Bauman hablaba de la “modernidad líquida” como una realidad en la que nada es sólido y el individualismo prima sobre cualquier intento de colectividad. El Estado no es sólido, ni la familia, ni los amigos, ni las relaciones amorosas, ni nada de lo que nos envuelve hoy en día e implica unión.
El sistema en el que vivimos nos ha vuelto seres libres e independientes. Tanto que ya no tenemos en cuenta cómo nuestras acciones van a afectar a la otra persona. Nos olvidamos de que ser humanos implica ser responsables afectivamente en cualquier tipo de relación: no importa si hablamos de amor líquido o amor romántico.
A muchas personas les cuesta establecer relaciones sólidas o románticas ya que las asocian a hacerse responsable de la otra persona implicada en ella, o el miedo y la inmadurez personal no se lo permiten. Sin embargo, es curioso observar la capacidad para fijar relaciones en la que se cree que no debemos ningún tipo de explicación a la otra persona cuando se acaban, en la que solo se trata de pura diversión cuando nos apetece y no fijamos lazos afectivo-sexuales, de confianza o intimidad. Bauman diría que se trata de un hecho por el cual los vínculos de hoy en día son más bien “conexiones” antes que “relaciones”.
Podríamos pensar que no hay nada negativo en ello y que cada persona, como individuo independiente, tiene derecho a elegir qué tipo de relación quiere para su vida. Por el contrario, el error parte de ahí, de creer que somos seres individuales, que nos movemos en un mundo de forma autónoma, en el que nuestras acciones no repercuten en las personas con las que nos relacionamos. Podemos defenderlo diciendo que las relaciones humanas de nuestros días son más flexibles, y no es erróneo, que no tenemos que atarnos a una sola persona el resto de nuestras vidas si no nos sentimos cómodos, y tampoco es erróneo, pero si lo es creer que las personas somos objetos de consumo, como si de un teléfono móvil con obsolescencia programada se tratase.
No olvidemos el papel que juegan las redes sociales. En ellas elegimos con quien relacionarnos y en qué momento y todo es correcto, pero esto no es aplicable a la vida real. No podemos asumir las relaciones de Tinder como las comunes o habituales. En ellas solo se fomenta el consumismo de los cuerpos y el individualismo de “yo hago lo que quiero porque soy libre y esto solo es un juego para divertirse y todos sabemos a lo que venimos” y mediante ese pensamiento se comete todo tipo de abusos hacia la otra persona.
También se le deben sumar las relaciones de poliamor o relaciones abiertas como otra alternativa al amor monogámico y en defensa del “amor libre”. Resulta difícil creer en la posibilidad de relaciones libres donde las jerarquías patriarcales o sociales aún perduran en el tiempo, y el ejemplo es ver a los individuos descuidar a sus parejas o solo hacerlo cuando obtienen algún beneficio a cambio. La responsabilidad se vuelve más necesaria en un mundo de relaciones libres, entre personas que cargan dolores emocionales por la violencia cotidiana que viven por ser mujeres, negras y LGBT. No podemos olvidar que somo nosotras, las mujeres, quienes seguimos siendo objeto de cuestionamiento por nuestras acciones sexuales. Por ello, venderse como un “ser libre” de forma individual y no colectiva, solo nos hace posicionarnos como objetos en el mercado para consumo de los hombres cis, que desvirtúan esta libertad femenina y pasa a ser un medio de opresión, por el cual ellos hacen lo que quieren en sus relaciones con total impunidad.
La libertad y la afectividad no están en oposición y son necesarias si queremos poner fin a las relaciones de opresión. Así, no olvidemos que adherirnos a relaciones implica escuchar, comprender y asumir que nuestras acciones van a repercutir en las demás personas.