Las feministas hemos recibido muchos comentarios condenatorios por destruir propiedad común. Sin embargo, no han escuchado nuestros gritos exigiendo protección en este espacio público, y hasta que haya una verdadera acción en contra de la violencia de género que experimentamos en las calles cada día, vamos a seguir destrozando los escenarios de nuestra vulneración.
La experiencia de ser mujer y existir en el espacio público de por sí es un motivo de revolución. Porque tener cuerpo de mujer inevitablemente conlleva a sentir miedo, aguantar la intimidación y temer por nuestra seguridad cada día que salimos a la calle. Como mujeres, muy poca agencia se nos permite en los espacios públicos, de hecho siempre se nos enseña que son prestados porque estamos viviendo, en realidad, en un mundo de hombres.
Desde su niñez, los hombres son socializados a creer que las calles les pertenecen, que todo lo que existe en estas calles les pertenece, incluso las mujeres que transitan por ella. De la manera más visible que esto se puede demostrar es el acoso sexual que sufrimos a manos de hombres misóginos como su retorcido juego y ejercicio de poder, para demostrar “quien es el alpha” y lo que fácilmente nos puede suceder si retamos esta premisa. Nos amenazan con arrebatarnos nuestra dignidad por atrevernos a existir en espacios que han colonizado como suyos, sin importar la hora, lugar o forma de vestir, la simple condición de ser mujeres ya supone un riesgo para nosotras.
Los machistas no temen a sufrir represalias por violentarnos en público, porque están seguros de que las calles les pertenecen. No temen asesinarnos, ni violarnos, ni acosarnos sexualmente porque están convencidos de que el espacio público es su patio de juegos. Incluso, en muchos casos, son aquellos que tienen una posición de poder y se presentan como quienes nos protegerán que terminan siendo los que más nos agreden.
Cuando las mujeres tomamos el control de estos espacios y les dañamos la ilusión de que todo les pertenece, somos tratadas como ciudadanas de segunda categoría. Pero lo que no entienden es que estamos reafirmando nuestro derecho a existir en estos espacios, a habitar en ellos sin miedo y reclamar por todas aquellas mujeres a quienes les arrebataron la dignidad por atreverse a ejercer sus derechos. Cuando las vidas de las mujeres tengan el mismo valor simbólico que las puertas, paredes y ventanas, se acabará la destrucción de y el día de la mujer podrá ser motivo de celebración. Por cada feminicidio reivindicado y cada femicida encerrado, limpiaremos y restableceremos sus paredes.
Ninguna revolución ha triunfado sin la destrucción de propiedad, los derechos que el feminismo ha obtenido son gracias a las "feministas de antes", que utilizaron todos los medios posibles para ser escuchadas, como romper ventanas. Si bien las feministas de antes lograron el derecho al voto, este fue solo uno de los primeros pasos de la lucha feminista.y mientras sigan existiendo injusticias, asesinatos y violencia contra nuestros cuerpo y espacios las luchas seguiran avanzando; seguiran rompiendo ventanas, rayando paredes, y destruyendo inglesias. Hoy en día las mujeres tenemos otra luchas pendientes como la brecha salarial, el acoso callejero, la violencia sexual y la erradicación de los estereotipos de género, sólo por nombrar algunas.
Claro que, la destrucción del espacio público no siempre fue la primera opción. Sin embargo, cuando hemos marchado pacíficamente, hemos bailado y cantado en protesta, nos enfrentamos a la burla y ridiculización. Pues ¿cómo vamos a atrevernos a no mostrar miedo en las vías públicas? ¿Cómo vamos a cantar los nombres de nuestras hermanas perdidas para recordarles a los femicidas que ellas ya no están? La destrucción es nuestra forma de decirle a los hombres que solo creen en la fuerza bruta que estas “malas mujeres” podemos serlo y más, que no somos débiles, que no estamos solas, somos un colectivo que se defiende, que se mantiene firme y no se va a dejar callar.
El Estado no nos escucha, ni actúa a nuestro favor. El estado deja a los femicidas impunes y nos manda a silenciar con violencia. Es por esto que nosotras nos vemos obligadas a hacernos escuchar; es por esto que ocupamos las calles, bloqueamos el tráfico, mostramos nuestros cuerpos de forma no sexualizada para llamar la atención sobre el hecho de que nos están matando, nos están violando, nos están desapareciendo, nos están violentando y nos están explotando. Esta destrucción no es por diversión, nace del profundo miedo y el intenso dolor con el que cargamos cada día de nuestras vidas al ver que nuestras súplicas son ignoradas por un Estado cómplice de la violencia de género.
En lugar de señalar y condenar a las feministas que buscan visibilizar la violencia, se debería condenar una Estado que mancha las calles con sangre inocente; en vez de criticar las frases y los actos se debería tomar conciencia sobre las frases que se gritan en las calles y se pintan en las paredes. Las mujeres estamos gritando a todo pulmón que nos escuchen. Porque seguramente, si estuviesen en la misma posición que las mujeres y niñas que sufren violencia a diario en nuestro país, también marcharían. Así que, si un día al año quemamos todo, rompemos todo y gritamos los nombres de nuestras hermanas perdidas en la guerra para protestar la violencia, el machismo sistemático del Estado y contra la dominación del patriarcado en las calles, es porque sentimos ira. Porque, ¿cómo no sentirla?