.
Estamos inevitablemente encasillados por una sociedad machista en la inmensa mayoría de sus ámbitos, lo cual pone de manifiesto una lucha silenciosa por tratar de hacer valer la condición de mujer.
En nuestro país, los grupos feministas defienden los derechos y promueven los deberes de las mujeres, realizando el doble de esfuerzos para tratar de visibilizar los problemas inherentes al devenir social enmarcado por el machismo, sin embargo existe una enorme población que se esmera el triple por tratar de dignificarse ante una sociedad que evoluciona y comienza a aceptarlos, la comunidad LGBTI.
Este tiempo es el inicio de una sociedad abierta y más humanizada, prueba de ello es que en Colombia, en varias de sus instituciones, tradicionalmente machistas, se encuentran vinculadas la primera dragoneante transgénero del INPEC y la primera patrullera transgénero de la Policía Nacional, sin embargo estos casos mencionados son puntuales y lamentablemente aislados, por ello se debe propender por políticas sociales más incluyentes.
Lo anterior deja entrever, que la sociedad comienza a comprender que el individuo es un ser humano, independientemente de su género y que además algo que es diferente a los estereotipos inculcados por la sociedad de antaño, antes de atacar, por considerarlo una amenaza o juzgarlo, se convierte en una oportunidad para crecer como sociedad tolerante.
Cada vez más, los espacios para la comunidad LGTBI se van abriendo paso, lo que permite visibilizarlos en nuestra cultura patriarcal actual, aunque la sensibilización de este tema produzca en algunos sectores de la sociedad, estupor y rechazo, es innegable que el proceso de adaptación por parte de unos y otros se encuentra en marcha.
Una sociedad que acepta la decisión de una persona por ser y verse como ella siente, es una sociedad más cercana a los ideales de libertad y justicia.
Aun así, la violencia ha sembrado terror en la comunidad LGTBI, debido al asesinato de 917 personas entre el 2014 al 2018 en América Latina y el Caribe, lo cual parte de la no aceptación de sectores ultraconservadores de la sociedad latinoamericana. En el caso de Colombia, han sido asesinados 107 personas pertenecientes de manera abierta a la comunidad LGBTI, es decir, una persona cada tres días, lo que denota el alto grado de intimidación en el país; por ello sobrevivir en medio de las amenazas a las que están expuestas estas personas, es un acto heroico, de gallardía y amor sincero a la libertad de siempre elegir.
A lo anterior se suma la dificultad expresa de las personas pertenecientes a la comunidad LGBTI por alcanzar una estabilidad laboral y por ende económica, ya que es común observar en calles de nuestras ciudades, la abundancia de centros de belleza atendidos por personas en esta condición diferencial, lo que se explica, por la falta de oportunidades en otros ámbitos aunados por el desprestigio otorgado por la sociedad machista eternizada en las cúpulas de los altos cargos directivos de este país.
Es innegable que en ciertos aspectos se ha avanzado como sociedad libre, pero no deja de ser una lucha constante la que se libra, para hacer valer los derechos adquiridos de esta generación y de las ulteriores. El mejoramiento de la calidad de vida cobra relevancia cuando existen personas sumidas en economías precarias personales, solo por el hecho de ser diferente, no puede satanizarse a un individuo y condenarlo a la miseria, cerrándole o disminuyéndole su capacidad de ingresos mediante el desarrollo laboral estable.
El Centro Nacional de Consultoría, arrojó unos resultados en los cuales se pone de manifiesto la complejidad social que vive una persona LGTBI. Un escandaloso 70% de la comunidad dice sentirse incómoda al revelar su orientación sexual, así mismo un 53% es víctima de discriminación sexual. Sin lugar a dudas, en Colombia la segregación en materia laboral, se convierte en una afrenta al derecho que reclamamos todos a la igualdad; un agravio que genera mayores injusticias sociales y proyecta un enorme costo de oportunidad para la comunidad LGBTI, puesto que ello representa una reducción del ingreso disponible, traducido en un freno a la economía de una parte viva de la población potencialmente activa laboralmente.
Los estigmas siempre van a permanecer, lo que no se puede permitir es que prevalezcan y generen estigmatizaciones, dificultando el acceso al trabajo en una economía diversa, la cual debe estar al servicio de una comunidad diversa.