Resulta muy reconfortante creer que cada individuo obtiene lo que merece en base a su esfuerzo. Esto se conoce como meritocracia. El término fue acuñado por Michael Young en su libro The Rise of Meritocracy, en 1958, y posteriormente comenzaron a surgir otros autores que analizaron el término desde un punto de vista crítico. Max Beber, lo trató en su libro Economía y Sociedad en 1992. Para él, son los grupos dominantes y con poder los que intentan justificar sus privilegios al verlos como fruto de su propio mérito. En nuestros días, el filósofo Michael Sandel en su obra La tiranía de la meritocracia se ha mostrado como fuerte detractor de lo que supone el término.
La meritocracia promete a todos los individuos lograr aquello que se proponen, partiendo de las mismas oportunidades, si trabajan duro para conseguirlo. El primer y principal problema parte de la propia definición: las personas no disponen del mismo punto de inicio. Podríamos comparar a un estudiante que está a punto de acceder a la universidad y proveniente de una familia obrera que reside en el barrio de Vallecas (barrio tradicionalmente de clase obrera de Madrid) con otro del barrio de Salamanca (barrio de clase alta en Madrid).
El segundo dispone de la capacidad económica para poder preparar el examen de acceso a la universidad, y lograr así la nota de corte, mientras que el primero se verá obligado a prepararlos por si mismo. Incluso en el segundo caso, si el estudiante no alcanza la nota exigida, podrá acceder a una universidad privada, mientras que el primero se ve obligado a esforzarse doblemente para conseguir una plaza en la pública. Por lo que los padres con altos ingresos económicos podrán dar a sus hijos la ventaja de una buena formación educativa, mientras que los hijos e hijas de clase media se verán obligados a heredar la pobreza de su familia en múltiples ocasiones.
Otro problema es la fuerte división social que promueve y crea. Aquellos individuos que tienen éxito tienden a creer que se debe plenamente a su esfuerzo y se olvidan de su estatus en el punto de origen. También tienden a creer que por su trabajo el mercado les otorga un mejor puesto, y los que no alcanzan sus metas es por que no se han sacrificado lo suficiente. La meritocracia lleva a potenciar seres soberbios que consideran bagos a quienes no tienen la misma posición social.
Esta arrogancia se pudo observar durante el confinamiento que vivió España en 2020 durante casi tres meses. Hasta aquel entonces el clasismo no permitía ver a las élites la importancia de sectores como la agricultura, ganadería, transportes, servicios de limpieza, reponedores, y muchos otros que estaban en el olvido, y que no se valoraban pertinentemente.
El Estado de Bienestar también se puede ver lastrado por el principio meritocrático. Los grupos sociales acomodados consideran que no deben aportar lo mismo a las arcas públicas ya que ellos no hacen uso de los servicios que el estado ofrece, porque con su sacrificio han logrado acceder a otras prestaciones privadas. Justamente las políticas sociales son aplicadas para que la desigualdad social no castigue continuamente al mismo conjunto de la población y, además, reducirlas.
La lucha por el éxito y la supervivencia se vende constantemente como una competición individual y solitaria. La meritocracia se sustenta justamente en esto que el capitalismo y el liberalismo venden como conquista: la idea de que la victoria se logra luchando contra los demás, y poniendo todo lo necesario de uno mismo para lograrlo-incluso agotando nuestra salud física y mental-. Desde el ámbito más conservador nos han hecho creer que el progreso colectivo es un lastre, y la cima está en el camino individual, y no es compatible con la igualdad.
Un ejemplo de lo erróneo que resulta esta idea está en la desigualdad que sufren las mujeres. Los esfuerzos y la capacidad del sexo femenino no son suficientes, en múltiples ocasiones, para lograr puestos de dirección o ser valoradas por sus competencias, y aceptar la necesidad de la igualdad entre los hombres y las mujeres no provoca menos libertad y derechos para ellos, sino que resulta beneficioso para ambas partes.
El gran problema de la meritocracia radica en que las oportunidades no son iguales para todos, y tratar de potenciar esta falsa idea solo consigue que los más acomodados sigan creyendo que la igualdad de oportunidades se logra en base a una batalla en la que los más pobres nunca serán vencedores, y solo asienta los pensamientos elitistas.