El feminismo no es un cuerpo doctrinal, tampoco una religión. Por eso, no necesitamos adherentes ni creyentes que se unan para evangelizar a otros y otras a través de discursos. No necesitamos poses ni modelos a seguir, tampoco ejemplos de las “buenas maneras”. Como proyecto político, el feminismo necesita plataformas de difusión y conversaciones en la agenda pública que estimulen la reflexión social. Para esta tarea es útil la voz de todas y todos; pero queremos amplificadores sinceros, no banderas vacías ni lugares comunes.
El feminismo es un proyecto ético y, por tanto, requiere transformaciones y prácticas conscientes, en lo colectivo y en lo individual. Las mujeres que hemos transitado por este camino lo sabemos y hemos vivido las contradicciones que conlleva este proceso de cuestionamiento constante y revisión permanente, pero ¿están los hombres preparados para ello? Si es así, ¿Cómo pueden los hombres acompañar la lucha feminista?
Mucho se ha escrito al respecto, empezando por enunciar que la labor de los hombres debe ser de apoyo, nunca de protagonismo, que no deben monopolizar los espacios ni la palabra, que no deben abanderarse de una lucha que no les atraviesa la piel y que, por sobre todo, deben evitar las agresiones hacia sus compañeras. Todo aquello está bien, pues pone unas reglas de juego dentro de unos escenarios que las mujeres nos hemos esforzado por mantener como lugares seguros. Pero, más allá de las cuestiones pragmáticas, estoy convencida de que la lucha activa, por parte de los hombres, requiere un compromiso fundamental con la construcción de relaciones igualitarias, en todos los planos, y el cuestionamiento constante de los propios privilegios. Esto desborda la simple declaración de principios e, incluso, el trabajo político y colectivo que puedan realizar en un momento dado.
¿Cómo se traduce aquello en características concretas? ¿Cómo sería una masculinidad guiada por una ética feminista? Las respuestas a estas preguntas no pueden ser unívocas y dependerán, en buena medida, de los contextos e historias de vida de cada uno. Sin embargo, recogiendo algunas ideas que han surgido de conversaciones, lecturas compartidas y reflexiones conjuntas, he podido encontrar algunos comportamientos que las mujeres si necesitamos para avanzar hacia la igualdad:
- Hombres con referentes femeninos
La admiración es un medidor sobre el tipo de valores, ideas y prácticas que nos guían y que buscamos replicar. La genialidad de artistas, escritores, políticos, etc. inspiran nuestras propias trayectorias profesionales o intelectuales. Por esto, poner atención en quiénes son nuestros referentes nos permite evaluar cuáles son las perspectivas que privilegiamos y el tipo de sentido que conferimos al mundo social.
Un hombre que mencione, constantemente y entre sus principales referentes, el trabajo y la obra de otras mujeres, primero, se sobrepone a la herencia tradicionalmente masculina que predomina en la mayoría de las artes, ciencias y disciplinas. Segundo, rescata del anonimato a las mujeres que la historia ha silenciado y, tercero, demuestra que ve en ellas sujetos plenos de consciencia y con completas capacidades. En otras palabras, aquello revela que ve a las mujeres como iguales. Puede parecer exagerado, pero no es un detalle menor.
Si un hombre, en sus conversaciones cotidianas, en su consumo cultural y en el quehacer profesional se preocupa por la representación paritaria es porque tiene internalizado el discurso, porque entiende la importancia del reconocimiento intersubjetivo y porque comprende la intencionalidad política de aquello.
- Hombres dispuestos a escuchar, escuchar de verdad
La escucha activa es una de las condiciones imprescindibles para la construcción de sentidos compartidos y de lo común. No es suficiente con permitir el acto del habla. Escuchar de verdad implica una voluntad consciente para entender el punto de vista que la otra persona nos expresa y lo que sus consideraciones implican.
Es, en primer lugar, aceptar que hay percepciones distintas, atravesadas por las experiencias vitales. Para recurrir a un término en creciente uso, esto podría asociarse con la empatía: la capacidad sentir y pensar a través del cuerpo y la biografía de la otra o el otro. Escuchar de verdad nos lleva a ello.
Cuando las mujeres expresamos que nos matan por el hecho de ser eso, mujeres, o que hemos sido acosadas y abusadas, no estamos esperando que nos digan que exageramos o que hemos creado una narrativa victimista. Queremos que se tomen en serio nuestras preocupaciones, miedos o testimonios, y que se haga algo al respecto, para que, al fin y al cabo, se reduzcan las vulneraciones a nuestros derechos.
Un hombre que practique frecuentemente la escucha activa con las mujeres a su alrededor, seguramente, podrá ejercitar sentimientos morales y capacidades sociales que construyan un mundo más habitable para todas y todos. El entendimiento profundo permite que crezca la creatividad y la innovación para solucionar los problemas, en lo privado y lo público.
- Hombres que asumen las labores de cuidado no remunerado
Desde la economía feminista, se reconoce que una de las principales fuentes de desigualdad entre géneros se ubica en la división sexual del trabajo. Tradicionalmente, las mujeres se ocupan de los trabajos de reproducción de la vida, es decir, de aquellas labores que aseguran que los trabajadores estén listos para producir: la alimentación, la limpieza, el cuidado emocional, etc.
En la actualidad, las mujeres también han tenido que ocupar, formal o informalmente, el mercado laboral. Aquella sobrecarga significa una pobreza de tiempo que les impide descansar, educarse, aprender nuevas capacidades o socializar.
Un hombre familiarizado con la ética feminista reconoce el valor del cuidado y lo asume para sí mismo, para sus hijos y para las mujeres a su alrededor; redistribuye las cargas y no espera trofeos por su compromiso con el hogar. Sabe que hay ciertas tareas que, si no hace él, alguien más tendrá que ejecutarlas. La comida no se prepara sola, ni las camisas aparecen, mágicamente, limpias y planchadas en el armario. No espera a que su mamá sirva el almuerzo y a que sus hermanas laven los platos o a que alguien recoja la ropa que ha dejado tirada por el piso.
- Hombres afectivamente responsables
En el libro “Mujeres que ya no sufren por amor”, la escritora feminista Coral Herrera menciona que, para construir relaciones afectivas más igualitarias, es necesario que los hombres se responsabilicen por los vínculos que generan o en los que están inmersos. Es decir, que los tomen en serio y, aunque los pactos puedan ser diversos e incluir acuerdos como la poligamia, actúen basados en el cuidado mutuo.
Reconocer a la otra o el otro como sujetas y sujetos, y no solo como objetos disponibles para nuestras necesidades físicas y emocionales, también nos permite acercarnos a las relaciones de otra manera. Nuevamente, la escucha activa juega un papel fundamental, para entender los procesos por los que atraviesa la persona que tenemos en frente y, a partir de allí, asumir, o no, un lugar en su vida.
Un hombre -y también una mujer- que trabaje en ello le apostará a relaciones que no se basen en la dominación, la carencia, la codependencia o el abuso; sino en la libertad, la honestidad, y en la posibilidad de ser y acompañarse mutuamente. De esta manera, quebrará las condiciones de desigualdad que han sido estructurales en la pareja heternormativa. Pero, incluso, fortalecerá las relaciones de amistad y compañerismo.
- Hombres que no delegan la anticoncepción a sus compañeras
Todas y todos debemos cuidar nuestra salud sexual. Exámenes de Enfermedades de Transmisión Sexual, chequeos frecuentes y planificación familiar son algunas de las cosas en las que deberíamos pensar para gozar de una vida sexual plena. No obstante, los indicadores de embarazos no deseados y la propagación de ETS’s demuestran que aún falta mucha pedagogía al respecto.
Uno de los puntos más importantes en esta tarea es la de responsabilizar a los hombres sobre la anticoncepción. Las mujeres son quienes sufren las consecuencias de un embarazo no deseado, pues es su cuerpo el que cambia y el que gesta; pero esto no puede significar que los hombres se desentiendan de la responsabilidad de prevenirlo.
Si un hombre no quiere tener hijos, lo más sano es que use condón o, si busca algo más definitivo, se practique la vasectomía. Dar por sentado que su compañera usa algún método anticonceptivo no es lo más democrático, porque, además, suele ser ella quien asume los costos económicos y físicos. En palabras escuetas, hace falta que los hombres se responsabilicen de sus propias eyaculaciones, hasta por su tranquilidad.
Como lo he señalado hasta acá, no sirve de nada declararse un aliado si, en lo íntimo, con las familiares, compañeras, parejas o amigas, no hay intenciones claras de revertir las condiciones de privilegio o de desacomodar los arreglos implícitos que ponen más cargas sobre ellas. Esa es la única manera en la que logramos transformar el entorno y la matriz cultural en la que crecimos. No hay forma de evadirlo. Así que, por favor, hace falta mucho más que una etiqueta para sumarse a una lucha como la feminista. Hace falta el cuidado, la admiración, la escucha, el respeto y la consciencia ética e igualitarista, entre otras muchas cosas más.