
El fútbol se ha convertido en algo más que un deporte en mi comunidad: es una tradición tan importante como la Navidad o los cumpleaños familiares. Extraños y conocidos se reúnen en una tienda de barrio, o en una sala, con comida, cerveza y una gran pantalla para celebrar cada gol, cada pase y para sufrir con cada falta “injustificada”, según tu tío, el experto.
Sin embargo, no hay nada más emotivo que asistir a un estadio, rodeado de miles de personas con la misma pasión en la sangre por el deporte que a ti te llena el alma. Un estadio es un santuario de gloria, donde izar tu bandera con orgullo se siente como levantar la medalla más brillante jamás vista por el ojo humano.
El Mundial de Clubes, celebrado este año en Estados Unidos, no fue diferente. El Chelsea se coronó campeón del torneo de la FIFA tras derrotar al París Saint-Germain, 3-0, en el MetLife Stadium. Antes de la final, el PSG había dejado su propia huella en el torneo al imponerse con contundencia al Real Madrid, 4-0, en las semifinales. El Chelsea, sin embargo, nos regaló momentos indescriptibles durante sus partidos: desde las lesiones de Benoît Badiashile, Moisés Caicedo y Neto, hasta acumular cuatro tarjetas amarillas en la final contra el PSG, como si fueran cartas de Uno.
The MVP de la copa
Cada atajada, gol o pase de esta copa fue incomparable frente a las jugadas y estrategias de un “jugador” nunca antes visto en la cancha. Su falta de piedad y compasión dejó a más de una comunidad con la piel de gallina: ICE.
Con las recientes medidas adoptadas por la actual administración de Estados Unidos, la agencia federal del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas —ICE, por sus siglas en inglés— tomó protagonismo no solo en las calles de las metrópolis del país, sino también en el campo de juego de esta celebración mundial.
En los últimos meses, ICE ha intensificado las redadas en comunidades latinas, con miles de detenidos y un clima de miedo que afecta negocios, familias y eventos culturales. Casos de abusos y perfil racial han desatado protestas y demandas, mientras jueces y activistas intentan frenar las prácticas más agresivas.
José Hernández París, director ejecutivo de la Latin American Coalition, lo resumió así: “No hay límites sobre dónde ocurren las actividades de ICE, y creo que el propósito de esto es crear terror o miedo en la comunidad”.
Un acto de valentía
En medio de los cánticos, las banderas ondeando y los goles celebrados con lágrimas en los ojos, también se sentía una tensión invisible, un murmullo de miedo que por momentos opacaba la alegría.
Para muchos aficionados latinos, asistir al estadio fue más que un acto de pasión deportiva: fue también un acto de valentía frente a la incertidumbre de ser blanco de redadas y detenciones. El fútbol, que debería unir y dar esperanza, se vio atravesado por el temor a que, en cualquier esquina del estadio o en el regreso a casa, aguardara una patrulla de ICE. Para algunos, la verdadera batalla no estaba en la cancha, sino en las gradas.
¿Una roja para la inversión?
Hablando de cifras, el 19% de la población estadounidense es latina. De ellos, aproximadamente un 8% son residentes legales o cuentan con otros tipos de permisos, mientras que un 13% son indocumentados, según datos de la Oficina del Censo y del Departamento de Seguridad Nacional.
Estas cifras reflejan la magnitud de una de las comunidades más prominentes del país, una comunidad que genera un impacto económico y social significativo. Con los eventos del Mundial de Clubes celebrándose en el llamado “país de la libertad”, gracias a la FIFA, los latinos representaban una fuente clave de ingresos y entusiasmo. Sin embargo, el miedo —que crece como una ola dispuesta a arrasar con todo a su paso durante estos eventos públicos— también planteó una amenaza para la organización.
Las redadas de ICE y la ansiedad generalizada en la comunidad provocaron una notable baja en la asistencia de aficionados latinos a los partidos. Como consecuencia, los precios de los boletos se desplomaron ante la escasa demanda. Sillas vacías, entradas con descuentos de más del 70% al 90% y la ausencia de hinchas en las gradas fueron el resultado de que una de las comunidades más apasionadas por el llamado “deporte rey” fuera cazada por un país indolente hacia quienes lo han ayudado a construir.
Directores de justicia para inmigrantes, como Héctor Vaca, de Advice by Action NC, recomiendan conocer bien los derechos antes de salir de casa y contar siempre con un abogado, sin importar si se es inmigrante o ciudadano estadounidense, porque —cito— “nuestra comunidad está siendo atacada”.
Epílogo
El país del sueño americano para muchos inmigrantes se ha convertido en una pesadilla viviente, donde ni siquiera emigrar “al pie de la letra” garantiza seguridad o protección cuando tu rostro refleja la diversidad.
Para muchos latinos, el simple hecho de disfrutar un partido de fútbol junto a su familia se ha vuelto una mera utopía, donde el riesgo de no regresar a casa pesa más que la pasión por el deporte.
¿En qué momento estar a solo unos metros de tu hogar se convirtió en un asunto legal? ¿Cómo se pasa de ser un ser humano a convertirse en una target community con un simple cambio de administración? Que tu mayor crimen sea la lengua con la que creciste, las tradiciones que te enseñaron y la cultura que corre por tu sangre es la mayor de las injusticias.
Nuestra sociedad, al negar la empatía que la hace valiosa, destruye lo más preciado que tenemos: la diversidad humana. Porque ningún gol vale la pena si, al final, perdemos lo que más nos define: nuestra humanidad.