Hace una semana despedí a una gran amiga y aunque las circunstancias no me han permitido cerrar el capítulo de nuestra relación terrenal, la situación me ha revelado la importancia de la amistad para lograr una sociedad menos hostil con las mujeres.
Debo confesar que las primeras veces que vi a Juliana me intimidó, lo que supongo pasa frecuentemente con mujeres tan imponentes como ella, y es que la Julia no sólo llamaba la atención por su belleza, sino que su carácter no dejaba a nadie indiferente, era de esas personas que uno puede adorar o considerar insoportable. Indudablemente Juliana era una muestra de esas mujeres insumisas que defienden lo que creen a capa y espada, y aunque no voy a negar que en ocasiones me parecía muy terca, esa tenacidad es lo que más admiro de ella y lo que me permitió ver muchos de los preconceptos que tenía acerca de cómo se deben comportar las mujeres.
Cuando conocí a Juliana yo era una persona muy insegura de mis ideas, de mi apariencia y de mi valor, y no voy a decir que ella mágicamente me curó porque a pesar de su magnetismo ella también era insegura, pero compartir con ella me sirvió para ver que yo podía ser quien era, aun si la gente no me aceptaba, pues al final del día lo que importaba era que yo me permitía sentir y expresar lo que llevaba adentro, así como ella lo hacía la mayor parte del tiempo, gustara o no gustará a los demás, en otras palabras, si he conocido a alguien transparente, definitivamente es Juliana.
Con Juliana lloré, me reí, me pelié, me emborrache, perdí la esperanza en la humanidad, la recuperé de nuevo con perspectivas de proyectos, me inspiré, pase tusas y guayabos y hasta aprendí a cocinar y hacer aseo y si eso no es sororidad, no creo que exista nada que pueda llamarse así.
Muchas veces como ahora en las que me he sentido profundamente desconcertada por no entender que debo hacer ante las cagadas que la vida me pone delante, sentí que debía ser fuerte, ocultar lo que sentía y no hacer drama, o por el contrario apretar el botón interno de pánico y entrar en estado de crisis autodestructiva, de ahí me vinieron las dietas extremas, un poco de vigorexia mediocre, o pre comas diabéticos, pero esta vez es diferente, porque justo en tiempos recientes, tanto Juliana como yo, descubrimos el valor del amor propio, no como una actitud arrogante en la que una se convence de que no hay nadie mejor #bendecidayafortunada, sino como una forma de enfrentar todo aquello que nos da miedo con la certeza de que sin importar el resultado, una hace lo mejor que puede, y por lo tanto se perdona si falla y reconoce que el miedo está ahí todo el tiempo sin que eso impida que actuemos, la caguemos y volvamos a intentar.
Me considero afortunada por haber tenido a mi Juliana, esa amiga con la que me permití ser la mujer que soy y a la que espero haberle permitido hacer lo mismo y estoy convencida de que parte de romper con los estereotipos de género que afectan la identidad que construimos como mujeres, pasa por encontrarnos con personas que sienten, aman, temen y sueñan como nosotras mismas y que nos permiten ver todas sus aristas haciéndonos sentir menos extraterrestres de lo que normalmente sentimos que somos, ese encuentro es un regalo invaluable del que hoy le puedo dar gracias a la doctora Juliana Córdoba por habérmelo dado.