No es novedad que los hombres dominan muchos espacios y escenarios, especialmente en los deportes. De hecho, para ser buenas y sobresalir no hay que ser como ellos, dado que cada uno tiene su ritmo y fortalezas. Esos son algunos de los aspectos que discutimos con Adriana Cabrera y Silvia Restrepo, fundadoras del proyecto El Costurero, en Paipa Boyacá. Quienes han tenido como objetivo los últimos dos años, empoderar a las mujeres de su comunidad a través de la bicicleta.
Las dos tienen trayectorias profesionales destacables, han trabajado con entidades del gobierno y organizaciones internacionales en la protección de derechos humanos y construcción de paz. Juntas, combinan una vasta experiencia en territorio, nacional e internacional, que las llevó a lo más alto de sus carreras; con buenos sueldos, comodidades y lo que cualquiera puede considerar necesario para ser feliz. Sin embargo, la verdadera felicidad va más allá de ese confort pre-establecido en las reglas sociales consuetudinarias. Tiene más que ver con la plenitud física, mental y emocional que se salde de los moldes del deber ser.
En la actualidad, la admiración por los YouTubers, Instagrammers y demás influencers proviene de las agallas de dejarlo todo atrás, tomar una cámara y viajar por el mundo viviendo de la gente, los likes; sin jefes, horarios, ni estrés. Aunque las agendas y ritmos que llevan estas personas son altos, hay una imagen favorable frente al riesgo y coraje que emana de seguir los sueños y deseos. Es digno de aplausos salir de monotonía y atreverse a romper esquemas, empezar un proyecto nuevo y ser verdaderamente único.
Silvia y Adriana, de manera similar, pero con distintas razones, hace seis años decidieron mudarse de Bogotá a Paipa: lejos del ruido, la contaminación, el estrés y las prisas. Hace dos años, empezaron el proyecto El Costurero, donde a cambio de cámaras, tienen bicicletas. A cambio de internet, tienen la geografía boyacense y la cultura del ciclismo característica de este departamento. No necesitan de un community manager, porque en vez de tener una comunidad virtual, formaron una comunidad de mujeres reales donde comparten sus alegrías, tristezas e historias. Generaron un espacio donde la mujer puede ir a su ritmo, liberar y compartir sus cargas. Tampoco buscan sponsors promocionando productos, ellas apuntan más alto: ellas quieren disminuir la violencia de género, que las mujeres se valoren más a sí mismas y exploten sus capacidades. Quieren retribuir a la comunidad donde viven, salir de la casa, que las mujeres se apropien del espacio público y construir paz en su país afrontando la violencia de todos los días.
Todo comenzó con la mudanza a Paipa, su experiencia y vocación profesional las llevó a diseñar un proyecto de empoderamiento de mujeres para mujeres. Adriana, quién viajaba frecuentemente fuera del país por su trabajo, notó que Silvia era reconocida y muy querida por la comunidad de Paipa, ella gozaba de una visibilidad que Adriana no tenía por no estar presente varios meses del año. Esto finalmente la llevó a dejar su trabajo y ser más activa en las dinámicas sociales del municipio. Entre otras cosas, comenzó a rodar con el grupo de Los Correcaminos, donde notó que eran en su mayoría hombres y que el trato hacia las mujeres, a pesar de no ser violento, sí era hostil. Percibió que todo el tiempo a la mujer se le decía qué hacer, cómo meter los cambios, que iba muy despacio y de no ser capaz de seguir el ritmo sería dejada atrás.
Esto llamó la atención de ambas, y vieron en ese espacio tan característico de la cultura local una oportunidad para compartir y contribuir a la comunidad desde sus saberes y aprendizajes. Pronto, se animaron a montar juntas, a aprender y dar forma el proyecto que tenían en mente. Al poco tiempo, fueron a comprar una bicicleta de ciclomontañismo para Silvia, donde se encontraron con un vendedor irrespetuoso que, a cambio, les ofreció una bicicleta de la Barbie. Y no fue el único, visitaron varios locales hasta encontrar uno donde las atendieran con la seriedad y, el respeto mínimo, con el que atienden a cualquier cliente hombre que va en busca de ese tipo de bicicletas. Ese fue uno de los primeros momentos en el que dimensionaron el reto que supondría iniciar un grupo de mujeres ciclistas.
En el proceso, abrieron un Ciclo Café con una modalidad de autoservicio que invitaba a la tertulia, al debate y la lectura. Este espacio no tuvo la acogida esperada, los únicos que entendieron el concepto fueron los jóvenes. Las mujeres, por su parte, muy metidas en sus dinámicas del hogar y la familia no visitaban con tanta frecuencia el Café, los hombres no entendieron nunca el concepto del autoservicio, el menú era amplio y las ventas no eran suficientes. Muchos hombres las veían como mujeres rebeldes, revolucionarias y desobedientes que venían a mal influenciar a sus esposas, por lo que tampoco tuvo el efecto esperado. El Ciclo Café quebró, y ellas tuvieron que replantear la estrategia y devolverse algunos pasos.
Sin embargo, con la fe en el proyecto intacta, lecciones aprendidas y todo el amor por la causa, continuaron trabajando por consolidar un grupo de mujeres que ha venido creciendo el último año. En este espacio, han encontrado cambios emocionales, actitudinales y físicos que han mejorado la calidad de vida de estas mujeres y sus familias. Las integrantes son de edades entre los 14 y los 60 años, por lo que discuten temas variados y comparten experiencias de diferente naturaleza. Incluso, tienen una mejor acogida entre la población masculina, dado que ahora hay familias donde el esposo salía a montar bicicleta con su grupo de amigos, mientras su esposa se quedaba en casa. Y ahora, no solo tienen una actividad que pueden hacer juntos, sino un nuevo lenguaje e interés compartido. Sin contar con el cambio de ánimo, autoestima y autoconfianza inherente a la actividad física que han tenido las mujeres.
Uno de sus logros recientes, es la acreditación de Silvia como mecánica de bicicleta. Hoy, esa mujer a la que no le querían vender una bicicleta de ciclomontañismo, es de las primeras mecánicas del municipio. Esto es importante, sobre todo, por el temor que sienten algunas de salir solas y pincharse. Por eso, han compartido estas nuevas técnicas con las integrantes de El Costurero, y hoy, son ellas quienes han ayudado a desvarar a algunos hombres. Lo que las ha hecho sentir fuertes, valoradas y confiadas de sí mismas.
Ha sido tal el impacto del trabajo de Silvia y Adriana, que hasta tienen su propio programa de radio llamado “Punto, Cadeneta y Pedal” en la plataforma digital de Perfecta Radio. Allí no solo discuten las vicisitudes de la mujer ciclista, sino que también comparten las experiencias de El Costurero, la importancia del empoderamiento femenino en el deporte y las ciclistas colombianas, que poco son nombradas en los medios a pesar de tener trayectorias brillantes en la disciplina. El Costurero es un proyecto que, como todos, ha tenido altos y bajos, pero con un recorrido importante y reconocido en el medio. Varias figuras del ciclismo femenino como Ana Cristina Sanabria, y Milena Salcedo reconocen y aplauden el trabajo de Silvia y Adriana. Además de mostrarse de acuerdo frente a la importancia del apoyo entre mujeres, especialmente en espacios como el deporte.
El Costurero es una iniciativa de empoderamiento de la mujer, y de construcción de paz. Porque esta no solo se construye con las víctimas del conflicto armado y los excombatientes. Por el contrario, se trabaja desde la cotidianidad, los ciudadanos de las mayorías y el cambio de las lógicas que anidan las violencias aceptadas y reproducidas culturalmente. Iniciativas como estas es las que necesitamos multiplicar, dar like, y apoyar. Causas hay muchas, así como herramientas. Lo que se necesita es la voluntad de cambio, y reconocer los problemas como tal.
A veces hay cosas que parecen sencillas, pero son mucho más complejas de lo que uno se imagina. En ocasiones, se naturaliza la “facilidad” de algunas actividades, y eso dificulta percibir el verdadero valor de algunas iniciativas. Movida por la historia de Silvia y Adriana, salí a montar bicicleta después de años que no lo hacía. A pesar de no ir sola, ni presionada por nadie, en Bogotá y no en montañas, ni carretera; me sentí completamente agobiada por los carros, temía que mis reflejos no fueran lo suficientemente buenos, sentí el miedo de pincharme y el afán por ir a buen ritmo. Al final fui cogiendo confianza y me sentía más cómoda, la sensación de terminar el recorrido fue satisfactoria y me sentí orgullosa de haber llegado a casa sin raspones y pedaleando. Aunque lo hice a modo de experimento, valoré aún más la iniciativa y el trabajo de El Costurero, y me fijé cita en la Vereda Caños, en Paipa, Boyacá para asumir un nuevo reto.
El trabajo de ellas está documentado en sus redes sociales; hay fotos, vídeos, e incluso, los programas de radio que han hecho. No obstante, a pesar de valorar los likes y shares es mucho más interesante conocerlas y vivir la experiencia. Apoyar causas, moverse y pronunciarse por redes es importante, pero lo es más sumarse en carne y hueso. El intercambio presencial es distinto y, de lejos, más enriquecedor. El mundo no cambia a punta de hashtags, cambia con el compromiso y acciones en el espacio público y comunitario. Los influencers de las redes sociales pueden ser divertidos, hacer videos graciosos, mostrarnos productos, sitios… pero los verdaderos “influenciadores sociales” deberían ser esas personas que dedican su vida a hacer del mundo un mejor lugar desde su entorno próximo. Son esos los ejemplos que, de seguirse, generan cambios.
En el audio encuentran la entrevista completa. Les recomiendo escucharla, que las contacten y las visiten. Tienen un recorrido impresionante, verdaderamente inspirador. A continuación, encuentran sus redes sociales.
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