La explotación sexual de las mujeres en burdeles y en las calles por parte de las mafias es una de las más terroríficas y crudas realidades de nuestros tiempos. A medida que las sociedades avanzan en Derechos Humanos podríamos suponer que este tipo de abuso deja de crecer, pero, por el contrario, la demanda de prostitución está en auge, debido a su “normalización”. Sin embargo, carece de sentido hablar de normalización de una práctica que tiene como soporte la compra de los cuerpos de las mujeres para su explotación.
Basarse en el discurso fácil de la legalización no supone acabar con la lacra que cada año obliga a millones de mujeres a soportar situaciones de violación, consumo de drogas, y vejaciones de todo tipo. Quizá podría funcionar en un mundo idílico donde el sexo femenino no estuviese dominado por un sistema de desigualdad respecto a los hombres, que dominan el sistema. Pero la realidad actual es que en países donde se ha legalizado, como Alemania o Países Bajos, la demanda de sexo pagado no ha disminuido, ni ha supuesto un progreso para las mujeres explotadas sexualmente.
Los hombres siguen pagando por sexo. Ellos son invisibles y anónimos, nunca tienen nombre ni apellidos cuando recurren a la prostitución, y ellas no tienen otra opción que aceptar toda clase de humillación. Por lo que jamás se pone el foco del problema en los puteros, ni tampoco interesa demasiado tratar el movimiento feminista abolicionista ingles que dio inició a la visibilización de una práctica aberrante ya en el siglo XIX, liderado por Josephine Butle.
Hablar de esclavitud sexual es lo más justo, ya que esto es lo que sucede cuando las mujeres no tienen poder de decisión y elección sobre sí mismas. No importa en que parte del mundo se encuentre una mujer, cuando es vendida por un proxeneta para ser explotada nada la diferencia de otra mujer que fue llevada a otro lugar diferente para, igualmente, ser objeto de consumo. En este punto se puede fijar una clara diferencia de género. Mientras que los hombres pobres no se ven obligados a prostituirse para sobrevivir, las mujeres no tienen otra salida. Lo que nos indica que su base es la desigualdad de género, y no se trata de una elección, sino más hombres la ejercerían.
En países europeos como Suecia, primer lugar del mundo donde se implantó una ley de abolición de la prostitución, seguido de Noruega e Islandia, y unos años después Canadá, Irlanda del Norte, Francia, Irlanda e Israel, se promueven acciones que castigan y penalizan a los puteros y proxenetas y protege a las mujeres.
En primer lugar, se ha despenalizado a las personas prostituidas por ejercer la prostitución, y por tanto tener clientes. También se ha apostado por las ayudas tras la salida de la prostitución y así construir una nueva vida. Un punto muy importante es la inversión en educación y formación en los colegios, cargos y autoridades públicas, así como la penalización y prohibición de compra de sexo.
Igualmente, la normalización de la prostitución nos lleva a escuchar mitos a su favor que carecen de argumentos sustentados en datos y hechos observables.
Con la legalización de la prostitución en Alemania, la policía en muy pocas ocasiones tiene datos sobre la red de prostitución, por lo que muchas víctimas no son tomadas en serio, o no tienen confianza en las fuerzas de seguridad y/o se han enterado de que cierta denuncia contra un proxeneta o traficante se ha archivado. Esto se ve reflejado al tomar mano de las investigaciones que llegaron a su fin: en el año 2000, 151 personas fueron condenadas como proxenetas, y en 2011 solo 32.
En numerosas ocasiones las víctimas tampoco llegan a denunciar por temor a las acciones de los proxenetas, que se ven protegidos por la legalidad de la prostitución. En Alemania, solo el proxenetismo explotador es un delito penal, pero resulta verdaderamente difícil demostrar ante los tribunales si se trata de una explotación de este tipo. Por ello, en 2011 se registraron 636 casos de trata de personas para explotarlas sexualmente, casi un tercio menos que hace diez años. Lo que nos indica que las leyes actuales no suponen un avance para las mujeres explotadas.
En el caso sueco, donde la prostitución se ha prohibido, el gobierno señala que la prostitución no ha aumentado desde que se castiga a los puteros. Además, la introducción de valores sobre la igualdad y lo que supone la explotación sexual en los colegios ha incidido positivamente en chicos y chicas. Ellos no se glorifican por ir a un burdel. Y el número de mujeres asesinadas por proxenetas también ha disminuido, se reporta que desde que se introdujo el modelo nórdico, en 1999, solo una mujer fue asesinada.
La prohibición de la prostitución es el único camino para poner fin a la violencia sistemática en contra de las mujeres que se ven en situaciones de pobreza y las fuerza a este sistema que todavía las vuelve más vulnerables económicamente, las invalida como personas, y les condena a un futuro sin posibilidades.