solo se potencian personas inseguras, débiles y con poco apego personal, por lo que son muy susceptibles ante la opinión externa. De igual modo que acentúa la violencia hacia las niñas y favorece las opiniones sexistas que terminan afectando en el futuro negativamente con acoso sexual, diferencia laboral o minusvaloración de los propios logros. Además, tratar de alcanzar los cánones de belleza fijados puede llevar a trastornos alimenticios severos con una base psíquica.
Tampoco se deberían ver sometidos a un proceso de maduración precoz, por lo cual deben asumir patrones de comportamiento que no están al alcance de su comprensión, e incluso acaba generando que se olvide cultivar el intelecto y solo importe el físico. Esto último es muy importante porque en muchas ocasiones esto acaba desembocando en la anulación de las mujeres en la adultez, y es lo que da lugar a los estereotipos sexistas que vulneran la sexualidad y alimentan la desigualdad y la violencia sexual y de género.