Hoy escribiré sobre una realidad tan sutil como común. Una realidad que muchas veces pasa en silencio delante de los afanes del día a día, pero que está ahí, perturbándonos, a unos más que a otros, a unos en su propia piel a otros en la piel de allegados. Y por eso, para mí, es una obligación moral visibilizarla. Esta realidad es el maltrato psicológico.
Las secuelas que deja este tipo de maltrato son, usualmente, más complejas y duraderas que las del maltrato físico: usualmente llevan a episodios de ansiedad y depresión, pueden llegar a deteriorar la autoestima, ocasionar trastorno de estrés postraumático y aún peor, se quebranta lo más esencial que puede tener un ser humano: su dignidad.
En el maltrato psicológico, en el “mejor” de los casos, los únicos que son conscientes de ello son los directamente involucrados. Sin embargo, en la mayoría de los casos, ellos, y particularmente la víctima, no dimensiona la realidad que la envuelve, sino hasta mucho tiempo después de finalizada la relación o cuando se encuentra tan sumergida en la relación que las consecuencias son prácticamente irreversibles. Usualmente la víctima sólo logra desvelar la verdad con ayuda de especialistas, pues para el entorno cercano tal situación tiende a resultar insospechada.
Es un hecho que este es predominantemente ejercido por hombres hacia mujeres, que incautas, paulatinamente se sumergen en este tipo de vínculos destructivos. Nadie está exento de relacionarse con un maltratador, pues se esfuerzan en integrarse socialmente y mostrarse como personas nobles y agradables.
Sin embargo, en los maltratadores psicológicos tienden a prevalecer ciertos rasgos. A continuación, algunos de ellos. Son encantandores: Se presentan ante la sociedad como hombres tranquilos, amables, solidarios con sus amigos, razonables, e incluso pueden llegar a ser muy carismáticos. Ciertamente, se integran relativamente bien y sólo muestran su verdadera cara con aquellas personas con quien cuenta con un fuerte vínculo.
No saben hacerse autocríticas ni recibirlas: Para ellos es muy difícil identificar aquellos aspectos de su personalidad a mejorar o que hayan podido mejorar con el paso del tiempo. Además, se sienten ofendidos y atacados fácilmente por cualquier comentario, pues se lo toman personal adoptando así el papel de víctimas. En este sentido, les encanta hacerse las víctimas: Paradójicamente, pese a que lo que hacen es daño a las demás personas, utilizan su papel de víctima para justificar sus acciones y para hacer sentir culpable a la verdadera víctima y minar su autoestima. Otras veces apelan a sus conflictos emocionales, existenciales y a su sufrimiento en el pasado para generar compasión en la victima y hacerla permanecer a su lado. Suelen ridiculizar o hablar mal de su pareja: no escatimarán en visibilizar los defectos o errores de la víctima delante de allegados.
Por otro lado, son personas que no saben manejar sus emocionales: primeramente no saben identificarla ni en ellos mismos, ni en los demás. Son analfabetas emocionales. Pasan a través de distintos estados emocionales rápidamente, generando gran ansiedad en su entorno. Es así como cambian de humor rápidamente: si la victima llega a cuestionarse este comportamiento, simplemente dirán que son así y tienen que aceptarlos, aun cuando estos cambios generen actitudes agresivas o amenazantes.
Adicionalmente, los maltratadores emocionales son controladores: inquisidores en exceso. Todo lo preguntan, hasta el más mínimo detalle. No permiten que se les escape nada para no perder el control de la situación. Permanentemente quieren saber dónde se encuentra su pareja, con quienes se relaciona, qué hace, etc. Incluso, indagan incesantemente sobre el pasado de su víctima para luego utilizar toda la información recolectada en su contra y denigrarla.
Pero de todos los rasgos, el más común entre los maltratadores psicológicos es su falta de empatía: presentan una desconexión con sus emociones. No pueden ponerse en el lugar del otro, y en particular de su víctima, no reconocen las necesidades de su pareja y sólo piensan en el beneficio propio. Pasan por encima de los derechos de su víctima y no sienten culpa alguna.
Ahora bien, la conducta de los maltratadores estriba en el hecho que son personas con una muy baja autoestima que pretenden aumentar a medida que destruyen psicológicamente a la otra persona. Esta falta de amor propio y pobre autoconcepto puede remotarse a su propia infancia. Son niños que en múltiples ocasiones han sido de una u otra manera maltratados: con violencia, con el abandono, con una deficitaria vida afectiva. Pese a que proyectan seguridad en el entorno social, en su interior son seres muy inseguros de sí mismos.
Es muy importante que como mujeres aprendamos a identificarlos, pues las consecuencias que puede dejarnos el relacionarnos con este tipo de hombres son devastadoras. Son seres que se mimetizan tan bien, que cualquiera de nosotras puede llegar a cruzarse con uno de ellos, y sin darse cuenta, acabar sumergida en una situación de dolor que ninguna se merece.