Los Seres Humanos somos seres sociales, pero no podemos establecer este principio como una razón por la cual no ponemos límites a las demás personas hacia nosotros.
Poner límites no solo se trata de fijar un espacio territorial, sino que es un entorno mental, físico y emocional donde nos sentimos a salvo, donde no podemos ser agredidos física o verbalmente.
Para muchas personas resulta difícil fijar líneas con los demás que no deben ser traspasadas e indicarles qué queremos y necesitamos, y en qué momento. Esto no quiere decir que no tengamos en cuenta al otro siempre que pensemos en sus necesidades y deseos.
Existen múltiples razones para que no seamos capaces de poner límites.
En primer lugar, el miedo a ser rechazados en un futuro. Por ejemplo, cuando nos invitan a una cena y realmente no nos apetece ir, pero aceptamos por el miedo a que la próxima vez no nos pregunten. Cuando nos piden ayuda con algo, pero realmente no podemos ir porque ya tenemos otros planes o simplemente no nos apetece, tendemos a pensar que somos malas personas, malos amigos o amigas o egoístas.
El miedo a que el otro se sienta abandonado. No podemos hacernos responsable de los demás constantemente: de cómo se sienten, de sus problemas o de su vida general. Por ejemplo, no es justo limitar nuestra vida, posponer planes de futuro porque otra persona no quiere vivir lo mismo.
El miedo a que el otro no llegue a sus responsabilidades. Podemos ayudar a nuestra familia, amigos o conocidos para facilitarles una situación, pero no podemos esperar a que nosotros alcancemos a solucionar todos sus problemas.
El miedo a no ser suficiente. Principalmente las mujeres cargan este peso sobre los hombres. Tanto física como mentalmente pensamos que no damos la talla, que siempre debemos dar más y más, hasta agotarnos mentalmente y no disfrutar de las relaciones o no tener una relación sana con nosotras mismas.
El miedo a no ser un buen soporte mental. Cuando alguien cercano sufre algún tipo de enfermedad mental o está pasando por un mal momento creemos que debemos estar disponibles siempre que nos necesite, responsabilizándonos así de su enfermedad sin ser nosotros expertos en la materia.
No es sano acceder constantemente a realizar cosas que no disfrutamos solo por miedo a dañar a otra persona. De aquí radica la importancia de conocernos a nosotros mismos. Lo que implica un proceso largo y difícil.
Definir nuestras necesidades y gustos nos da la tranquilidad de saber qué queremos y qué nos hace sentir bien con nosotros mismo y con los demás. En la medida en la que también nos respetamos a nosotros mismos tendremos más fuerza para fijar las barreras que los demás no deben cruzar.
Mejorar la propia autoestima. Ser consciente de cuánto vales y cuánto vale tu tiempo. Mostrarte tal y cómo eres, sin miedo a las opiniones ajenas y utilizar esto también como una herramienta para poner punto final a relaciones tóxicas. Esto también supone ser menos vulnerable y tener la fuerza para frenar un acto que no nos gusta.
Conseguir relaciones sanas y compensadas nos quita la presión constante de tener que demostrar y dar más. Así como hacerle llegar a los demás cómo quieres que se relaciones y comuniquen contigo. El respeto llegará con el tiempo entre las personas implicadas y nadie se sentirá menospreciado.
Poner límites nos ayuda a ser más consciente con nosotros mismos. Provoca un sentido de elección propia sobre nuestras acciones en relación con los demás y viceversa y nos convierte en el personaje principal de lo que decidamos.