A pesar de que se mantienen los estereotipos entre roles femeninos y masculinos, se demuestra que estos son superados cuando se socializa a la niñez con modelos de género irruptores.
En el intento por encontrar una buena historia para relatar en esta revista, encontré una publicación en Facebook de una mujer, Marcela Tavera, quien dirige la Fundación Marajuera, que a través de programas enfocados en el arte y el deporte ayudan a los niños y las niñas de poblaciones vulnerables, en el barrio El Poblado, en el municipio de Quibdó, Chocó.
Así que me contacté con ella con el propósito de encontrar una historia acerca de mujeres emprendedoras que, a través de su trabajo, empoderaran a otras mujeres. Sin embargo, durante la entrevista y, pensando sobre lo que debía escribir exactamente, las conclusiones a las que llegué fueron mucho más reveladoras y diferentes de lo que hubiera imaginado.
Aunque admiro y celebro el hecho de que sean precisamente mujeres las que decidan adentrarse en lugares tan aislados para trabajar por nuestras comunidades, lo que me llamó la atención a lo largo de esta conversación no fue, precisamente, el hecho de constituir una fundación en esa región, o los talleres que se ofrecen a los niños de dicho barrio —de los que no dudo de su excelencia— lo que me hizo reflexionar fue principalmente, la concepción que existe en las comunidades rurales sobre los estereotipos y roles de género.
A raíz de lo anterior surge entonces la necesidad de preguntarse: ¿Qué significa para una niña crecer y desarrollarse en un contexto rural, en el que ha sido evidente por siglos el abandono del Estado hacia su campesinado en casi todos los asuntos de derechos fundamentales y garantías mínimas? Claramente responder esta pregunta daría para un estudio mucho más largo y completo, no obstante, al escuchar el relato de Marcela y su experiencia en terreno con las mujeres de El Poblado, es posible inferir una mirada pragmática y real de los fenómenos que pueden ayudar a responder este interrogante.
Y es que como una mujer que creció en Bogotá, nunca antes había pensado que existen roles y oficios que —en la actualidad— para una mujer de ciudad puede ser normal ejercer, pero para una niña del campo, si no ha visto un modelo diferente, puede que nunca llegue a practicarlos.
Todo esto tiene que ver con varios factores. Uno de ellos se refiere al hecho de que en el sector rural ha sido históricamente evidente y más marcado, el machismo de lo que ha sido en la ciudad. Otro factor es el cruento y violento conflicto armado que ha desangrado el país por varias décadas y que ha permeado todos los sectores de la sociedad, hasta el punto de encontrar en las armas un estilo de vida, tanto para aquellos a quienes el Estado no les garantiza condiciones mínimas de vida, como para los que teniendo una fuente de ingresos para vivir cómodamente encuentran allí un nido de enriquecimiento como el narcotráfico a costa de la sangre ajena.
Así, al escuchar que en esta comunidad del Chocó se identifican hechos, historias y vivencias que demuestran las estructuras comunes del heteropatriarcado en el campo, los dos factores anteriores se evidencian de manera tangible, tanto en las cifras oficiales, como en las historias de vida de estas mujeres. En este sentido, de acuerdo con la Comisaría de Familia de Quibdó, entre enero y octubre del 2017, se atendieron a 310 mujeres víctimas de violencia intrafamiliar.
Del mismo modo, se informó que la Defensoría del Pueblo brindó asesoría, acompañamiento y seguimiento a 416 mujeres víctimas de violencia basada en género en el mismo año. Estas cifras hicieron que el Defensor del Pueblo, Carlos Alfonso Negret, denunciara que “estas situaciones demuestran el incremento notable en las cifras de feminicidio, agresiones físicas, sexuales, psicológicas y económicas en contra de las niñas, adolescentes y mujeres en el departamento”.
Por otro lado, en relación con los efectos del conflicto armado en esta comunidad, justamente, a partir del relato escuchado, se observa una situación significativa de abandono hacia las mujeres, pues debido al aislamiento de la zona y al desamparo del Gobierno Nacional, los hombres dejan a sus familias para dedicarse a alguna de las pocas actividades económicas que hay en la región: la minería y los grupos armados.
Se ve así, una vez más, como “la guerra” se convirtió en una salida para sobrevivir y suplir las necesidades básicas que una política pública debería suplir. Lo anterior ha generado que la población de El Poblado sea en su mayoría femenina, quienes, aún así, no tienen poder de decisión, en tanto todavía sigue implantada en la comunidad la noción de que el hombre manda, así no esté.
De ahí que fuera un alivio escuchar historias que han ayudado a que se desbaraten todos estos roles de género que han sido heredados social, cultural e históricamente. Entre las más valiosas se encuentra la de la conformación del equipo de fútbol y la del taller de arte de la fundación. En un principio, se decidió inscribir a las niñas en el taller de arte y, a los niños, en el equipo de fútbol. Pero, tiempo después, la experiencia demostró que a los niños también les gustaba el arte y, a su vez, las niñas querían jugar fútbol. Igualmente, de los que hoy hacen parte del taller de panadería y repostería la mayoría son niños, lo cual impacta, puesto que son oficios que han sido tradicionalmente considerados como propios de la mujer.
Otra experiencia, es la de los talleres de prevención sexual. Según cuenta Marcela, en la comunidad existe la percepción que el tener hijos es un símbolo de valentía, en otras palabras, entre más hijos tenga una mujer más fuerte y más admirada es por el resto de las personas. Por tanto, cuando a través de estos talleres las niñas aprenden a que pueden tener como una opción de vida no tener hijos y, que eso mismo, no las hace menos, genera que se derriben estas estructuras del heteropatriarcado, que no son aprendidas, sino que son nociones heredadas y concebidas como algo natural en ese entorno.
Por último, otra historia notable de superación de prejuicios, es la de la mujer encargada de la coordinación de deportes de la fundación, quien pertenece a la población LGBTIQ, y por su condición era objeto de discriminaciones y rechazo. Sin embargo, una vez empezó a ejercer este cargo y a desempeñar ese rol, la misma comunidad comenzó a reconocerla y a respetarla y, de este modo, su orientación sexual dejó de ser relevante para ellos.
De estas tres historias, la percepción que surge es una importante: desbaratar estos roles de género, que histórica y socialmente han sido establecidos en comunidades de este tipo, es posible cuando las niñas pueden ver y experimentar modelos diferentes a los que siempre han estado presentes en sus vidas. Además, el hecho de que sean mujeres quienes lideran esta iniciativa, en una colectividad que es marcadamente machista, puede proporcionarle a las niñas una visión del empoderamiento y de lo que pueden ser capaces de llegar a ser y hacer.
Se ve, de igual manera, que estos roles en la niñez no son predominantes, ya que la integración de los niños y las niñas demostró que éstos no conciben ninguna diferencia de género, y, que desde la infancia, se puede empezar a sembrar la igualdad y la equidad entre ellos en dicho entorno rural. Son experiencias que le dan esperanza a las niñas de El Poblado, que su futuro no necesariamente está destinado para convertirse en vendedoras en los mercados o en las minas, como lo han hecho sus madres, sino que teniendo acceso a distintas oportunidades pueden llegar a ser lo que quieran ser, sin necesidad de repetir todos esos paradigmas y estereotipos que les han sido impuestos.
Por eso, cuando se presenta un modelo diferente, las niñas van a parar de reproducir el modelo generacional que han aprendido. Razón por la cual, fue revelador el hecho de que con un solo caso, como el de esta fundación, se pueda cambiar la comprensión de lo que se concibe tanto por femenino como por masculino, en un ambiente rural que es intensamente machista. A pesar de que se mantienen estos estereotipos, se demuestra que, al socializar a la niñez con modelos diferentes de género, estos pueden ser superados. Estoy segura que a pesar de la falta de oportunidades con las que sí pueden contar las niñas en una ciudad, es posible en las zonas rurales derrumbar todos estos paradigmas impuestos y quien quita, que de este barrio surja una gran futbolista y un gran artista, que sean la motivación y la admiración de todo un país.
Bibliografía
Defensoría del Pueblo. (Enero, 2018). Aumentan casos de feminicidio en Chocó [Informe].