Pensemos desde ya en todas las formas de vida con las que compartimos este planeta; actuemos desde ya y estrechemos lazos de solidaridad para consolidar un tejido social en el que ni las generaciones presentes ni las futuras pongan en riesgo su bienestar. Si la sostenibilidad es pensar en las generaciones futuras, ¿qué es pensar en la generación actual que comparte necesidades y sueños?
El concepto de sostenibilidad se acuña desde el informe Brundtland en 1987 durante la Comisión Mundial del Medio Ambiente y Desarrollo haciendo énfasis en la satisfacción de necesidades presentes sin comprometer la posibilidad de que las generaciones futuras puedan satisfacer también sus necesidades. Eso provoca que nuestra atención se fije en la posibilidad de que las generaciones futuras puedan resolver sus necesidades sin profundizar en las estrategias para minimizar las grandes brechas que existen actualmente en la población mundial cuando de satisfacer necesidades se trata.
No sólo preocupa que no haya suficientes recursos para los que están aún por venir, sino preocupa aún más que los que ya compartimos esta casa común no contemos con suficientes recursos para alcanzar un bienestar mínimo diario. Así que resulta poco sensato pensar en las generaciones futuras cuando las presentes debido a múltiples factores estructurales están en riesgo permanente de satisfacer sus necesidades básicas.
En ese sentido, quiero invitar a los desprevenidos lectores a que reflexionemos en esta primera entrada acerca de la sostenibilidad no como la hemos concebido hasta ahora sino desde una mirada que implique pensar en nuestros congéneres, vecinos y familiares, aquellos con los que sin distinción alguna compartimos un mismo origen y derivación, tomando distancia prudente de los roles asignados a cada género. La sostenibilidad desde la congeneridad implica desmontar una serie de estigmas que han catalogado el quehacer de hombres y mujeres a lo largo de la historia, a partir de los que se han discriminado ámbitos de la vida social privilegiados para hombres y mujeres. Algunos de ellos como la participación política, la tecnología, los negocios, la toma de decisiones fueron de exclusivo dominio masculino hasta hace no mucho tiempo, desplazando a las mujeres a las tareas del hogar y reduciendo sus oportunidades para actuar como agentes de desarrollo. Este rol social de cada uno era atribuido según el sexo de nacimiento, es decir que estaba ligado intrínsecamente a los aspectos biológicos, mientras la visión cultural de cada sociedad asignaba lo que corresponde a los hombres y a las mujeres como en la India donde es aceptable que algunos hombres vistan con falda (el lungui), aunque ello sea motivo de burla en otras latitudes.
Sin embargo, y para fortuna de muchos, esta concepción dicotómica en la que se distribuían las tareas de la sociedad se ha ampliado, de modo que los roles no están supeditados al sexo de nacimiento sino al desarrollo de habilidades y la construcción social de género que ha contribuido en la reivindicación de derechos de unos y otros. En la medida en que hay construcciones sociales cada vez más amplias, se hace necesario adaptar las reflexiones de lo que supuestamente corresponde a cada uno en una sociedad en aras de promover la sostenibilidad, pues ya no se trata de lo que hombres y mujeres aportan en colectivo y construyan en comunidad para el desarrollo, sino también desde lo que ofrece una perspectiva incluyente que tenga en cuenta las demandas sociales, las apuestas políticas y las propuestas económicas de toda una diversa gama de personas que convivimos en esta casa común. En ese sentido la sostenibilidad desde la congeneridad debe apreciarse desde visiones compartidas de los que hoy habitamos el planeta Tierra.
En definitiva es más cómodo pensar en las generaciones futuras que aún no han llegado, porque son una representación imaginaria, inexistente y por tanto distorsionada de lo que podría llegar a haber. En cambio preocuparse por nuestros congéneres, vecinos y familiares, que son reales, con corporeidad física y de quienes se puede tener noticia, implica una tarea ambiciosa que exige cierto nivel de equidad para que consigan la misma posibilidad de satisfacer sus necesidades sin importar raza, origen, género, religión, ocupación. La sostenibilidad desde la ‘congeneridad’ consistiría en todos los esfuerzos desplegados para que la población mundial, sin distinción alguna, tengan lo suficiente para llevar una existencia digna, desarrollar su potencial humano y alcanzar un buen vivir, reconociendo que la equidad es la igualdad desde la diferencia a través de la que es posible entablar diálogos genuinos y enriquecedores que alimentan las ideas acerca del devenir planetario en el que todos tenemos mucho por aportar.
Entretanto… existen países que nos llevan años luz avanzando hacia la sostenibilidad desde la congeneridad, ¿qué ejemplo nos puedes compartir?