La palabra Shoah es empleada para denominar al Holocausto, dado que este nombre significa etimológicamente “sacrificio”. El genocidio dista de tener el carácter sacrificial que le atribuye este término, aunque la población judía haya decidido darle dicho significado.
Adolf Hitler subió al poder en 1933 proclamando el Tercer Reich en Alemania. Dos años después creó Las Leyes de Nuremberg, con las cuales hizo legal la discriminación de las minorías raciales y le dio solución final a la cuestión judía. Estas leyes estipulaban que los miembros de la población judía no podían ocupar cargos públicos ni ejercer ciertas profesiones y, del mismo modo, dejaban de ser considerados ciudadanos alemanes, dejándolos susceptibles al abuso de poder del Reich alemán. Una persona a quien se le arrebata la ciudadanía es una persona que no tiene derechos civiles y por quien nadie puede abogar. Ningún país reclamó como propios a los judíos ni a los gitanos, desposeídos de ciudadanía, y en ningún lugar quisieron aceptarlos; estas personas quedaron en manos de un gobierno que buscó su exterminio.
La Segunda Guerra Mundial fue un escenario propicio para llevar a cabo las labores de deportación, creación de guetos y posterior exterminio, porque nadie sabía de estas situaciones en el extranjero y, por lo tanto, nadie intervino en su desarrollo. El sueño del Reich era purgar su imperio de estos colectivos indeseables. Todos los lugares invadidos, así como la Italia fascista, debieron disponer de sus judíos y gitanos.
Los campos de concentración nunca fueron autosostenibles, de hecho, consistían en un gran gasto para el gobierno nazi. En los guetos se cobraban altas cantidades de dinero para mantener a una parte de la población a salvo. Los judíos fueron expropiados y sus pertenencias arrebatadas. Estas ganancias fueron entregadas al Reich para que continuara con la explotación. En el caso de la tortura, era común que tras la captura de los judíos que realizaban acciones políticas se utilizaran sobre estas personas técnicas sádicas con miras a la delación. También en los campos de concentración había lugares establecidos para castigar a los prisioneros. Sin embargo, el hecho mismo de existir dentro de cualquier campo de concentración era tortuoso y degradante.
Los condenados dormían en barracks, estructuras de madera en las que las personas, hacinadas, dormían de a dos o tres en cada cama. Las duchas eran ocasionales. Los hospitales eran un espacio de descanso para los presos, pero también en ellos se realizaban experimentos médicos con sus cuerpos, aún vivos. Después de la muerte, los mismos prisioneros se encargaban de los cadáveres, recogiéndolos de las cámaras de gas, llevándolos a los hornos y retirando sus cenizas para regarlas en las cercanías de los campos.
La dominación total, como la describe Arendt, consiste en la abolición absoluta de la espontaneidad en el ser humano. Las personas ya no reaccionan, solo siguen patrones de conducta pensados e implementados por los verdugos del campo de concentración. Las víctimas caminan en fila hacia su muerte, no se revelan y no luchan en contra de sus captores, solo obedecen. Por ejemplo, el musulmán era aquel que, vencido por el hambre, se postraba como si fuera a rezar y nunca volvía a levantarse; dejando su porción de comida disponible para ser robada por los otros hambrientos que aún tenían fuerza para moverse.
Había diferentes tipos de campos, algunos eran de concentración, otros de trabajo y finalmente estaban las fábricas de la muerte. Estas últimas consistían en un espacio en el cual los deportados iban directamente a morir. En cuanto llegaban eran separados entre hombres y mujeres y conducidos a las cámaras de gas con el pretexto de desinfectarlos y limpiarlos después de su tortuoso viaje, en el cual ya muchos habían muerto a causa de sofocamiento, deshidratación y detrimento. Las personas eran forzadas a estar de pie durante días por el poco espacio que había disponible. Por supuesto, no había baños, ni agua, ni comida durante todo el trayecto. Una vez llegaban a las duchas, las personas tenían como indicación dejar todas sus pertenencias ordenadas y listas para recogerlas después del baño, de modo que nadie sospechara que, en vez de agua, habría zyklon B saliendo de las tuberías.
El ejercicio del terror es la esencia del totalitarismo
Las sociedades totalitarias buscan la pérdida del sentido de la vida como medio para el control social. Demostrar que todo es posible -como las fábricas de la muerte, la tortura, la dominación total del ser humano, la deshumanización- es mostrar que el Estado tiene el control absoluto sobre las personas y sobre todo lo que sucede en sus vidas. El campo de concentración tiene unas dinámicas propias, las cuales carecen de sentido para quienes lo habitan. Cualquier acto puede ser castigado, cualquiera puede morir en las duchas y cualquiera puede morir de cansancio y hambre. Algunos son recompensados por colaborar, manteniendo el orden, utilizando la violencia.
Dentro del marco de la ideología totalitaria, nada podría resultar más sensible y lógico; si los internados son sabandijas, es lógico que deben ser eliminados mediante gases venenosos; si son degenerados, no se les debe permitir que contaminen a la población; si tienen almas de esclavos (Himmler), sería perder el tiempo tratar de reeducarles. Contemplados a través de los ojos de la ideología, lo malo de los campos es casi el que tengan demasiado sentido, el que la ejecución de la doctrina resulte demasiado consecuente (Arendt, 2011, p. 613).
Todo lo anterior tiene un propósito específico: eliminar la existencia total de las víctimas. Total, porque no se las quiere eliminar solo en el sentido físico, sino también a través de otros mecanismos: la abolición de la ciudadanía y, por lo tanto, de las garantías del pacto social; la asignación de números durante la llegada a los campos; las miles de muertes diarias en los diferentes campos; la cremación y las fosas comunes; y, finalmente, la destrucción de los campos de concentración cuando Los Aliados llegaron al territorio del Reich. Todos estos, pasos para no dejar rastro del delito cometido, ni lugar para la memoria de las víctimas. Aquí sería válido agregar, también, a los negacionistas del Holocausto.
¿Cómo volver a la sociedad después de experimentar la atrocidad de la maquinaria de la muerte creada por el nazismo? Primo Levi habla de la culpa que sienten los sobrevivientes del holocausto porque, para lograr dicho objetivo, muchos tuvieron que recurrir a acciones inmorales como el colaboracionismo. También está presente la pregunta constante de por qué ellos y no otros; muchas personas quedaron sin familia después del fin de los campos de concentración y la persecución política. En los testimonios, también se encuentra la culpa por haber perdido las calidades humanas de la compasión y la empatía. Solo así se podía sobrevivir. El trauma es un componente esencial en el caso de los sobrevivientes, una herida abierta que nunca sana.
Podía ser que estuviese vivo en lugar de otro, a costa de otro; podría haber suplantado a alguien, es decir, en realidad matado a alguien. Los salvados de Auschwitz no eran los mejores, los predestinados al bien, los portadores de un mensaje; cuanto yo había visto y vivido me demostraba precisamente lo contrario. Preferentemente sobrevivían los peores, los egoístas, los violentes, los insensibles, los colaboradores de la zona gris, los espías. No era una regla segura […] pero era una regla. Yo me sentía inocente, pero enrolado entre los salvados, y por lo mismo en busca permanente de una justificación, ante mí y ante los demás. Sobrevivían los peores, es decir, los más aptos; los mejores han muerto todos (Levi, 2016, p.541).
La impunidad de muchos de los actores y colaboradores del genocidio estuvieron presentes en el proceso de reconstrucción social, así como las sanciones a los altos mandos en los Juicios de Nuremberg. Sin embargo, las garantías de no repetición de los organismos internacionales de derechos humanos son vacuas. Vemos que el genocidio vuelve a suceder y toda la maquinaria totalitaria se establece de nuevo en diferentes países.
En los Juicios de Nuremberg se decidió que los judíos debían tener una patria como garantía de no repetición y que esta sería la establecida en la Biblia, Palestina. A pesar del Holocausto, los judíos sionistas no establecieron una cohabitación pacífica del territorio, sino que lo ocuparon de manera violenta, creando muros y destruyendo los hogares de la población palestina, la cual se ha visto diezmada de manera radical en las últimas décadas. Los israelíes tienen la obligación de prestar servicio militar obligatorio oprimiendo al pueblo palestino. Se matan niños, se utilizan armas químicas y se expanden las fronteras por medio de bulldozers. Nadie es inocente. Este es otro genocidio, sucediendo de nuevo, esta vez a mano de las víctimas.
Por todo esto, es necesario crear memoria y apropiación de la misma para difundirla, para evitar estos cursos en la Historia, para que las víctimas de un genocidio no se vuelvan los victimarios en otro. Solo así podremos salir de la barbarie y establecer garantías reales de no repetición para la humanidad.
Bibliografía
Arendt, H. 2011. Los Orígenes del Totalitarismo. Madrid: Alianza.
Levi, P. 2016. Trilogía de Auschwitz. Bogotá: Ariel.