Esta vez no les presentaré un artículo de opinión. No encontrarán cifras, ni argumentos en las siguientes líneas. Hoy quisiera hacer visible una pequeña historia, pero un gran testimonio, que entre líneas hace un intento por desvelar la vivencia del abuso desde su faceta más sutil, cotidiana y peligrosa.
Y con ilusión compró aquel gorro para el frío, porque después del esfuerzo económico más grande iría muy lejos a ver al que ella llamaba su amor.
Con alegría se lo colocó el primer día del viaje del encuentro, pues quería verse radiante para lo que él llamaba el viaje de su vida.
Pero durante el paseo, e incluso después, él no hizo más que burlarse sutilmente del gorro, remarcarle entre risas lo feo que era y lo rara que se veía con él. Ingenuamente, ella reía con él, no quería otorgarle importancia, a fin y al cabo era sólo un gorro, pero en el fondo le acongojaba.
Después de eso, ella eventualmente siguió utilizando el gorro, aunque lo portaba con cierta vergüenza. Cuando lo hacía, inevitablemente lo miraba con desdén. Lo primero que se le venía a la cabeza era lo poco agraciado que era, pues de tanto escucharlo de la persona que se suponía que procuraba su bien, poco a poco caló en su ser, poco a poco se lo creyó.
El tiempo pasó. Dos años después de atravesar el dolor, cuando ya sabía que su amor nunca existió y que aquel viaje que tanto le recordaba como el viaje de su vida, no fue sino el viaje hacia la muerte, un buen día volvió a colocarse el gorro.
Dos personas desprevenidas le expresaron cuán bonito era, aunque ya estuviera viejo. Ella no lo creía, aún permanecía la idea que era feo y les contó la historia del gorro. Asombro. Revelación…
Rememoró cuando él le decía sus habituales descalificativos:
Exagerada.
Mentirosa.
Grosera.
Maleducada.
Problemática.
Irracional… y tantas otras cosas más.
…Tanta oscuridad más, que dan para muchas historias más…
Sin embargo, ante esto, ya no reía. Confusión, ambivalencia y frustración era lo que sentía. Ya no se trataba de un objeto, se trataba de ella y de su identidad. Muchas veces le pedía que no la tratará así; no era necesario. Lo que ella no sabía es que para él sí era necesario. Era su combustible. Destruir su identidad y su autoestima consolaba su falta de identidad, su baja autoestima y su vacío interior.
Sus demonios eran como un cáncer, pero en vez de consumir poco a poco el cuerpo de ella, le consumían poco a poco el alma. Al igual que como con las enfermedades más graves del cuerpo, requirió mucho tiempo y mucha ayuda de otros para restaurar su alma, pero con la diferencia que casi nadie lo vio.
¿Y él? Y ahí sigue por la vida, tan impoluto y magistral a los ojos del mundo.