El silencio al que se vieron y se ven sometidos miles de mujeres a lo largo de sus vidas no es más que una prueba del poder hegemónico que todavía tienen los hombres.
Existen múltiples formas de violencia hacia la mujer. La más evidente y conocida es la física, y tras esta la psicológica. Así como esta última es muy difícil de detectar, la cultura del silencio también supone un abuso poco visible hasta hace apenas unos años.
Fue en 2017 cuando el diario “The New York Times” sacó a la luz, mediante un artículo, los casos de agresiones sexuales cometidos por Harvey Weinstein durante décadas. En ese momento la etiqueta #MeToo se viraliza principalmente en la red social Twitter, donde miles de mujeres cuentan en primera persona los casos de abusos sexuales que sufrieron. Además de servir como herramienta de apoyo. El señalamiento hacia el director no solo quedó en las redes, sino que fue llevado con valentía a un escenario real en el Festival de Cannes, en 2018, por parte de la actriz italiana Asia Argento con un discurso que concluyó con un poderoso y contundente mensaje: “Sentados entre vosotros están quienes aún tienen que rendir cuentas por su comportamiento contra las mujeres. Vosotros sabéis quiénes sois, pero lo importante es que nosotros sabemos quiénes sois y no vamos a permitir que os salgáis con la vuestra por más tiempo”. Dos años después, en 2020, en la sala Pleyel de París durante los premios César, la actriz Adele Haenel, uno de los principales rostros del movimiento #MeToo, abandonó junto a un grupo de mujeres, el acto cuando Roman Polanski, quien cuenta con numerosas acusaciones por acoso sexual, ganó el premio a mejor director. Como ella dijo poco después en una entrevista para The New York Times: “Reconocer a Polanski es escupirle en la cara a todas las víctimas. Es decir que violar a las mujeres no es tan malo.”
Aunque la etiqueta #MeToo ya había nacido en 1996, a propuesta de la activista Tarana Burka, podemos preguntarnos por qué solo hace cuatro años que miles de mujeres decidieron romper la barrera del silencio y convertir en viral un hashtag que existe desde hace más de dos décadas. La respuesta es simple: la cultura del silencio no es más que otra forma de violentar al sexo femenino: silenciándolo, invalidándolo, restándole importancia a los abusos, haciéndole creer a las víctimas que son las culpables o que sus relatos no tienen credibilidad o que si los cuentan pueden dar por finalizadas sus carreras profesionales. Sin embargo, las mujeres ya cansadas de todo ello han decidido, nuevamente, luchar colectivamente y con sororidad.
Hollywood y Estados Unidos no son los únicos escenarios de abuso hacia las mujeres. La etiqueta llegó a otros países como Reino Unido, India o Pakistán, y a otros sectores. Los deportes son un campo todavía dominado por el supremacismo masculino. En el país galo varias patinadoras y nadadoras denunciaron las violaciones sufridas durante años por sus entrenadores, entre ellos Gilles Beyer. En televisión, podemos irnos hasta Suecia, donde Martin Timell, fue acusado de violar a tres mujeres, y finalmente su programa fue cancelado, aunque el personaje fue absuelto por el tribunal. En China, con el movimiento #MeToo, conocido como #我也是, salió a la luz de la mano de Xianzi el acoso sexual cometido por un reconocido y respetado presentador de televisión, Zhu Jun, hacia ella cuando era becaria en la cadena donde ambos trabajaban. Estos dos casos nos hacen ver que la realidad supera a la ficción representada en múltiples series como “The Morning Show”.
La lucha por poner fin a los abusos cometidos con total impunidad durante años llegó de igual modo a Ucrania y Rusia mediante el hashtag #IAmNotAfraidToSpeak. Las primeras denuncias en Ucrania fueron de índole familiar, callejero o relacionado con exparejas. No podemos olvidar que la 1 de cada 5 mujeres y 1 de cada 13 hombres declaran haber sufrido abusos sexuales en la infancia, o que el acoso callejero impide a las mujeres caminar tranquilamente por la calle cuando se encuentran a un grupo de hombres.
Al otro lado del Atlántico, en el país argentino, las mujeres comenzaron a usar #MiraComoNosPonemos. Con él, la actriz Thelma Fardín decidió dar voz a las violaciones sufridas por Juan Darthés en 2009 cuando tenía 16 años. En México diferentes grupos de mujeres salieron a las calles a protestar en contra de Salgado Macedonio, precandidato de Morena a la gubernatura de Guerrero. El político cuenta con cinco denuncias de abuso sexual y a pesar de ello se niega a renunciar a su candidatura. Una de las denunciantes, Brenda, una militante de Morena, como recoge el periódico, El País, ya había denunciado a Macedonia ante el Ministerio Público de su pueblo, pero ellos se negaron a recoger su testimonio argumentando que se trataba de un personaje con mucho poder.
Esto no solo demuestra la falta de apoyo por parte de las instituciones que deben protegernos, sino una férrea defensa del depredador que solo lo lleva a creerse más fuerte e impune para seguir violentando a otras mujeres sin ser cuestionado y que así prosiga esta cultura del silencio. Otro caso reciente en el país norteamericano es el de Nath Campos. La youtuber decidió mostrar en la plataforma, mediante su propio testimonio, como fue abusada por Rix (un amigo suyo) una noche tras volver de una fiesta. Para sorpresa de pocos, en el matinal Hoy, de la cadena Televisa, sus tertulianos no hicieron otra cosa más que culpabilizar a la víctima y caer en la retórica machista de por qué ella había bebido tanto o por qué se había ido con su amigo a casa. La apología a la violación, a modo de chiste, tampoco ha faltado, en youtubers que, tras el video de denuncia de Nath han salido en defensa de la joven.
Lo cierto es que resulta bastante común ver a hombres hacerse los aliados feministas cuando saben que eso les beneficia.
El sector musical tampoco está libre de acosadores sexuales que juegan con sus víctimas bajo la amenaza de destruir sus carreras. Recientemente la cantante española, Zahara, denunciaba con su última canción, Merichane, el acoso sufrido desde la infancia hasta aterrizar en la industria musical. En algún momento de la vida, se estima que el 90% de las mujeres fueron Merichane.
Lejos de los focos nos encontramos a muchas otras mujeres abusadas a diario: las temporeras de la fruta en Huelva, las mujeres indígenas, campesinas, trans, prostitutas, y muchas otras que quedan en el anonimato. En su mundo también se naturaliza la violencia sexual y el abuso de poder que acaba provocando su silencio y promoviéndolo, de modo que las víctimas no denuncian porque no se les cree, se les culpa y se les señala. El agresor campa así a sus anchas y disfruta de total impunidad. Sin embargo, y con cierta esperanza, el mundo ya no ve, ni oye, y, por tanto, no otorga de la misma manera la violencia sexual.