Estamos muy intensos últimamente con el cambio climático, puras noticias con titulares espantosos nos aparecen en todo internet. Pero hay un truco. Recuerdo que en el 2013 veía noticias y hablaban muchísimo sobre eventos sociales y farándula. Hablaban de la vida de celebridades, lo que hacían y dejaban de hacer, como siempre, eso no cambia. Sin embargo, los temas medioambientales todavía los percibía ficticios porque en las noticias tenían ese aire futurista. Incluso se hablaba de películas como “2012”, que se estrenó en 2009; y la gente temía que el fin del mundo se asemejara a la ficción.
Películas e historias de tornados, tsunamis y terremotos sucediendo al mismo tiempo en cada rincón del mundo eran los apoyos visionarios que teníamos para pensar sobre el cambio climático. Y nada parecido sucedió. Vivíamos diciendo que en cinco o diez años sería el fin del mundo, creíamos que la NASA era ciencia ficción, falacias, que la robótica planeaba un ejército de androides para sustituirnos y meternos en una guerra. Todas conspiraciones y fantasías distópicas, porque por alguna razón nos gusta visionar el caos pero sentarnos a esperar a que pase, en vez de prevenirlo.
Precisamente, esto es lo que sucedió en el cambio de década. Un caos que pudimos prevenir - porque se veía venir - y que ahora, según lo último de Save the Children, marcará la vida de los nacidos en el inolvidable 2020; siete veces más olas de calor, 2.6 veces más de sequías, el doble de incendios forestales y de cuanto le venga en gana al planeta para vengarse de nuestra irresponsabilidad ambiental hasta borrar nuestra huella.
Esto, por supuesto, es otra visión distópica si y solo si no aprendemos de nuestra vida en las tres décadas anteriores, cuando la promesa por acciones contra la crisis climática eran empoderadoras pero resultaron en palabras vacías, como mencionó Greta Thunberg, “puro bla, bla, bla”.
Con el trauma que nos ha dejado el covid hemos cambiado nuestras costumbres de higiene, nos estamos lavando más seguido las manos, procuramos limpiar espacios públicos en los que vamos a tener contacto, lavamos con cloro y alcohol todo lo nuevo que traemos de la calle a la casa, estamos precavidos con cualquier tos o actitud “de enfermo” que vemos en quienes nos rodean. Nos estamos preocupando más por la salud porque ya experimentamos cómo lo invisible arrasa con lo que más adoramos. Y tenemos miedo de que arrase con más hasta llegar a nosotros individualmente.
Las personas están creyendo más en la ciencia, están confiando más en la palabra de quienes han dedicado su vida a estudiarnos y a estudiar el planeta. Escépticos hay, siempre han habido y habrán. Pero porque la pérdida y el miedo nos llegó de cerca, me parece que ahora somos más quienes confiamos en los profesionales y apoyamos a los activistas.
El informe sobre el futuro de los niños de hoy y cómo experimentarán el fin del mundo 2.0, no es otro titular ficticio, no es para meternos miedo. Ninguno nunca lo fue. Pero la pandemia llegó para quedarse y convivir entre nosotros, quienes nos adaptaremos, y la crisis climática siempre ha sido inminente pero hasta ahora la vemos y la sentimos cerca. Porque llueve poco o demasiado, porque el calor y la humedad nos consumen o el frío y la nieve nos congelan, porque las temporadas caen en tiempos distintos, porque especies de fauna migran adonde antes no lo hacían… o porque una nube de contaminación cubre las ciudades y pareciera Marte; por todo esto y más es que ahora sí estamos presionando unidos para que haya un cambio; ya notamos que la vida no es ficción.
Porque la incertidumbre y la muerte nos enseñaron en un año lo que la Tierra nos ha estado señalando por siglos. El truco está en escuchar lo invisible, unidos. A ver si nos tomamos en serio la vida del planeta de una buena vez, que la nuestra no prima, sino que depende.