En Venezuela, la violencia de género es una de las realidades más duras que la sociedad lleva a cuestas. A pesar de ciertos avances en la lucha por la igualdad de género en el ámbito laboral y económico mayormente, los casos de abusos y malos tratos, verbales y físicos de un número importante de hombres hacia las mujeres sigue siendo alarmante.
Probablemente en repetidas ocasiones han llegado a nuestros oídos casos de este tipo, que penosamente son la punta del iceberg de una realidad social que no solo habla de este país en específico, sino de una tendencia global, tal y como explican algunas cifras recientes emitidas por la Organización de Naciones Unidas indicando que en Venezuela, 4 de cada 10 mujeres son maltratadas, mientras que el promedio mundial de casos son 3 de cada 10.
La dueña de esta historia, a través de su testimonio, quiere servir de voz para las miles de jóvenes que han sufrido violencia de género en algún momento, dando a entender que hablar del tema, buscar ayuda y denunciar es imprescindible para comprender que sí hay salida y darse el derecho a una nueva oportunidad.
“En mi casa siempre hubo violencia, mi hermano y yo crecimos viendo como mi papá maltrataba a mi mamá física y verbalmente, esa rutina duró mucho tiempo, años prácticamente, crecimos y el panorama empeoró para mi cuando mi hermano, siguiendo el ejemplo de mi padre, empezó a pegarme hasta el punto de obligar a mi mamá a denunciarlo ante la Lopna, (legislación venezolana destinada a proteger a los menores de edad) y por fin, cuando mis padres deciden ponerle punto final a su relación disfuncional de años, mi papá decide irse de la casa justo el día de mi cumpleaños número 15”, cuenta Laura con serenidad a modo de preámbulo de los duros años que estaría por vivir.
La historia de Laura y su madre no se tratan de casos aislados, todo lo contrario, alimentan la estadística que sitúa a Venezuela dentro de los 15 países con más feminicidios en el mundo, según datos arrojados por Organizaciones No Gubernamentales como el Observatorio Venezolano de los Derechos Humanos de las Mujeres, entre otros.
Ella prosigue reviviendo entre palabras y pausas los episodios y anécdotas amargas de su adolescencia; “Tiempo después un hombre llamado Alexis se convirtió en la segunda pareja de mi mamá, desde que se mudó a nuestra casa vivía maltratándola psicológicamente, por lo menos este no le pegaba. La situación en la casa solía ser incómoda, malos tratos por parte de mi padrastro, hostilidades por parte de mi madre, el único momento en el que podía despejarme era cuando me quedaba en casa de mis amigas o mi novio, pero eso también era sinónimo de conflicto para mi mamá”.
Aunque se puede decir que Laura ha sido víctima de violencia la gran parte de su vida, siempre estuvo consciente que eso no era lo normal y que por lo tanto, debía valorarse y alzar la voz, buscar ayuda psicológica que le permitiera, en un futuro, no repetir patrones de violencia en su vida.
Laura recuerda que después de tanta violencia psicológica, Alexis y su madre decidieron dar por terminada su relación, lo que permitió que tiempo después llegara otro hombre a sus vidas: “el se llamaba Carlos, era artesano, tenía una hija en otra región del país que no podía ver por ser violento, consumía drogas... él no solo maltrataba a mi mamá, también lo hacía conmigo, me insultaba, llegó a pegarme frente a mi madre y mi hermano, pero ellos jamás me defendieron, al contrario, mi mamá me alentaba a que me fuera de la casa para no molestar a Carlos, estaba totalmente manipulada por este hombre”.
Con respecto a esto, el psicólogo mexicano Alfredo Juárez afirma que la baja autoestima, exceso de tolerancia, dependencia emocional, ansiedad y sumisión son algunas de las características comunes del perfil de una mujer maltratada, lo cual no le permite tener un criterio realista que le deje ver objetivamente lo que es y no correcto.
La madre de Laura encarna este perfil. “Mi padrastro no solo llegó a ponerle veneno para ratas a mi comida, también intentó abusar de mí en más de una ocasión, pero tenía a mi mamá en mi contra, él me prohibía abrir la boca, yo me sentía muy mal y mucho más con la actitud de mi propia familia, en una ocasión pensé en suicidarme”, comenta Laura.
Ante esa situación, la embargó el miedo habitual que víctimas como ella suelen sentir ante una amenaza constante a su integridad, tenia miedo de transgredir las advertencias de Carlos, de hablar, de contar el infierno que estaba viviendo por temor a que no le creyeran. Tarde o temprano en una de las discusiones de costumbre salió a la luz el tema y ella, en estado de vulnerabilidad total, confesó ante Carlos, su madre y hermano los intentos de violaciones de los que había sido víctima, su hermano no movió un dedo al respecto y su madre no le creyó.
Ella decidió irse unos días de la casa, afortunadamente contaba con el apoyo sus amigas y novio, él la alentó para que pusiera la denuncia, Laura se llenó de valentía y logró hacerlo, cuando su madre supo se enfureció y le confesó sentir mucho miedo por la reacción de Carlos una vez que se enterara, esos días él estaba de viaje.
Días después, el hermano de Laura se encontraba en su habitación y los gritos desesperados de su madre le avisaron que Carlos había regresado a la casa, cuando salió a buscarla lo encontró a él muy alterado y con un machete a punto de agredirla, al tratar de impedirlo pudo darle chance a su madre para que escapara, ese fue el momento en el que el miedo no pudo más que su voluntad y puso la denuncia, fue entonces cuando Carlos decidió irse de la casa.
Laura finaliza su historia relatando que a pesar de todo lo ocurrido su madre no había dado por terminada la relación, sino meses después cuando casi la mata en la calle golpeándola en la cabeza, “fue ahí cuando decidió poner punto final a la pesadilla, él se fue del país, se fue a Argentina, no supimos en mucho tiempo de él, hasta que nos enteramos que había regresado a Venezuela huyendo de la ley porque había violado a una niña de siete años, ahí fue cuando mi mamá me creyó”.
Laura asegura que haber hablado del tema con sus amigas la ayudó a sentirse apoyada y, por supuesto, haber buscado ayuda psicológica oportuna que le permitiera sanar y perdonar. “En una situación tan difícil, drenar siempre será un aliado”.