Dar el paso para denunciar una situación de malos tratos nunca es fácil para las mujeres, y en el mundo rural ellas tardan una media de 20 años en hacerlo. Las razones son diversas y engorrosas: la dependencia económica del maltratador, la vergüenza social y familiar, o el control, así como miedo a la reacción del hombre. Además, la falta de iniciativas públicas para dar a conocer las ayudas y protección existentes, la carencia de transporte público sumado a un aislamiento territorial también son factores que motivan este silencio por tantos años.
Se trata asimismo de un entorno muy conservador y machista, que perpetúa los roles de género y dominación, por lo que la mujer percibe los malos tratos recibidos como un tema privado, que solo incumbe a la pareja, y donde el silencio reina. Esto también se debe a la falta de conciencia social sobre la violencia como un patrón estructural.
De acuerdo al estudio mujeres víctimas de violencia de género en el mundo rural, del Ministerio de Igualdad de España, no existe un perfil innato de mujer que pueda sufrir este tipo de violencia, aunque si se contemplan elementos comunes. Suelen vivir en entornos donde los prototipos patriarcales, con creencias sexistas, están muy arraigadas tanto en sus familias de origen como del agresor (un 47% de las mujeres consideran a las familias de sus parejas o ex -parejas "machistas" y más del 80% de las mujeres entrevistadas hablan de la existencia de machismo generalizado en el mundo rural).
Las mujeres entrevistadas no contemplan un solo tipo de violencia como predominante, pero reconocen que la psicológica (96,38%) es la mayoritaria, seguidamente la física (92,77%), la sexual (72,29%), la económica (60,84%) o la vicaria. Aunque el estudio cree que todas las violencias se ejercen simultáneamente.
De acuerdo a lo anterior las entrevistadas reconocen haber sufrido violencia psicológica, seguida de la física y la económica como las dominantes. Y aunque la sexual fue la que se identificó en menor porcentaje, un 39,13%, puede deberse al miedo a hablar de ella.
Dentro de la violencia psicológica las consecuencias suelen ser problemas de ansiedad, la autoestima, depresión, traumas, problemas de sueño, alerta permanente.
En la violencia física que va desde empujones hasta cortes, las consecuencias llegan a ser lesiones permanentes entre las que se registra la incapacidad absoluta.
La violencia económica es una de las más ejercidas por los hombres hacia las mujeres en el ámbito rural. No solo llega al control del dinero o incluso el robo, sino a la prohibición de trabajar o el chantaje económico. Además, esto lleva a precariedad y ruina económica.
La violencia sexual es la más oculta. Debido a las narrativas machistas y conservadoras de este entorno, es muy difícil que las mujeres expongan haber sufrido violaciones por parte de sus maltratadores.
La violencia ambiental es otro tipo de abuso poco conocido. Es mencionado por un 35% de las mujeres, y va desde la amenaza de romper algún objeto de valor como un recuerdo de algún familiar.
Debido al silencio que viven las mujeres del mundo rural que sufren violencia machista, es complejo que sean ellas mismas las que tomen la iniciativa propia de abandonar ese entorno. La culpabilidad, la opinión externa, o el miedo al futuro puede llegar a pesar más que la violencia sufrida. Además, tampoco cuentan, en muchas ocasiones, con los servicios o recursos públicos adecuados para tomar ese paso, o los desconocen.
Es necesario la inversión en prestaciones públicas, servicios, y recursos para ellas y sus hijos e hijas, como transporte, ampliación de horarios, mejorar las casas de acogida, agilizar en proceso de divorcio, y que así se potencie y motive a las mujeres a tomar la decisión de poner fin a una situación tan devastadora para ellas.