“Nadie puede ser feliz sin participar en la felicidad pública, nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad pública y nadie finalmente, puede ser feliz o libre sin implicarse o formar parte del poder político” Hanna Arendt
Históricamente las mujeres han sufrido los rigores de una sociedad basada en relaciones de poder patriarcal, en la que los hombres han tenido mayores privilegios en la concreción material de los Derechos y en el acceso a oportunidades. Las mujeres han sostenido una lucha emancipadora para lograr el reconocimiento de su subjetividad política, social y cultural, en contravía de la reproducción de discursos basados en la construcción socio cultural de “lo femenino y lo masculino”.
En este sentido, las identidades femeninas son el producto no sólo de nuestras propias construcciones sino de aquel o aquella que llamamos “el otro” o “la otra” se trata de un proceso de alteridad en el que el “yo” no es posible sin el “otro”, esto ha permitido el establecimiento de la llamada sociedad patriarcalista. La identidad femenina subsumida por el yo masculino y la necesidad de dominación y de opresión, principal causa de la violencia contra las mujeres.
En estos modelos de reproducción patriarcal se gestaron históricamente movimientos feministas que representaron un punto de fuga caracterizado por la resistencia a la dominación y por la consecución de logros basados en reivindicaciones de la mujer en algunos espacios que eran un campo exclusivo de lo masculino. Estas luchas históricas temporalmente ubicadas en el contexto de las guerras mundiales y la época de la posguerra permitieron el surgimiento de importantes personajes femeninos que constituyeron verdaderas ciudadanas críticas.
Es el caso de Hanna Arendt, filosofa y política alemana de origen judío, que durante el siglo XX develo las formas de ejercicio autoritario del poder y el peligro de la segregación y exclusión de los sistemas totalitarios específicamente el nacionalsocialismo. Es posible afirmar que Arendt, es un símbolo de emancipación de las libertades humanas a partir de la investigación de las causas que condujeron a los estragos nazis. A través de “la banalidad del mal” expresión que surge de su libro Eichmann en Jerusalén[1], la autora demuestra el peligro de las masas que actúan mecanizadas en el seguimiento de órdenes, por lo cual el mal no es un asunto de monstruos sino un fenómeno totalmente humano resultado de la relación entre opresores y oprimidos.
En esta línea de ciudadanas críticas no se puede desconocer el importante papel de Rosa Luxemburgo, teórica marxista de origen polaco –judío, conocida como la rosa roja o la representante femenina de Carlos Marx, su lucha se caracterizó por la emancipación de la clase trabajadora y la crítica al poder autoritario. Ella misma se reconoció como feminista, sus obras más reconocidas fueron: El voto femenino y la lucha de clases (1912). Para la autora, "Quien es feminista y no es de izquierdas, carece de estrategia. Quien es de izquierdas y no es feminista, carece de profundidad"
Rosa Luxemburgo, no es sólo una representante de la lucha por los derechos del proletariado, sino de la reivindicación de la mujer en su subjetividad política e ideológica, así como lo fue su compañera y amiga Clara Zetkin, promotora de los derechos de la mujer entre ellos el voto. Durante el siglo XIX y XX impulso el movimiento femenino en la Alemania social demócrata. Clara Zetkin, favoreció el desarrollo de la subjetividad política de las mujeres y su incidencia en la escena pública, así como el reconocimiento de las luchas históricas de las trabajadoras a través de un día simbólico conmemorado el 08 de marzo, fecha propuesta por esta ideóloga, como un acto de solidaridad internacional por la huelga protagonizada por las trabajadoras textiles en el año de 1910.
Estas ciudadanas críticas lo son porque emergieron de una sociedad atravesada por el patriarcalismo, la violencia del autoritarismo, las relaciones de opresión, la restricción de las libertades políticas, y en medio de ello, fueron capaces de transformar sus subjetividades, reivindicar sus libertades, impulsar luchas políticas y encontrar puntos de fuga a las tensiones de los regímenes y sus restricciones políticas.
En este sentido, para la feminista norteamericana del siglo XX Joan Wallach Scott, la lucha de las mujeres ha sido siempre política, el reconocimiento y transformación de su subjetividad fue el resultado de su reivindicación histórica que comienza con su participación en la escena pública y su conquista del derecho al voto. Para García (2002) Estos cambios en la historiografía propiciaron el proceso de “visualización” de las mujeres en el terreno de lo social, y el papel desempeñado por éstas en dicho terreno. (p.1)
Fue precisamente la pretendida invisibilidad histórica de las mujeres el mayor símbolo de la violencia patriarcal, y su visibilidad la mayor conquista de los movimientos feministas y sociales del siglo XX; las mujeres dejaron de ser un objeto excluido de los estudios sociales y políticos para ser protagonistas de los procesos históricos, de las luchas y las revoluciones. Entre ellos, la revolución mexicana y el feminismo (1910), el peronismo en Argentina (1950) el movimiento de los derechos civiles liderado por Rosa Parks (1955), el liderazgo político de Sirimavo Bandaranaike primera mujer que presidió un Estado (1960), entre otros.
Los autores George Duby y Michelle Perrot, recopilan esa historia quizá desconocida, quizá hasta ahora contada de las mujeres de occidente en diferentes períodos; la importancia de esta obra radica en la visibilidad de las posibilidades de las conquistas políticas de las mujeres en el plano de la construcción de la ciudadanía y las democracias de occidente y la realidad de las construcciones culturales de lo masculino y femenino.
Si bien, la historiografía femenina de occidente revela las condiciones de opresión y de dominación de una cultura evidentemente patriarcal, también revela el poder femenino que surge en el marco de las ciudadanías críticas y los movimientos sociales que han llevado al desarrollo de proyectos sociales consecuentes con otro modelo de sociedad basado en relaciones equitativas.
Consecuentemente, las ciudadanas críticas son aquellas que tienen la capacidad de aportar a ese nuevo modelo de sociedad mediante el ejercicio de la ciudadanía de alta intensidad que busca contribuir a profundas transformaciones sociales en los modelos económicos y políticos. Sin embargo, aunque hoy se promulga la equidad de condiciones sigue persistiendo la emergencia de la distancia del patriarcalismo que reduce a la mujer al ámbito privado en el entorno doméstico y posiciona al hombre en el ámbito público.
Para Lagarde (1990)
La contradicción central en este nivel es de orden político: las mujeres realizan hechos de vida propios y para los otros y crean cada vez más riqueza social, cultural y política, y ello no conlleva una directa creación de poderes legítimos ni ejercidos a plenitud por ellas. La institucionalidad de las mujeres sigue en el mundo de la reproducción y se expresa en la sociedad civil, la sociedad política se reproduce cada vez más como el Gran Estado, es Estado del Pater, sigue siendo patriarcal y es monopolizado por los hombres. (p.8)
No obstante, reconociendo las contradicciones del paradigma de la modernidad, cada mujer tiene la posibilidad de reconocer su subjetividad política, transformar la cultura del patriarcalismo en el ámbito de su vida privada y pública, a través de prácticas de pensamiento crítico, empoderamiento, incidencia política, ciudadanía responsable, que, aunque continúan siendo de carácter emancipador son ejemplos de la reivindicación histórica de la mujer en la escena pública.
En consonancia, es la hora del posicionamiento de subjetividades políticas acordes con los postulados de la ciudadanía crítica en la que hombres y mujeres luchen en contra de las injusticias, la inequidad, la violencia, la desigualdad, la discriminación, la reproducción de discursos y prácticas políticas excluyentes, restrictivas y egoístas, y a favor de la equidad social, la perspectiva de género, la igualdad, la justicia social y la paz.
Nussbaum (2016) sostiene “El pensamiento crítico es particularmente crucial para la buena ciudadanía en una sociedad que tiene que luchar a brazo partido con la presencia de personas que difieren según la etnia, la casta, la religión y profundas divisiones políticas”. (p.20)
Referencias
Lagarde, M. (1990). Identidad femenina. Secretaría Nacional de Equidad y Género, 25-32.
Nussbaum, M. C. (2016). Educación para el lucro, educación para la libertad. Nómadas (Col), (44).
García, J. A. (2002). Historia de las mujeres en América Latina (Vol. 1). EDITUM.
[1] Libro en el que se describe el juicio del alemán Eichmann por crímenes contra la humanidad y genocidios durante las guerras mundiales.