¿Por qué hacer una canción entregando información sobre cómo hacerse un aborto con pastillas?, ¿qué tiene que ver el aborto con las lesbianas?, ¿por qué las lesbianas están cantando sobre el aborto si ellas no abortan?, ¿qué tiene que ver la heterosexualidad como régimen político con la maternidad obligatoria?. Si no te se nota lo lesbiana ¿no vale?, ¿no cuenta?. Son algunas de las preguntas que constantemente se nos hace llegar y quisiéramos comenzar diciendo que la sexualidad tiene un valor político. Un valor político con evolución histórica, legal y médica porque, culturalmente se sigue castigando todo lo que escapa a la heterosexualidad, lo que hace de ella una norma. Socialmente esto se traduce en personas que tienen el rol de resguardar la heterosexualidad a partir de miradas, comentarios, insultos, golpes e incluso asesinatos. En un plano más íntimo resulta en la expulsión del grupo familiar o bien en manipulaciones psicológicas y/o económicas para volver -a la senda del bien heterosexual, por lo tanto- a la casa bajo el cuidado y resguardo de la familia. Estas personas y sus prácticas castigadoras funcionan como un método de control social gratuito para el Estado. Claro que, es posible evadir estos controles sexuales a través de la asimilación al régimen o la estrategia del que-no-se-te-note, que también podríamos llamar “expandir los límites del closet hasta su máxima expresión”. Mientras más grande el clóset en el que vivimos, más gruesas son las paredes que nos resguardan de la violencia y la exclusión.
Cuando la medicina a finales del siglo XX dejó de considerar la homosexualidad y el lesbianismo como una enfermedad, se eliminaron las causas directas que justificaban la segregación, sin embargo las consecuencias culturales que tuvieron esos mecanismos de discriminación se arrastran hasta la actualidad. Hoy, eliminar las secuelas de la criminalización y la eugenesia cultivada en los siglos XIX y XX no representa un desafío de la agenda de política porque “nuestro problema” no pertenece al ámbito de lo público, es una “decisión” o un “estilo de vida”, pero no es un tema país. Frente a esto, volvemos a decir que sí, que la sexualidad sí es política. La heterosexualidad no es una opción sexual, no es una categoría, ni una etiqueta, es una institución política de opresión material que ejerce un poder universalizante sobre la sociedad ordenando todas las relaciones humanas, y ahora que ya pasó de moda darnos electroshock, criminalizarnos en los tribunales de justicia o tratarnos como un diagnóstico, se nos obliga a llevar al plano de lo privado cualquier desacato del régimen heterosexual.
Pese a estos intentos de borrarnos, las lesbianas estamos en todos lados: lesbiana la médica del consultorio, lesbiana la parvularia del jardín infantil (kinder garden), lesbiana la que te sirve el café, la que maneja el uber, la que te limpia el baño del trabajo, lesbiana tu jefa, lesbiana la amiga de tu esposa, lesbiana la que va a misa, lesbiana la tripulante del avión. Lesbianas haciendo cosas de lesbianas en todas partes, lesbianas en las plazas, en el patio del colegio, en la fila del banco, andando en bicicleta, esperando la micro, en el baño cuando el marido no está. Las abortistas también estamos en todos lados. Aborta la médica del consultorio, aborta la parvularia del jardín infantil (kinder garden), aborta la que te sirve el café, la que maneja el uber, la que te limpia el baño del trabajo, aborta tu jefa, aborta la amiga de tu esposa, aborta la que va a misa, aborta la tripulante del avión. Mujeres en todas partes haciendo lo que hay que hacer para abortar, abortando en las plazas, en el patio del colegio, en la fila del banco, esperando la micro, en el baño cuando el marido no está. Tanto las lesbianas como el aborto son cuestiones obligadas a permanecer en el seno de lo íntimo, pero nosotras estamos empecinadas en sacar nuestro lesbianismo a la calle, a gritar nuestros abortos y a hacerlo cotidianamente. Una mujer que aborta lo decide como primera opción, quienes acompañamos abortos todos los días lo sabemos bien. Deciden abortar apenas sale positivo el test, o antes, a la mañana siguiente de esa relación no protegida, o incluso antes, como una decisión que se toma cuando se pregunta por la sola posibilidad. No han evaluado otras salidas previamente. No hay intentos fallidos previos para convencerse de maternar. No. Solamente no quieren parir, quieren abortar, lo desean. Quieren abortar como primera opción. Abortar como un deseo, como una urgencia. Un deseo que el discurso médico niega en su afán asistencialista que pone a las mujeres en el lugar de sujetas tutelables incapaces de una decisión autónoma, mucho menos de un deseo. Un deseo ilegal que parece ser legal cuando se superan las barreras de clase y se accede a una clínica privada. Pero ¿es seguro abortar en una clínica privada de último nivel donde de la mujer probablemente no va a morir desangrada (cosa que en general no pasa en los abortos, ya sea en clínicas o fuera de ellas) pero donde los médicos la van a tratar mal, le van a hacer comentarios que refuercen la culpa, no la van a dejar usar analgesia ni elegir el tipo de procedimiento ni el momento para abortar?, ¿es seguridad solamente no morir ni quedar con secuelas físicas?, ¿y la privacidad?, ¿y el acceso a información?, ¿y la posibilidad de hacerlo en su casa con su círculo de apoyo en vez de estar bajo control médico estricto, en un procedimiento que no necesita de esa supervisión?, ¿y la posibilidad de usar medicina complementaria durante el proceso?. Como el parto, la sobremedicalización del aborto no implica necesariamente mayor seguridad. La ginecología a veces funciona como mecanismo de control sobre nuestros cuerpos y nuestros placeres, como lo que hace con su desinformado y patologizante discurso sobre las prácticas sexuales de las lesbianas. Porque la medicina no puede comprender el deseo de una mujer de abortar y tampoco puede comprender el deseo de una mujer sobre otra mujer. Una es una mujer sin parir, la otra es una mujer sin servirle a un hombre. Ambas mujeres son desobedientes. Porque una mujer que se decide lesbiana, decide que ni su cuerpo ni su energía estarán disponibles para el consumo masculino. Una mujer que decide abortar, decide que su cuerpo ni su energía estarán disponibles para parir ni criar. Abortera y lesbiana. Dos mujeres que deciden desobedecer a los mandatos, a las leyes. Acompañar abortos desde la lesbiandad, desde la mirada lesbofeminista, ayuda a trizar la tan bien instalada lesbofobia en las mujeres. ¡Qué importante es que una mujer sepa que cuando sintió miedo, cuando se sintió sola, cuando pensó que se iba a morir, la que confió en ella y la acompañó sin juzgar fue una mujer lesbiana!. Quizás esa sea la única vez que aquella mujer esté frente a frente a una lesbiana, acompañándola, confiando en ella. Si un día la hija de esa mujer le confiesa que es lesbiana, ¿se acordará de la torta que la acompañó cuando se sentía sola?. Esperamos que ese recuerdo haga que la mujer abrace y acompañe a esa hija como alguna vez nosotras lo hicimos con ella. Así, nosotras proponemos desmontar el odio, desarmar de a poquito la lesbofobia, los mandatos de la heterosexualidad y la maternidad obligatoria.
El separatismo cuesta porque la heterosexualidad nos obliga a servirles, cuidarles y pensar en ellos permanentemente, así para muchas, ese aborto entre mujeres es la primera cosa importante que se hace lejos de "él". Ahora ellas se sienten capaces de todo. Y es que somos capaces de todo. A veces un poquito de separatismo, un poquito de tiempo entre nosotras, basta para darnos cuenta. El separatismo es una estrategia política que implica poner la energía (emocional, sexual, etc.) y el tiempo hacia el cuidado de las mujeres: separatismo es dejar de estar disponible para los hombres. Dicho esto, es necesario aclarar que, como estrategia política del feminismo, el separatismo tiene que practicarse cuando existan las condiciones para ello, por supuesto que, nosotras apostamos por lograr una independencia total de la clase de los hombres, pero sabemos que para lograrlo el camino es largo, difícil y mixto. También sabemos que la colaboración con varones puede ser útil en la medida en que los varones se hagan útiles. Tampoco es nuestro objetivo hacer de los hombres y su clase, el relato central de nuestro ensayo, pero sí consideramos necesario indicar que el separatismo es una estrategia política y no algo que se pueda exigir en una fiesta o en una marcha. El separatismo es estratégico cuando hablamos de aborto, porque los miedos y malestares que tenemos por ser mujeres no se pueden transmitir a quienes nunca lo han sentido. Es imposible hacerle entender a una persona rica como se siente la pobreza, aunque escribamos hermosos versos describiendo la sensación, la desposesión, el hambre y la precariedad. La pobreza no es una experiencia transmisible, o la has vivido o no, lo mismo ocurre con el aborto. Pueden existir personas que empaticen con la situación, sin embargo, la experiencia no es transmisible. La mayoría de las mujeres no sufren por el aborto, sufren por la clandestinidad, por el silencio, por la angustia de no encontrar información, o de encontrar y no saber a quién creerle, la angustia por no tener el dinero para comprar las pastillas, angustia de comprarlas y no saber si son las verdaderas, angustia de no poder contarlo a nadie, de quedarse solas, de sentir el rechazo de la pareja o la familia, etc. Así como la lesbofobia sistémica a nosotras nos ha hecho tanto daño, es la prohibición cultural del aborto lo que duele, lo que aterra, lo que hace que las mujeres estén en constante riesgo. La decisión de abortar no es compleja para la mayoría de las mujeres, y el aborto se vive con alivio, muchas veces incluso con alegría y de esa alegría se habla muy poco. Algo similar pasa con el lesbianismo, tenemos que hacer el trabajo de hablar de más de nuestra felicidad lesbiana, porque si bien alguna vez nos sentimos culposas, si bien alguna vez pensamos que no había ninguna otra que sintiera así, hoy vivimos felices nuestra lesbiandad elegida. Cuando una toma esa decisión, esta nos hace más grandes. Esa misma grandeza vemos en las mujeres que abortan, cuando ya no hay miedo ni culpa, cuando no están solas, cuando se sienten aliviadas de abortar. Queremos hacer una invitación a hablar más, de lo bien que la pasamos, de lo aliviadas que nos sentimos. Que el aborto no sea más la historia de la desangrada que sufre, que el aborto sea la historia del alivio y de lo terapéutico que son todos los abortos.
Con todo, quisiéramos aclarar que nosotras no odiamos a los hombres, nosotras amamos a las mujeres. Y es que cualquier cosa que no sea servirlos, para ellos es odiarlos (aunque no los matemos, aunque no los hagamos desaparecer, aunque no provoquemos odio entre ellos). Esto de la insubordinación doméstica es percibido dolorosamente por algunos hombres, pero nosotras no podemos ser responsables por las fragilidades de la masculinidad. Nosotras somos eternas desobedientes. Somos mujeres incorrectas, malas feministas. Por lo mismo estamos en el activismo de primera línea, en el ilegal, en el que corre riesgos. De nosotras se espera lo peor. Y lo peor es el aborto. Somos lo peor incluso dentro del feminismo, por aborteras y lesbianas, por proponer el aborto legal en cualquier lugar, y si no, aborto ilegal en cualquier lugar también. Somos una propuesta desinstitucionalizada, que piensa los abortos seguros más allá de los dispositivos médicos. Si desbordamos la heterosexualidad, con mayor razón los protocolos médicos. El límite lo ponemos nosotras: las mujeres. Desbordamos los protocolos y vamos generando nuestro propio conocimiento, porque la ciencia médica se queda corta, porque validamos el aprendizaje horizontal y los conocimientos que vienen de nuestras propias cuerpas. Porque aprendemos a leernos, a escucharnos, porque cada mujer es un mundo y cada aborto es un proceso nuevo que no cabe en un manual. No tenemos límites más que los nuestros y eso es complejo de llevar cuando eres mujer. Por eso somos lesbianas, por eso somos malas feministas, malas heterosexuales. Y por eso somos difíciles, incómodas, por eso no todas las feministas nos soportan, excepto cuando tienen que resolver un aborto y probablemente tampoco nos soporten en ese momento. Pero no importa, aquí estamos, aquí estaremos. Porque la angustia de llevar a cabo un embarazo no deseado, con una pareja que no está presente y sin capacidad monetaria para criar con dignidad, se traduce en infancias vulnerables, en infancias dejadas a su suerte, que serán juzgadas por las mismas familias negligentes que no se pudieron hacer cargo de su crianza porque el sistema político, económico, social y cultural no se hizo para las mujeres y sus necesidades, mucho menos para las necesidades de las mujeres que maternan. De lo contrario, no existiría la brecha entre los sueldos de hombres y mujeres, no existiría la brecha educacional entre hombres y mujeres, no existiría una educación que fomenta el aprendizaje obligatorio de la heterosexualidad, no habrían hombres abandonadores. Si el sistema efectivamente estuviera pensado por y para nosotras ni siquiera tendríamos que escribir ensayos sobre lesbianas, feminismo y aborto, porque no sería tema.
Como lesbianas camionas, nosotras no somos ni lo uno ni lo otro, no somos una mujer porque no estamos sujetas al deseo masculino, ni somos un hombre, porque no pertenecemos a la clase hombre, somos mujeres, fugadas de la heterosexualidad. Si nos gusta tener el pelo corto, las mujeres y jugar al fútbol, entonces ¿queremos ser un hombre?. No. ¿Es acaso responsabilidad de las lesbianas que el pelo corto, el fútbol y el gusto por las mujeres sean cuestiones que simbólica y culturalmente pertenecen al dominio de los hombres?. No queremos ser hombres, ni queremos su machismo que es resultado de la dominación jerárquica masculina producto de la colonización como dijo Gloria Anzaldúa. No queremos habitar sus mundos en los que hay que constantemente probarse no-maricón, no-mujer, no-niño. No. No queremos ser hombres. Tampoco se trata de “cerrarles el corazón a los hombres”, ni de negarles su existencia. Como si nuestro mero deseo de extinción de los hombres pudiera efectivamente hacerles desaparecer de la faz de la tierra. Simplemente hemos decidido no entregar nuestra energía en ellos, en atenderles, en enseñarles, en lavar su ropa, plancharles o criar sus hijes. Hemos decidido hacer lo que históricamente ellos han hecho: juntarse entre congéneres. Queremos invitarlas a todas a pagar la deuda histórica que tenemos como mujeres, juntándose con otras mujeres, amando a otras mujeres, pensando con otras mujeres, creando con otras mujeres, tratando de reparar la gran deuda que el sistema cultural patriarcal nos legó hasta el día de hoy: la creación de una cultura por y para mujeres.
Para finalizar, queremos decir que ser lesbiana no basta, pero por algo se empieza. Vemos ahí una posibilidad de fuga de un mandato básico del ser mujer: ser heterosexual. Somos lesbianas para no repetir los mandatos de la heterosexualidad obligatoria, para desarmarlos, para inventar otro vivir posible. Abortamos para no repetir el mandato de la maternidad obligatoria, la desacralizamos e inventamos un mundo donde la vida que elegimos es posible. Y es en este contexto de desobediencias que decidimos tomar el reggaeton y hacerlo parte de nuestra estrategia y nuestra cultura de mujeres: escribiendo canciones que incomoden y cuestionen, en un ritmo latino, popular, nuestro y cercano. Constantemente enfrentamos acusaciones que indican que porque somos feministas no podemos escuchar, bailar o escribir reggaeton, entonces nos preguntamos ¿cuál es el género de las feministas?, ¿cuál es el género musical al que estamos autorizadas para escuchar y disfrutar?, ¿es que acaso hay algunos géneros musicales menos machistas que otros? o mejor preguntémonos si es que existe un género musical feminista y cuáles serían sus implicanciones y características. Nosotras preferimos tomar el reggaeton, reivindicarlo, repensarlo para nosotras, adecuarlo, quitarle lo que no nos parece y quedarnos con lo importante, y es que así lo hemos hecho con todo: adecuamos las recetas de cocina, adecuamos bailes y música hacia la forma que más nos acomoda y está bien. “La historia de la cultura no es otra que la historia de préstamos culturales” dijo Edward Said y estamos de acuerdo, ¿acaso no podemos conocer el feminismo que hicieron las mujeres afrodescendientes de Estados Unidos en 1980, porque no nos pertenece?, ¿acaso no podemos comulgar con el feminismo materialista francés porque no nos pertenece? ¿no podemos hacer acaso reinterpretaciones propias, adecuadas a nuestro contexto y realidad?, ¿no podemos hacer reggaeton lesbofeminista porque nunca se ha hecho, porque ese no es su origen, ni su público?. Nosotras decimos SÍ, SÍ podemos disputar la pista de baile con letras que critican el capitalismo heteropatriarcal al ritmo del reggaeton. Si estos préstamos culturales no se pudieran hacer entonces nadie que no sea lesbiana o lesbofeminista podría hablar de heterosexualidad obligatoria porque esa teoría la pensó una lesbiana para lesbianas. Por ejemplo, cuando acompañamos a las mujeres en su proceso las invitamos a pensar en el placer propio y no en el placer de un otro, pero a veces, llegado este momento ellas no desean seguir la conversación y está bien. Ellas tuvieron acceso a un sistema de acompañamiento lesbofeminista y una vez que el trabajo se hizo, no siempre desean escuchar las preguntas incómodas sobre su realidad heterosexual (cuando se defiende como elección). Podemos acudir a la lesbiana para abortar y luego no aceptar la interpelación a revisar cuánto de mi tiempo y mi energía pongo a disposición de un hombre. Esto también es un préstamo de las lesbofeministas y su cultura de acompañamiento, a la mujer que desea acceder a un aborto. Tampoco se trata de algún instinto perverso cuyo objetivo es que las mujeres abandonen a sus familias, sino que la mirada lésbica invita a que ese tiempo y energía vuelva a nosotras, dejando de ser serviles a la heterosexualidad, que nos obliga a parir, a postergarnos, a pensar en otros antes que en nosotras mismas, que nos mata, que nos desaparece, que nos odia y nos enseña a odiarnos. Sólo la mirada lésbica propone este desarmar, este desacato. Acompañar abortos también puede ser un acto de amor lésbico: acompañemos como lesbianas, abramos esa posibilidad para todas las mujeres. Cuando abortas estás decidiendo y haciendo algo por amor a una mujer, esa mujer eres tú misma, por lo tanto, ese aborto puede ser tu primer acto lésbico. Abortemos como lesbianas, abortemos por amor propio, abramos esa posibilidad para todas.