La satisfacción de llegar a Maracaibo luego de siete horas de viaje desde Chichiriviche no duró más que unos cuantos instantes, habíamos estado en varias terminales de las ciudades más importantes de Venezuela y sin discriminación alguna, en todas sentimos la misma sensación de inseguridad, congestión y desorganización. Al bajarnos del bus le preguntamos al conductor –que ventilaba el radiador sobrecalentado– ¿dónde hay hoteles? Y señalando con su brazo robusto lleno de pulseras metálicas y doradas nos indicó la salida de la terminal, luego nos dijo que a veinte minutos estaba la zona hotelera de Maracaibo y cerró con una frase que ya era habitual de la gente Venezolana “no confíen en nadie” y menos a esta hora (8Pm) les recomiendo hospedarse en la esquina, además un taxi es muy costoso. Escogimos quedarnos en los hoteles de mala muerte que quedaban en la esquina del terminal, lo hicimos para no alejarnos ya que teníamos planeado madrugar para llegar lo más temprano posible a Colombia, hicimos el registro en el hotel y cancelamos 1.500 Bolívares soberanos ($4.500 pesos al cambio) por una habitación con cama doble (bloque de cemento con pocas baldosas, una espuma amarilla con sábanas rotas y cojines manchados de babas y semen) un baño (sin agua) aire acondicionado y un televisor TOSHIBA de 20 pulgadas para ver la propaganda oficialista del PSUV.
Nota: haciendo una analogía comparativa con Colombia pienso que las terminales de transporte en Venezuela son paradas de un viaje en el tiempo al pasado y sus buses oxidados son máquinas transportadoras de materia humana que nos llevan a los años 80´s a las terminales de transporte de Tunja o Armenia.
9 de Enero 2019
Las horas fueron eternas y conciliar sueño fue imposible por el frio y el asco que sentía, ya a las 5 de la mañana fui a la terminal para preguntar por transporte, rutas y costos, el cielo aclaraba mientras el conductor de un Chevrolet Malibu negro modelo 78 cobraba 7.000 Bolívares soberanos ($21.000 pesos) hasta Maicao, hizo énfasis en que tomaría la ruta de la trocha. Al regresar al hotel le comenté a Yeison la situación y con tranquilidad nos alistamos, la decisión debía ser tomada estando en la terminal. Esta vez quien preguntó al conductor del Malibú fue Yeison, y con desconfianza, me dijo que ni por él putas nos fuéramos por la “trocha” que eso sonaba muy ilegal –así sería– y de repente un hombre que estaba pendiente de la situación nos ofreció un bus por 3.000 Bolívares soberanos ($9.000 pesos) él aclaró que iríamos por carretera, sin pensarlo nos dirigimos al bus que ya estaba lleno y listo para salir.
Acomodando las maletas en el pasillo del bus observé por la ventana un gran alboroto en el cual toda la gente corría mientras que agentes de la Guardia Bolivariana apuntaban con sus armas hacia distintas direcciones, con movimientos torpes y bruscos en medio de gritos desesperados el conductor logró salir de la terminal del centro de Maracaibo, los rumores de las personas en el bus no se hicieron esperar y con gran certeza aseguraron que habían comenzado las Guarimbas –lo que conocemos en Colombia como protestas o bonches– debido a que al día siguiente Nicolás Maduro se posesionaba como Presidente de la República Bolivariana de Venezuela.
De Maracaibo a Maicao son 3 horas de recorrido según Google Maps, afortunadamente o infortunadamente para nosotros fueron 8 horas en las que compartimos con migrantes ilegales que viajaban en familias integradas por niños/as, personas adultas, jóvenes y madres gestantes. Con algunas personas logramos hablar de muchos temas, principalmente de política y migración, causas por las cuales viajaban a Colombia, Perú, Ecuador o Chile para buscar un mejor futuro, en momentos los silencios eran eternos y llenos de nostalgia al recordar en medio de la conversación que estaban abandonando su país y dejando atrás a sus seres amados.
Un total de 8 alcabalas – retenes militares – en los que suceden detenciones, revisiones exhaustivas, sobornos, llantos y en general malos tratos por parte de la Guardia Bolivariana, son algunos de los momentos críticos que se viven en el transcurso del viaje. A medida que avanzamos hacia la frontera de Paraguachón, cuando los militares le hacían la parada al bus, la tensión aumentaba y más para nosotros, un par de colombianos, dentro del contexto político, sabíamos que al igual que los gringos, para el oficialismo venezolano éramos los mismos enemigos y cómo no entenderlo si desde Bogotá se gesta un golpe de estado o por lo menos eso es lo que ellos creen –no es una idea descabellada– toscamente pedían documentos y al mostrar nuestros pasaportes inmediatamente nos hacían bajar con nuestras maletas de mochileros por el simple hecho de ser colombianos, en las requisas nos separaban, preguntaban por drogas y dólares. Recuerdo haberle contestado a un guardia que las drogas y los dólares ya me los había consumido, pero que aún me quedaban unos cuantos acetaminofén e ibuprofenos, sabíamos sobre la escasez de medicinas y nuestro botiquín más los últimos bolívares nos sirvieron para sobornar a los militares rasos, que al igual que los pasajeros del bus, les faltaban medicinas. Que nos montaran un falso positivo era lo que menos queríamos.
Estando en el Guayabito, un pueblo ubicado en el desierto cuyas viviendas colindan con la carretera, un trancón nos detuvo por 4 horas, la temperatura aumentó considerablemente mientras vendedores que ofrecían refrescos, agua, galletas, pan y pimpinas de gasolina; informaban que en la trocha ya habían algunos muertos y muchos robos, justamente el trancón nos detuvo a unos 15 o 20 metros adelante del desvío hacia la trocha, y como en primera fila de un concierto, pudimos observar cómo los niños Wayúu con sus peajes improvisados –una cuerda que al ser templada permitía, o no la entrada y salida de carros, buses y chirrincheras– cobraban entre 50 y 100 Bolívares Soberanos ($300 o $150 pesos) por carro, así funciona el paso de contrabando, drogas, gasolina e inmigrantes en la frontera norte de ambos países.
El desespero causado por el encierro en tan pequeño bus me llevó a caminar por la carretera, desanimado por la panorámica que divisaba, avancé hasta el final del trancón en un recorrido de 20 minutos en los que vi a mujeres Wayúu con barricadas impidiendo el paso del tráfico en ambos sentidos, me acerqué a una de ellas y le pregunté ¿qué sucede? Con una sonrisa blanca y sincera me dijo, hace una semana no tenían luz en la comunidad y esa era la manera de protestar; el dinero recolectado de tan particulares peajes era depositado en canecas amarillas de lavaza para cerdo, canecas grandes llenas de billetes.
Finalizó la espera y el tráfico comenzó a fluir, según el conductor faltaban 40 minutos para llegar a la frontera y aún debíamos pasar por unas cuantas alcabalas de la Guardia Bolivariana, logramos pasar la primera sin problemas pero, más adelante hubo otra parada que curiosamente estaba custodiada por guajiros (gente informal) que se subían a cobrarnos 300 Bolívares Soberanos por persona ($900 pesos) para dejar pasar “sin ningún problema” el autobús. En ese momento comprendí el sistema de corrupción fronterizo en el que está organizado la Guardia Bolivariana, grupos civiles armados, paramilitares y comunidades indígenas. Las alcabalas y los puntos de control se ubicaban sobre la carretera de la siguiente manera:
Guardia Bolivariana – indígenas Wayúu – paramilitares – Guardia Bolivariana – indígenas Wayúu – paramilitares – Guardia Bolivariana – indígenas Wayúu – paramilitares – Guardia Bolivariana – indígenas Wayúu – paramilitares – Guardia Bolivariana – indígenas Wayúu – paramilitares – Guardia Bolivariana – indígenas Wayúu – paramilitares – Guardia Bolivariana – indígenas Wayúu – paramilitares.
Sobornos iban y venían, las caras de angustia invadía el pequeño espacio ante las muchas paradas de guardias y delincuentes. En el caso “hipotético” de una muerte, un secuestro, una violación o una desaparición ¿quién investigaría?, ¿quién respondería?.
Finalmente el bus pudo avanzar por más de 15 minutos sin interrupciones pero, en el fondo sabíamos que faltaba una última situación y así fue, en una moto dos hombres pararon el bus, se subieron y nos dijeron que tenían una noticia buena y una mala, la buena era que faltaban 300 metros para llegar a la frontera y la mala era que para los ilegales el costo por pasarlos a Colombia había aumentado ($20.000 pesos) y que las condiciones de pago podrían ser varias, que eso se arreglaba, se bajaron y escoltaron al bus en su moto hasta un punto donde estaban parqueados decenas de carros (la trocha) allí paró el bus, nos bajamos en silencio absoluto y con pasos apresurados llegamos a las oficinas del Saime para sellar nuestra salida de Venezuela y luego a migración Colombia. En la vida había sentido tanta felicidad de estar en mi país.