El ecofeminismo es una teoría crítica, práctica y movimiento social que nace de la unión entre el feminismo y el ecologismo, con el propósito de construir puentes de diálogo para entender con mayor profundidad las raíces de un modelo socio-económico y cultural hegemónico que “le ha declarado la guerra a la vida”; todo ello, de cara a visibilizar vínculos, sujetos y prácticas que han permanecido en la oscuridad pero que, sin embargo, han sostenido la vida.
El estrecho diálogo entre el feminismo y el ecologismo, nos permite ampliar el panorama y percibir las conexiones que existen entre una Naturaleza dominada, instrumentalizada y expoliada, con respecto al trabajo no reconocido e invisibilizado que las mujeres han realizado, histórica y gratuitamente, en la reproducción, cuidado y sostenimiento de la vida. Y aquí, hemos de tener claro que el carácter o razón de ser de los vínculos y similitudes que hay entre mujeres y naturaleza, varía dependiendo del tipo de ecofeminismo. Así, los ecofeminismos de corte esencialista atribuyen un fundamento ontológico a la relación mujeres y naturaleza, mientras que otros ecofeminismos, como los críticos o constructivistas, defienden que esta conexión tiene sus orígenes meramente en cuestiones sociales y culturales.
Sin embargo, aunque existan diferencias entre los ecofeminismos, todos están de acuerdo en cuestionar el pensamiento lineal y unidireccional del racionalismo instrumental, así como las bases androcéntricas y antropocéntricas que descansan en un modelo económico hegemónico global, el cual, se ha ido construyendo sobre mercancías que han sido previamente extraídas de otras dimensiones, para luego ser reducidas y encuadradas de acuerdo a las exigencias del mercado. Por ejemplo:
- De la dimensión Naturaleza, el mercado capitalista extractivista y salvaje extrae todos los elementos que considera tienen valor pecuniario, siendo que el concepto valor abarca mucho más que el dinero y que la Naturaleza tiene elementos que son invaluables, como la Biodiversidad.
- En el trabajo, en muchos casos, éste se ha reducido al empleo, al tiempo que ha ido perdiendo su carácter moral y cultural. Asimismo, la división sexual del trabajo, propia también del capitalismo, ha excluido a todo lo reproductivo fuera de la dimensión productiva.
Claramente, este tipo de extracción de la Naturaleza y del trabajo humano, tanto de hombres como mujeres, no tienen en cuenta elementos tales como: los límites biofísicos de nuestro planeta, ni sus ciclos naturales o su capacidad de resiliencia; como tampoco nuestra realidad contextual, relacional e interdependiente.
Efectivamente, somos seres humanos encarnados en cuerpos físicos con dos aspectos inherentes a nuestra condición humana imprescindibles para vivir en el tiempo y espacio: la interdependencia y la ecodependencia. En el primer caso, han sido las mujeres quienes, mayoritariamente, se han encargado de los trabajos de cuidados, no porque estemos genéticamente dotadas para ello ni porque sea una virtud y responsabilidad femenina, sino debido a una asignación injusta que deriva de estrictos roles de género, impuestos y moldeados por sociedades patriarcales, y los cuales, han convivido de la mano de ciertos dualismos de oposición jerárquica, como por ejemplo: privado/público, cultura/naturaleza, emociones/razón, cuerpo/mente.
Aunque, hay que tener claro que la labor que han venido realizando las mujeres para sostener la VIDA, no solo tiene que ver con el cuidado de cuerpos y vidas de otras personas, sino que va más allá. En los países mal llamados de “Tercer Mundo”, “el trabajo y los conocimientos de las mujeres son de una importancia central para la conservación y el uso de la biodiversidad”. Al mismo tiempo, la conservación y el uso sostenible de recursos biológicos, garantizan la supervivencia y sostenibilidad del modo de subsistencia de muchas comunidades rurales. Sin embargo, como sucede con el trabajo de cuidados, hay muchísimas actividades que realizan las mujeres agricultoras que no son remuneradas ni reconocidas como trabajo productivo y que, por tanto, no figuran en los principales informes económicos convencionales. Por eso, no podemos hablar de justicia ecosocial sin reconocer y re-valorizar, previamente, los trabajos, métodos, prácticas y conocimientos de tantas mujeres dentro de las cadenas agroalimentarias.
Sin duda, es importante que comencemos a reflexionar quiénes y qué es lo que nos mantiene vivas y vivos; interiorizar nuestras dependencias entendiendo que éstas no tienen porque tratarse como debilidades o vulnerabilidades sino como aspectos de la condición humana que, en caso de respetarlos, hacen que nuestras vidas valgan ser vividas. También, es importante identificar cuáles de nuestras acciones están más encaminadas a fortalecer a ese sistema capitalista global que está acabando con nuestra biodiversidad, ríos, suelo, aire, en fin, con todas las bases materiales que sostienen tanto nuestras vidas como la de los animales no humanos.
Se trata de construir vías de acción que reviertan las estructuras y mentalidades que han hecho posible sofocar la vida en el planeta y que visibilicen todo aquello que ha sido relegado a la oscuridad pero que, sin embargo, tiene que ver con el sostenimiento de la vida, y sobre eso, el ecofeminismo tiene mucho que aportar.
Referencias
1 En palabras de la ecofeminista constructivista Yayo Herrero, “Las sociedades occidentales han alcanzado el siglo XXI enfrentadas a las bases materiales que sostienen la vida”. En Y. HERRERO, “Miradas ecofeministas para transitar a un mundo justo y sostenible”, Revista de Economía Crítica, Nº 16, segundo semestre 2013, ISNN 1696-0866, pp. 278-307. Disponible en:
2 Ídem.
3 Sobre las mercancías ficticias y la manera en que el modelo económico hegemónico las ha ido reduciendo, véase. K. POLANYI, La gran transformación, crítica del liberalismo económico, trad. J. Várela y F. Álvarez, Ediciones de la Piqueta, Madrid, 1989.
4 La autora C. CARRASCO explora grosso modo la evolución del concepto de trabajo, el cual menciona, se llega a fusionar con el concepto de empleo propio de la ideología productivista. Véase C. CRISTINA, “Tiempos y trabajos desde la experiencia femenina”, papeles de relaciones ecosociales y cambio global, No 108, 2009, pp. 46-47. Por otra parte, de acuerdo a M. MEAD, el trabajo tiene un componente cultural que definiría los objetivos por los cuales los individuos trabajan y, que generalmente, cuando no ocurre así, es porque son “arrancados de su mundo moral”. Citado en K. POLANYI, La gran transformación, crítica del liberalismo económico, op. cit., p.258-259.
5 V. SHIVA y M. MIES, La praxis del ecofeminismo: biotecnología, consumo y reproducción, Icaria, Barcelona, 1998, p.4.