A la mayoría de mujeres nos da miedo salir solas a la calle, nos da miedo viajar solas; la permanente sensación de inseguridad que supone dar un paso más lejos sólo se transforma en sosiego cuando un “ya llegué, estoy bien” anuncia que estamos en casa. Aún así, hay mujeres que incluso dentro de su propia casa coexisten con el miedo. La violencia de género está en todas partes y es el reflejo del alto grado de descomposición de la sociedad. Esta vez quisiera visibilizar a aquellas que ya no tienen voz, a aquellas que ya se fueron contra su voluntad y no podrán regresar jamás: a las víctimas del feminicidio.
Durante siglos, la peor forma de violencia de un hombre hacía una mujer no tenía nombre. Hoy se le conoce como feminicidio, y es el asesinato de mujeres por su condición de género. Usualmente son precedidos por actitudes misóginas, hechos de humillación, maltrato físico o psicológico y escenas de terror. Diana Russell, primera promotora del concepto, lo define como “el asesinato de mujeres por hombres motivados por el odio, desprecio, placer o sentido de posesión total hacia las mujeres”.
En Colombia, tanto la violencia de género como los feminicidios están en alarmante aumento, como constantemente lo declaran ante los medios de comunicación tanto representantes de la Fiscalía General de la Nación como del Instituto de Medicina Legal. Cada día es más común ver noticias como el asesinato de Rosa Elvira Cely o Yuliana Samboní. Sin embargo, y para mi sorpresa, al momento de remitirme a cifras o a investigaciones cuantitativas que permitan caracterizar el fenómeno, es sumamente escasa la información y esta no es de fácil acceso para el caso colombiano. De esta manera, una primera invitación para la comunidad académica y los portales de información de las entidades competentes es visibilizar aún más esta problemática para lograr una mayor comprensión del tema, entendiendo la complejidad que supone su cuantificación.
De acuerdo con los registros de noticias criminales del Sistema Penal Oral Acusatorio (SPOA), en 2015, se recibieron 54 noticias criminales de feminicidios, mientras que en 2016 la cifra ascendió a 181 y en 2017 a la alarmante cifra de 306 feminicidios. Esta tendencia muestra las dos caras de una misma moneda: por un lado, el mencionado incremento de este flagelo, por otro, una posible mayor denuncia, lo cual, en medio de todo, es una buena noticia.
Los departamentos en los que este delito tiene mayor incidencia son: Valle del Cauca, Antioquia, Bogotá D.C., Cauca, Atlántico, Bolívar y Huila, tal como se muestra en la siguiente gráfica:
Fuente: Cálculos propios con información del SPOA.
Entonces, es inevitable preguntarse ¿Cuáles son las causas de los feminicidios? De acuerdo con un estudio de Wilson Hernández Breña (2016), una respuesta para este interrogante aún está pendiente en Latinoamérica, y en este sentido, en Colombia; sin embargo, se manejan algunas aproximaciones desde la óptica tanto micro como macrosocial. La cultura patriarcal, los esquemas de dependencia económica y emocional, las relaciones de poder y dominación, y el funcionamiento del Estado son algunas explicaciones, que aún deben ser soportadas con evidencia empírica para identificar su grado de inherencia en relación con las características demográficas, sociales y económicas de la víctima y su entorno.
Cuando escuchamos noticias como el reciente asesinato de Génesis Rúa, como consecuencia de la impotencia, la rabia y la frustración, lo primero que se nos viene a la cabeza es un “ojala no lo saquen más nunca de la cárcel”, para que el implicado pagué hasta las últimas consecuencias por lo que hizo, pero también con la esperanza que no se repitan más estas desgarradoras historias.
En junio de 2015 se sancionó la ley Rosa Elvira Cely, la cual reconoce el feminicidio como delito autónomo. Representa un gran paso dentro de la institucionalización en el ámbito legal y/o penal, pues según un estudio de Corradi, Marcuello-Servos, Boira y Weil (2016), el hecho que las mujeres sean asesinadas por allegados, mientras que la mayoría de hombres lo son en contextos distintos asociados usualmente a la delincuencia, supone un fenómeno social particular. No obstante, si revisamos la tendencia al alza de este tipo de homicidios en países no sólo como Colombia, sino también Argentina y México, se puede entrever que el castigo no es el combatirá estos asesinatos. Es un paño de agua tibia.
Para combatirlo, es preciso entender primeramente las tipologías de los feminicidas. Según diversos estudios de investigación empírica, existen, esencialmente, dos categorías (Aguilar, 2017): 1. Hombres con rasgos antisociales: son personas con un carácter violento, que adolecen un trastorno antisocial y/o narcisista de la personalidad, tienen un historial de abuso de sustancias psicoactivas y actitudes machistas, no tienden a presentar intenciones suicidas, comenten los feminicidios bajo una intensa ira y tienden a reincidir más que los hombres de la segunda categoría. 2. Hombres normalizados, sobrecontrolados o violentos sólo en la familia: Son personas con que generalmente no cuentan con psicopatologías, aunque eventualmente pueden ser diagnosticados con trastornos de personalidad dependiente o esquizoide, cuentan con un historial menos violento y de menor abuso de sustancias psicoactivas, tienen mayor tentativa suicida, los feminicidios tienden a ser planificados, causados principalmente por el abandono de la pareja.
En este orden de ideas, son dos los temas claves como una primera aproximación para abordar esta problemática: la salud mental y la cultura. Debemos cuidar la salud mental y emocional de nuestros niños. A veces es difícil pensar en un futuro mejor, cuando vemos que día a día son víctimas de maltratos y abusos, que irremediablemente dejarán huella en su psiquis. El psiquiatra Rodrigo Córdoba señala que muchas veces los feminicidas experimentan situaciones de abuso infantil, maltrato o dificultades en la crianza, siendo estos factores de riesgo para el desarrollo de trastornos mentales. Aunque suene cliché, la respuesta es el amor. Debemos escuchar sus necesidades; educarlos desde las emociones para que la ira, la ansiedad, los celos, la agresividad no sean los motores de sus actuaciones y darles confianza en sí mismos para enfrentarse al mundo. Además, como sociedad no podemos seguir satanizando las enfermedades mentales, sino entender que como cualquier otra enfermedad, debe ser tratada por especialistas.
Por otro lado, los feminicidios obedecen también a un problema cultural. Los supuestos, valores, instituciones que soportan nuestro accionar, actitudes y relacionamiento afectivo se han configurado desde hace mucho tiempo. En este sentido, la romantización de las relaciones amorosas, así como los roles de género implican: 1. Una jerarquía, en la cual la mujer es apropiada por el hombre, lo que le da el poder de “premiar” su obediencia con regalos, pero también de “castigarla” si se comporta de forma contraria a su voluntad. 2. Llevar las relaciones a excesos a tal punto en que se valida la idea de “matar o morir por amor”. 3. Un carácter eterno de las relaciones, independientemente de su toxicidad. De esta manera, es imprescindible educar desde niños con criterios de igualdad y promover la independencia económica en las mujeres.
Así las cosas, el feminicidio, cada vez más presente, aún tiene muchas respuestas pendientes como fenómeno social. Es importante contar con un mayor entendimiento desde la perspectiva académica y cuantitativa como insumo para el diseño de políticas públicas. Una legislación fuerte es imprescindible dentro del carácter punible del delito del feminicidio, pero combatirlo implica una gestión de salud y cultura, que en gran parte está en nuestras manos.