Tan absurdo como el título de esta columna, es lo que ha venido sucediendo en el país. Masacres que se repiten casi sistemáticamente en nuestro territorio. Disparos que retumban, pero sólo en quienes los sufren. Sí, van 43 masacres en lo corrido del año, pero el país sigue como si nada. Contrario a lo que se esperaría de nuestra condición humana, la indignación ante estos hechos ha sobrevenido aisladamente, e incluso, polarizadamente; aún no se evidencia un clamor colectivo que denuncie estos flagelos con vehemencia.
Si hubiera sido en el extranjero, abundarían las banderas de solidaridad en los perfiles de Facebook, twitter o instagram. Incluso, no faltarían quienes publicarían una foto en el lugar de la tragedia para recordarle a sus allegados que han estado ahí. ¿A que se debe esta presunta indiferencia?, ¿es que acaso no nos duelen nuestros muertos?
Seguramente habrá muchas respuestas a estas preguntas, pero quisiera llamar la atención sobre una que, sin duda, es de las más importantes y está relacionada con la forma de comunicar. Posiblemente sin intención, algunos de nuestros líderes y los medios de comunicación se han encargado de deshumanizar estas masacres.
Cuando uno lee las noticias, constantemente los hechos se reducen sólo a cifras. Un conteo que a medida que avanza, lo que más pareciera hacer es inmutar más a los colombianos. Si bien los números nos ayudan a abstraer, a generalizar y a describir, también reducen la empatía y simplifican las percepciones; en breve, deshumanizan. Necesitamos saber más.
Con todo esto, a veces pareciera que los únicos que realmente contaran en este país fueran los blancos, famosos, extranjeros y/o personas pertenecientes a los segmentos prestantes de la sociedad. Nuestros campesinos, indígenas, afrodescendientes, jóvenes sólo cuentan para una estadística, parecieran no tener una historia de vida que contar.
No podemos olvidar que detrás de cada vida que se apaga hay una historia, una familia que se resquebraja, un proyecto de vida que se trunca. Detrás de cada vida que se apaga, nace el miedo a no volver a ver la luz del sol, la desesperanza de un mejor porvenir y la desconfianza hacia un Estado que cada vez se siente más lejos.
Estas masacres no son un tema menor, y el uso del lenguaje para comunicarlas mucho menos. En un país donde la violencia está tan normalizada, las noticias no pueden reducirse a cifras y hechos que dan más preguntas que respuestas. Los medios de comunicación juegan un papel primordial en la generación de opinión y construcción de ideas. Las emociones vienen de los pensamientos y estas a su vez desencadenan acciones.
Si bien, el simple hecho de sentir dolor por lo que nos pasa no soluciona nada, es el primer paso para acabar con la impotencia. Tal vez las generaciones más jóvenes no lo sepan, pero, ¿luego es que queremos repetir la historia de varias décadas atrás?